Aquellos fines de semana, en vez de ir a un restaurante, antro o cantina -como acostumbraban distraerse los jóvenes de esta ciudad antes de la ola de inseguridad y violencia que se vino-, nos juntábamos en la carnicería Santa Martha, un negocio de carnes y abarrotes propiedad de la familia paterna de Pedro, un amigo de la universidad.
Los viernes a las seis de la tarde, después de la última clase, Erick, Lacho, Chuy y yo corríamos al estacionamiento para montarnos con todo y mochilas a la caja de la pick up roja de Pedro.
En el trayecto a la carnicería –que era largo- cantábamos, fumábamos y bebíamos algunas cervezas que comprábamos en el Oxxo. Recuerdo que Pedro siempre nos decía: “¿Para qué compran cerveza, si allá en la tienda tengo?”.
Ésa era una de las razones por las que nos gustaba ir a la carnicería de Pedro: podíamos agarrar la cerveza que quisiéramos, al igual que bolsas de papas, chicharrones y carnitas de puerco.
Al fondo del pasillo de la Santa Martha –que casi siempre estaba resbaloso porque por ahí deslizaban los trozos de carne congelados para meterlos al cuarto frío-, había una oficina acondicionada con televisión, estéreo y reproductor de devedes, que era donde pasábamos el resto de la tarde y toda la noche, hasta la madrugada. Recuerdo que en una de las paredes de la oficina había un par de calendarios con fotos de viejas bien chichonas y algunos recortes de revistas con escenas de películas -a todos nos gustaba el cine- y de conciertos de rock, pues Pedro soñaba con ser "rockstar".
De las cosas más folclóricas que tenía el lugar, eran sus empleados, que después de las 10 de la noche, cuando cerraban la tienda, se ponían a beber cerveza y a platicar con nosotros: “los amigos fresillas, pero chidos, de Pedro”.
Estaba el Toris, un güey que despachaba la carne y que en vez de decir “güey” decía “wa”; la Chiva, un cholillo con dos aretes en las orejas, que le ayudaba al Toris a cortar carne con la sierra y soñaba con comprarse unos tenis de Michael Jordan; El Botija, un niño gordo de 13 años que metía lo que los clientes compraban en bolsas de plástico y al que se la pasaban asustando diciéndole que en el cuarto frío se aparecían fantasmas; y el más chingón de todos: el Cuino, un cabrón que hacía de todo en la tienda -barría, trapeaba, cocinaba las carnitas, picaba barras de hielo- y se la pasaba hablando de sexo sucio. Una vez nos cagamos de la risa como por una hora porque el Cuino nos dijo que cada que pasaba por una alcantarilla, se le paraba el pito nomás con el olor, jajajaja. Otra vez nos dijo que le gustaba cogerse a las viejas después de que barrían todo el día, que porque así estaban "sudaditas". Por eso le decíamos el Cuino: por cerdo. Pero, ah, cómo nos hacía reír.
Y así pasábamos las horas: platicando y riendo. Confesando anhelos y miedos. Todo fluía perfecto, como las cervezas a través del gaznate.
No teníamos laptops ni blackberrys ni iPhones ni nada. Dependíamos muy poco del teléfono móvil y sus mensajitos. Ninguno era fan de los videojuegos. No necesitábamos otra cosa más que nuestra compañía, música de fondo, cerveza, anécdotas y ganas de vivir y recordar ese momento. A veces nos quedábamos a dormir en casa de Pedro -que vivía a 5 cuadras- o dormíamos ahí en la oficina en unos tendidos improvisados. Cuando hacíamos esto, despertábamos al mediodía, comiendo barbacoa y planeando el resto del sábado. A veces regresábamos a casa en taxi.
En el trayecto de la Santa Martha a mi casa –que era largo- ya estaba pensando en el sábado y en el próximo viernes. Me ponía triste que se acabara ese día; que se acabara el fin de semana. Me ponía triste tener que irme a dormir y que tuvieran que pasar otros 5 o 6 largos días para volver a hacer lo mismo: una rutina que nunca hartaba como la rutina de los días entre semana, que comoquiera era llevadera, pues nos veíamos en el salón de clases.
Pero esos viernes y sábados... Sabía que esos viernes y sábados no durarían toda la vida. Y eso me entristecía. El trabajo, el matrimonio, los hijos, las responsabilidades, crecer, madurar, cuidarse... todo eso.
