Todo lo que no hablamos en el camino, lo platicamos esa noche en la habitación del Ocean Breezze. Todo lo que no nos dijimos en años, también. Nos reprochamos, nos arrepentimos, nos rayamos la madre, nos pedimos perdón, nos perdonamos, nos volvimos a reprochar y, con el dolor de nuestros corazones, concluimos que lo nuestro no volvería a ser igual jamás, pues tendríamos que vivir disimulando una herida que siempre estaría expuesta.
Desde la terraza, a lo lejos, se podían apreciar las luces de otras bahías y el murmullo de las olas. En una de esas bahías estaba el motivo de mi viaje.
Se fue a dormir y yo me quedé un rato más contemplando la noche.
Amaneció nublado. Desperté después que ella, cuando se acomodaba el cabello y me observaba a través del espejo desde la silla de mimbre del buró.
-Todo esto del viaje es una metáfora, ¿verdad? –me dijo muy seria.
-¿Cómo que una metáfora?
-Sí: vienes a recuperar un pasado perdido; a desempolvar algo que jamás volverá; a reencontrarte contigo mismo, como en las películas.
-Quisiera recuperar más que eso –le dije, me puse de pie y me vestí-. Vámonos. Estamos a 2 horas.
Paramos por café en una fonda de comida estilo tex mex. Las nubes dejaron caer una tenue lluvia sobre la carretera y las espigas de los matorrales a los costados del camino se arqueaban con el viento.
Atravesamos Puerto Coral y Playa Almeja. Dejó de llover antes de las doce del día, justo cuando llegamos a nuestro destino.
Hace 20 años, el Tiki era el último hotel de bahía Barracuda. Lo rodeaban dunas de arena y vegetación rastrera. Mi familia acostumbraba hospedarse ahí durante las vacaciones de verano, por ser un lugar apacible y económico. El progreso llegó al puerto y ahora hay hoteles, condominios y tiendas por todos lados.
Reservamos un cuarto para pasar ahí el resto de la semana.
Cruzamos los jardines de cocoteros y flores hasta dar con nuestra habitación. Dejamos las maletas sobre la cama, la tomé de una mano y salimos. Corrimos hacia la escalinata que atraviesa el rompeolas y da a la playa.
Lo mejor que pudo haber hecho, fue lo que hizo: abrazarme muy fuerte cuando se me derrumbó la mirada. El lugar ya no existía: construyeron un Holiday Inn Express y un complejo de apartamentos encima.
-Podemos pedir permiso para entrar y excavar en los jardines y en el área de la alberca –me dijo ingenuamente para darme ánimos.
-No. El lugar exacto estaba donde ahora están los muros de contención del hotel y la banqueta de acceso.
-Lo siento mucho. No sé qué decirte.
Y tuve que revelarle el motivo del viaje.
-Hace 20 años desobedecí a mis padres y me metí al mar sin que se dieran cuenta. Una ola enorme me azotó y revolcó en el fondo. Cuando quise tomar aire, otra ola me hizo tragar agua, me succionó, y de ahí ya no recuerdo nada. No sé cómo llegué a la orilla. Regresé muy asustado al cuarto, pero no comenté nada por temor a que me regañaran. Esa noche soñé lo que me había sucedido; volví a sentir la angustia de no tener aire en los pulmones, sólo que en mi sueño una mujer –la más hermosa que he visto en mi vida- me tomaba del brazo y me arrastraba hasta ponerme a salvo en la arena. Yo estaba tendido boca arriba y ella me acariciaba la frente y me decía que todo estaba bien. Cuando le preguntaba su nombre, me besaba en la boca, se ponía de pie a contraluz del sol y sólo veía su silueta negra alejándose hacia el mar.
Cuando desperté, los labios me sabían a sal, y lo primero que hice fue garabatear con unas crayolas su rostro. Doblé la hoja con mi intento de retrato femenino y la metí en una cajita de madera donde mi mamá guardaba hilo, agujas y botones cuando salíamos de viaje. Vine a la playa, a las dunas que estaban donde ahora está el hotel, y la enterré. Imaginé que mi dibujo era una oruga y la cajita el capullo, y que tarde o temprano de la arena brotaría la dama de mi sueño.
