Cruzamos la frontera antes de las once y al mediodía ya estábamos en Puerto Isabel. Paramos a comer en Joe´s Oyster Bar, un pequeño negocio de accesorios para pesca que tiene una cantina improvisada en un desnivel, donde se puede comer marisco fresco por unos cuantos dólares. Su antigua fachada de madera y pintura azul descarapelada ha sido alimento de la brisa marina por años.
Solía venir con mi padre y algunos tíos durante los veranos de mi infancia. Recuerdo que bebían algunas cervezas mientras compraban curricanes, sedal y plomadas para las cañas. Yo mataba el tiempo viendo la variedad de pececillos, lombrices de goma y anzuelos que desde entonces venden en el lugar. También me entretenía observando a los hombres con botas de plástico blanco que entraban y salían de la cocina con la captura del día sobre los hombros, depositándola en el hielo escarchado del mostrador. Alguna vez vi una jaiba enorme -que todavía se movía-, un montón de calamares a los que les exprimieron la tinta dentro de una cubeta y un tiburón martillo que accidentalmente había quedado enredado en la almadraba del barco.
Elegimos la mesa del rincón, la que está junto al ancla oxidada que decora una de las paredes. Ordenamos un plato con camarones frescos, tenazas de cangrejo y un par de cervezas. Un Joe encorvado y canoso, de español impecable, nos atendió. No me reconoció, a pesar de haber visitado más de cien veces su negocio.
Exprimí una rodaja de lima –allá no hay limones- y espolvoreé sal sobre el pico de la botella. Al primer trago de cerveza, ella rompió el silencio.
-Si te pedí que no me llamaras, fue porque pensé que sería lo mejor para los dos.
-Pues no andes pensando por mí –le dije, pero me disculpé de inmediato por el duro tono de mis palabras.
-No te preocupes –respondió mirando hacia otra parte.
Alcé la cerveza en señal de paz. Ella sonrió y chocó su botella con la mía.
-Que encuentras lo que sea que andes buscando -dijo.
-Tú también.
Terminamos de comer, bebimos otra ronda y pagué la cuenta. Ella insistió en darme su parte, argumentando que yo también había pagado el desayuno. Le dije que ella pagaría la cena, y metió su dinero de vuelta en el bolso.
Agradecimos antes de salir. El viejo Joe se despidió del otro lado del mostrador, agitando una mano cubierta de vísceras de pescado. Sentí cómo me clavó una mirada profunda, como si en fondo algo le dijera que me conoce desde hace años.
Solía venir con mi padre y algunos tíos durante los veranos de mi infancia. Recuerdo que bebían algunas cervezas mientras compraban curricanes, sedal y plomadas para las cañas. Yo mataba el tiempo viendo la variedad de pececillos, lombrices de goma y anzuelos que desde entonces venden en el lugar. También me entretenía observando a los hombres con botas de plástico blanco que entraban y salían de la cocina con la captura del día sobre los hombros, depositándola en el hielo escarchado del mostrador. Alguna vez vi una jaiba enorme -que todavía se movía-, un montón de calamares a los que les exprimieron la tinta dentro de una cubeta y un tiburón martillo que accidentalmente había quedado enredado en la almadraba del barco.
Elegimos la mesa del rincón, la que está junto al ancla oxidada que decora una de las paredes. Ordenamos un plato con camarones frescos, tenazas de cangrejo y un par de cervezas. Un Joe encorvado y canoso, de español impecable, nos atendió. No me reconoció, a pesar de haber visitado más de cien veces su negocio.
Exprimí una rodaja de lima –allá no hay limones- y espolvoreé sal sobre el pico de la botella. Al primer trago de cerveza, ella rompió el silencio.
-Si te pedí que no me llamaras, fue porque pensé que sería lo mejor para los dos.
-Pues no andes pensando por mí –le dije, pero me disculpé de inmediato por el duro tono de mis palabras.
-No te preocupes –respondió mirando hacia otra parte.
Alcé la cerveza en señal de paz. Ella sonrió y chocó su botella con la mía.
-Que encuentras lo que sea que andes buscando -dijo.
-Tú también.