También sé que aquellos fines de semana durarán por siempre en mi memoria, pero la memoria nunca se comparará con haber vivido un presente que ya no es.
Los viernes a las seis de la tarde, después de la última clase, Erick, Lacho, Chuy y yo corríamos al estacionamiento para montarnos con todo y mochilas a la caja de la pick up roja de Pedro.
En el trayecto a la carnicería –que era largo- cantábamos, fumábamos y bebíamos algunas cervezas que comprábamos en el Oxxo. Recuerdo que Pedro siempre nos decía: “¿Para qué compran cerveza, si allá en la tienda tengo?”.
Ésa era una de las razones por las que nos gustaba ir a la carnicería de Pedro: podíamos agarrar la cerveza que quisiéramos, al igual que bolsas de papas, chicharrones y carnitas de puerco.
Al fondo del pasillo de la Santa Martha –que casi siempre estaba resbaloso porque por ahí deslizaban los trozos de carne congelados para meterlos al cuarto frío-, había una oficina acondicionada con televisión, estéreo y reproductor de devedes, que era donde pasábamos el resto de la tarde y toda la noche, hasta la madrugada. Recuerdo que en una de las paredes de la oficina había un par de calendarios con fotos de viejas bien chichonas y algunos recortes de revistas con escenas de películas -a todos nos gustaba el cine- y de conciertos de rock, pues Pedro soñaba con ser "rockstar".
De las cosas más folclóricas que tenía el lugar, eran sus empleados, que después de las 10 de la noche, cuando cerraban la tienda, se ponían a beber cerveza y a platicar con nosotros: “los amigos fresillas, pero chidos, de Pedro”.
Estaba el Toris, un güey que despachaba la carne y que en vez de decir “güey” decía “wa”; la Chiva, un cholillo con dos aretes en las orejas, que le ayudaba al Toris a cortar carne con la sierra y soñaba con comprarse unos tenis de Michael Jordan; El Botija, un niño gordo de 13 años que metía lo que los clientes compraban en bolsas de plástico y al que se la pasaban asustando diciéndole que en el cuarto frío se aparecían fantasmas; y el más chingón de todos: el Cuino, un cabrón que hacía de todo en la tienda -barría, trapeaba, cocinaba las carnitas, picaba barras de hielo- y se la pasaba hablando de sexo sucio. Una vez nos cagamos de la risa como por una hora porque el Cuino nos dijo que cada que pasaba por una alcantarilla, se le paraba el pito nomás con el olor, jajajaja. Otra vez nos dijo que le gustaba cogerse a las viejas después de que barrían todo el día, que porque así estaban "sudaditas". Por eso le decíamos el Cuino: por cerdo. Pero, ah, cómo nos hacía reír.
Y así pasábamos las horas: platicando y riendo. Confesando anhelos y miedos. Todo fluía perfecto, como las cervezas a través del gaznate.
No teníamos laptops ni blackberrys ni iPhones ni nada. Dependíamos muy poco del teléfono móvil y sus mensajitos. Ninguno era fan de los videojuegos. No necesitábamos otra cosa más que nuestra compañía, música de fondo, cerveza, anécdotas y ganas de vivir y recordar ese momento. A veces nos quedábamos a dormir en casa de Pedro -que vivía a 5 cuadras- o dormíamos ahí en la oficina en unos tendidos improvisados. Cuando hacíamos esto, despertábamos al mediodía, comiendo barbacoa y planeando el resto del sábado. A veces regresábamos a casa en taxi.
En el trayecto de la Santa Martha a mi casa –que era largo- ya estaba pensando en el sábado y en el próximo viernes. Me ponía triste que se acabara ese día; que se acabara el fin de semana. Me ponía triste tener que irme a dormir y que tuvieran que pasar otros 5 o 6 largos días para volver a hacer lo mismo: una rutina que nunca hartaba como la rutina de los días entre semana, que comoquiera era llevadera, pues nos veíamos en el salón de clases.
Pero esos viernes y sábados... Sabía que esos viernes y sábados no durarían toda la vida. Y eso me entristecía. El trabajo, el matrimonio, los hijos, las responsabilidades, crecer, madurar, cuidarse... todo eso.
También sé que aquellos fines de semana durarán por siempre en mi memoria, pero la memoria nunca se comparará con haber vivido un presente que ya no es.
