El alma de mi ciudad es gacha nacha. Miras para todos lados y no das con algo que te haga un poquito más optimista. Transeuntes que, por las prisas, olvidaron sus sueños en la oficina y están en las miras de francotiradores: asesinos encargados de volarles los sesos -o hacerles un boquete en el corazón- si es que se les ocurre la loca idea de retomar sus anhelos. Borrachos ricos que mueren impactados en el pavimento cuando atropellan a un pobre albañil pobre. Los dos no son mas que tripitas: uno en el climita de su auto después de 3 botellas de whisky en una fietsa; el otro, caminando temprano pa´ tomar el camión e ir a trabajar y seguir siendo pobre. Por eso, yo me pinto de colores pa´otro lado, antes de que la popó me llegue al cuello. Me gusta ir a donde sólo huele a hierba recién crecida y el piquete de los mosquitos vale la pena. A donde las luciérnagas , las ondas del agua y las estrellas se confunden. Allá donde apagas el radio para oir a las cigarras, grillos, sapos, tarántulas y las piedras del río cantar. Donde el asombro infantil adormecido florece al ver una culebra en el agua o peras colgando de un árbol. Allá, bajo el agua, nada de lo feo se escucha ni se ve. Es un sano escape para no volverse loco de tristeza de tanto voltear para todos lados y no encontrar eso que nos haga un poquito más optimistas.
P.D. Nótese mi cara de encabronamiento, grrrr!!!