Terminamos de comer, bebimos otra ronda y pagué la cuenta. Ella insistió en darme su parte, argumentando que yo también había pagado el desayuno. Le dije que ella pagaría la cena, y metió su dinero de vuelta en el bolso.
Agradecimos antes de salir. El viejo Joe se despidió del otro lado del mostrador, agitando una mano cubierta de vísceras de pescado. Sentí cómo me clavó una mirada profunda, como si en fondo algo le dijera que me conoce desde hace años.
Continuará...
Muy buena segunda parte, como algo no tan relacionado a la historia, pero, obviamente, parte del viaje, que es tambien muy interesante, y con tu clasico estilo para escribir.
ResponderBorrarSeguire al pendiente de tus escritos =)
a ver que sigue...
ResponderBorrarespero la siguiente entrega
saludos
Ya me agarraste con la historia, espero que termine bien.
ResponderBorrarCuartis !!!!!
ResponderBorrarVa cool está historia. Ya queiro la tercer parte. ;P
ResponderBorrarQue ondas Guffo? Esta buena la historia, pero en entregas muy cortas, espero que no sean 1435 capitulos. Es un relato de la vida real aderezado con alguna escena de pelicula? Saludy saludos
ResponderBorrar¿¿ibas con tu padre y pagaban con el dinero que siempre robaba como servidor publico??
ResponderBorrar¿No sientes vergüenza de ser hijo de un ladrón?
De tal mierda tal mierdita...
Guffo una historia muy buena, la atmósfera que planteas me pareció excelente.
ResponderBorrarSaludos
Ya supéralo Anónimo... Si tu papi es un pinche albañil huevón que nunca te sacó de vacaciones nadie de los de aquí tenemos la culpa.
ResponderBorrarEl papi de Guffo apenas lleva como 3 años como servidos público, no seas envidioso. Te arde la cola porque sabes que es amiguísimo del nuevo gobernador de Nuevo León, ¿pero qué tiene? Al señor le costó más de 50 años vivir del sistema, no tiene nada de malo pedir retribución por haber aportado tanto, jojojo. Cada quien agarra lo que le pertenece, ¿no crees?...
Y ya ponte pomadita en el culo.
¿De dónde inventan tantas mamadas?
ResponderBorrar¿Del mismo lugar que yo?
Chale... están bieeen loquitos.
Saludos y gracias por comentar.
lo peor es q me quedo picada y ya quiero saber lo que sigue...
ResponderBorraren espera del 3
Muy buena continuacion, una historia que atrapa . . . ahora esperamos la 3ra parte . . .
ResponderBorrarvoy a terminar el relato por el guffo....
ResponderBorrardespues de tomarnos carton y medio de cervezas terminamos en una playa virgen donde me cogi a mi ex duramente por el culo, si, a esa perra que me habia dicho que nunca nos marcaramos le di con todo y por todos lados.. la fresca brisa marina acaricio nuestros cuerpos desnudos sobre la suave arena de la playa de azuladas aguas y los graznidos salvajes de las gaviotas despertaron nuestros deseos de coger y coger por largas horas...
FIN
eso es lo que quieren leer no se hagan pendejos, bola de depravados...
siguele cabron....
ResponderBorrarsaludos...
Pfff el anónimo de las 4:32 ya nos psicoanalizo a todos y hasta sabe lo que queremos leer.
ResponderBorrarUuuhh que miedo.
Por otra parte , quiero , no, exijo la tercera parte YA!!!!
Ah que sabrozo se lee...
ResponderBorrarYa extrañaba estas historias compadre...
neta... neta no entiendo a los pinches anónimos pendejos... neta me los imagino bien frustrados...
SALUDOS!
ME ENCANTARIA SER LA PERSONA EN LA CUAL TE INSPIRAS PARA HACER TUS RELATOS...
ResponderBorrarILOVEYOU GUFFO...
¡Hola Guffo!
ResponderBorrar¿Cómo puedo obtener una playera de "La neta del planeta"? ¿Cuánto cuestán? ¿Quién las vende? Vivo en la Cd. de México, buenos deseos...
cuestan (sin acento)
ResponderBorrarEdisaurio: Mándame un mail y te mando la info y las fotos.
ResponderBorrarSaludos.