Son ciclos de la vida... creo que te hace falta pasar al siguiente nivel... no crees
ResponderBorrarChingon :-) me acuerdo cuando íbamos a chupar pulque con refresco al monte en la prepa.
ResponderBorrarbuenas épocas aquellas neta.
saludos.
y el tablajero que cantaa boleros wow... uno que otro no crecimos, como nostoros mi guf... y sabe quien soy.
ResponderBorrarmuy cierto mi guffo. Chingado, un dia ire a Mty a echarme unas frias contigo.
ResponderBorrarSe me antojó el chicharrón de puerco. Mmmmhhhh!
ResponderBorrarFeliz fin familiar!
http://sailing-nena.blogspot.com/
Ele y Juan Pa!
Pues bueno, mi Guffo, mejor haber vivido eso y recordarlo que nunca haberlo vivido... no crees? Digo, los chavos de mi generación (jajaja) podemos tener blackberrys y iPhones y eso, pero nuestros pasatiempos en bares, antros, cantinas etc.. siempre serán vacíos... ya ves, nada como pasarla chido con los amigos (lo mismo chupando en la banqueta que viendo pelis en la oficina de la carnicería).
ResponderBorrarJajaja, "El Cuino". Pasaditos de verga con el apodo! XD
compadre, muchos, y muy buenos recuerdos me trajo tu post, ojala y la senectud me los deje intactos.
ResponderBorrarsaludos...
Rayos!, me hiciste sentir viejo, porque viví una época igual, la cuál ahora solo se anhela. Saludos.
ResponderBorrarYo la mera verdad no extraño esa época y no es que no me la haya pasado bien.
ResponderBorrarHice y deshice, me pasó de todo, aprendí muchas cosas, fueron tiempos chidos pero hasta ahí.
Cuando uno está en la secu/prepa que supongo es la edad que describes, se va el tiempo en pura prueba y error. Muchos errores por cierto.
Para mi, la época en la que estoy ahorita (post-uni) es la que voy a recordar como tu en este post.
Que bonita narración de tiempos pasados, ese Cuino! JAJAJAJJA.
ResponderBorrarMe gusta el tono en el que has escrito y con que cariño recuerdas esas experiencias... me sucede lo mismo muchas veces. Al platicar o recordar cosas parece que veinte años no son nada, pero que rápido se van! Gracias por el buen sabor de boca de viernes Guffo.
Saludos.
K.
Chanclas!, pensé que algo homoerotico saldría de esas "tertulias" :S jejeje, chido por la memoria selectiva, sospecho que tambien pasaron cosas culeras pero tu has querido suprimirlas.
ResponderBorrarDos cosas:
ResponderBorrarPrimera: soy vegetariano y no bebo alcohol, lo cual tu post me revolvió un poco las tripas, aunado al hecho de que acabo de desayunar.
Pero que buenos tiempos decribes!
Segunda:
Es cierto lo que dice tu perfil que fuiste a concursar al programa de chavelo?
XD
Ah! como me gusta como escribes... Ssludos!!!
ResponderBorrarguffo chichón
ResponderBorrarapoco cuando estudiabas ya habia dvds?
ResponderBorrarNo entendí la última frase.
ResponderBorrarLos domingos eran el mejor dia de la semana, dany jesus y yo nos levantabamos tempra, caminabamos hasta el mercado, pediamos 2 tacos de chamorro con cuerito, un boing de guayaba (hay de otro?) Vagabamos por las chacharas del mercado (por supuesto que yo les daba sus 50 pesotes para comprar chuchuerias) pasabamos por la paca (que aunque no es un habito sano, siempre encontrabas cosas sorprendentes a precios de risa) e indudablemente nuestra gira por el tianguis siempre nos llevaba al mismo lugar, el clonbuster, un puesto de peliculas pirata que magicamente siempre tenia lo mejor de todas los generos, anime, terror, zombies, de culto, musicales, mexicanas (nunca porno porque el wey era cristiano), en fin, un suenio, mis hermanos escogian una peli y yo otras 2, y cogiamos camino hacia la casa, muy cerca de nuestro chante, habia un local de esos donde se vende cosas para fiestas, ahí, comprabamos medio kilo de chicharrones, una salsa valentina, en la recauderia 3 pesos de limones y listo, pasabamos toda la tarde viendo peliculas y tragando chichirrones con salsa, nunca he podido reproducir esa sensacion de felicidad, y ahora con mis hemanos lejos, creo que menos se va a poder, pero por eso los amo, solo ellos saben lo que me hace feliz, sera por que esta en nuestra sangre?
ResponderBorrarNo bueno, el pasado siempre traerá nostalgia y sonrisas a nuestro presente, pero quizás y sólo quizás, hace falta echarle ganas para que en el futuro recuerdes la actualidad de igual manera, con una sonrisa.
ResponderBorrarYa lo pasado, pasado, dice la rola.
Yo digo pues, amo mi pasado, pero conjugo mi vida siempre, en tiempo presente.
Saludos!!!
Esa es la nostalgia pura Guffo, cuantas cosas eran y no volverán jamás. A mi también me sucede eso algunas veces, pues luego no te das cuenta que la vida cambia y no queda otra mas que disfrutarla tal como la tienes enfrente también.
ResponderBorrarEl otro día me visito un cuate de mis épocas de la universidad, uno de los pocos que no está casado y me dijo “ya nadie pistea!, ya toda la raza está casada o simplemente ya o les apetece tomar nada, son vegetarianos y practican yoga. ¿Donde está la raza de antes?!" yo le conteste, somos los mismos solo que ya cambiamos y nada volverá a ser igual.
tu muy mal.
ResponderBorrarGuffo, irte a chupar a una carnicería un viernes en la tarde con los cholos, perdóname, pero no es de lo más cool!!!
ResponderBorrarAunque también es cierto que Regiolandia no es de las ciudades más divertidas (recuerdo que el Sanborns lo cerraban a las 10 pm? o fue mi imaginación,jaja).
Pero una cosa coincido contigo, esos momentos chupando con los cuates (sin las novias, porque cuando se fueron integrando esas reuniones generalmente valieron ma...) y hablando de pendejada y media son de los que uno guarda en su cajita de recuerdos!!!
Qué onda madre se leen esas experiencias. Envidias nostálgicas, de las buenas.
ResponderBorrarSaludos Guffo.
ajajaja casi puedo asegurar (por un par de nombres) que esa carnicería es la de la esquina de la casa, bueno de mis jefes
ResponderBorrarsaludos
rainman dijo...
ResponderBorrarGuffo, irte a chupar a una carnicería un viernes en la tarde con los cholos, perdóname, pero no es de lo más cool!!!
¿Pretencioso? ¿mamon?, no!! simplemente pendejo.
Anonimo dijo:
ResponderBorrar¿Pretencioso? Síí ¿mamon? sí a webo, y mucho!!!
no!! simplemente pendejo mmm, eso no, porque sería? Qué fue lo que no te gustó... la palabra cool o la palabra cholo? jaja tal vez no conozcas su significado y de ahí tu comentario tan agresivo. Claro que sería mejor si vas a escribir así, que por lo menos escribas tu nombre y no te escondas bajo el anonimatus... porque así solo quedas como un verdadero cobarde, eh cholin?
No soy cholin, y tu en cambio si eres pendejo, ¿o que "raiman" no oculta tu nombre, no eres anonimo a fin de cuentas? bueno entonces me despedire como mainran,(jejeje) asi ya no sere cobarde, ni anonimo.
ResponderBorrarchale inche guffo.. a mi nunca me invitaron a esa carniceria... o minimo presentado al gran Cuino.
ResponderBorraratte. Ali
Cholin, en una cosa tienes razón. Todos aquí somos pseudo anónimos. El problema de comentar como anónimo es que cualquier pendejo puede hacerlo y nosotros no saber si es el mismo. Así es que nos cuesta trabajo identificarlo. Generalmente sabemos que eres tú porque dices las mismas pendejadas. En cambio yo, comentando como Rainman, pues todos saben que es el mismo pendejo.
ResponderBorrarJajaja ¿tu no saber si ser el mismo? lo bueno ser que tu aceptar que ser siempre el mismo pendejo.
ResponderBorrarAtte. El Cholin o Mainran o como gustar llamar.
Chidísimo post mi Guffo. Eso mismo sentía yo, con mis equivalencias femeninas de tus personajes. Qué tristeza que mi pequeña hija (tiene ahora 2 meses de nacida), no vaya a conocer ese sentimiento de nostalgia por esas mismas cosas...
ResponderBorrarexcelente nostalgia ...
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