Ella permanecía en silencio, atenta a todo lo que le decía.
-Suena estúpida la anécdota que acabo de contarte, pero ya no sé de qué manera demostrarte que, a pesar de todo, sigo creyendo que eres mi único destino. Mi único amor; y ese dibujo era mi última oportunidad para recuperarte.
-¿Por qué?... No te entiendo.
-Porque la mujer es idéntica a ti.
El rostro se le llenó de lágrimas, un relámpago partió el cielo, los ojos se me nublaron como ese día y la boca me supo a sal el resto de la semana.
Desde la terraza, a lo lejos, se podían apreciar las luces de otras bahías y el murmullo de las olas. En una de esas bahías estaba el motivo de mi viaje.
Se fue a dormir y yo me quedé un rato más contemplando la noche.
Amaneció nublado. Desperté después que ella, cuando se acomodaba el cabello y me observaba a través del espejo desde la silla de mimbre del buró.
-Todo esto del viaje es una metáfora, ¿verdad? –me dijo muy seria.
-¿Cómo que una metáfora?
-Sí: vienes a recuperar un pasado perdido; a desempolvar algo que jamás volverá; a reencontrarte contigo mismo, como en las películas.
-Quisiera recuperar más que eso –le dije, me puse de pie y me vestí-. Vámonos. Estamos a 2 horas.
Paramos por café en una fonda de comida estilo tex mex. Las nubes dejaron caer una tenue lluvia sobre la carretera y las espigas de los matorrales a los costados del camino se arqueaban con el viento.
Atravesamos Puerto Coral y Playa Almeja. Dejó de llover antes de las doce del día, justo cuando llegamos a nuestro destino.
Hace 20 años, el Tiki era el último hotel de bahía Barracuda. Lo rodeaban dunas de arena y vegetación rastrera. Mi familia acostumbraba hospedarse ahí durante las vacaciones de verano, por ser un lugar apacible y económico. El progreso llegó al puerto y ahora hay hoteles, condominios y tiendas por todos lados.
Reservamos un cuarto para pasar ahí el resto de la semana.
Cruzamos los jardines de cocoteros y flores hasta dar con nuestra habitación. Dejamos las maletas sobre la cama, la tomé de una mano y salimos. Corrimos hacia la escalinata que atraviesa el rompeolas y da a la playa.
Lo mejor que pudo haber hecho, fue lo que hizo: abrazarme muy fuerte cuando se me derrumbó la mirada. El lugar ya no existía: construyeron un Holiday Inn Express y un complejo de apartamentos encima.
-Podemos pedir permiso para entrar y excavar en los jardines y en el área de la alberca –me dijo ingenuamente para darme ánimos.
-No. El lugar exacto estaba donde ahora están los muros de contención del hotel y la banqueta de acceso.
-Lo siento mucho. No sé qué decirte.
Y tuve que revelarle el motivo del viaje.
-Hace 20 años desobedecí a mis padres y me metí al mar sin que se dieran cuenta. Una ola enorme me azotó y revolcó en el fondo. Cuando quise tomar aire, otra ola me hizo tragar agua, me succionó, y de ahí ya no recuerdo nada. No sé cómo llegué a la orilla. Regresé muy asustado al cuarto, pero no comenté nada por temor a que me regañaran. Esa noche soñé lo que me había sucedido; volví a sentir la angustia de no tener aire en los pulmones, sólo que en mi sueño una mujer –la más hermosa que he visto en mi vida- me tomaba del brazo y me arrastraba hasta ponerme a salvo en la arena. Yo estaba tendido boca arriba y ella me acariciaba la frente y me decía que todo estaba bien. Cuando le preguntaba su nombre, me besaba en la boca, se ponía de pie a contraluz del sol y sólo veía su silueta negra alejándose hacia el mar.
Cuando desperté, los labios me sabían a sal, y lo primero que hice fue garabatear con unas crayolas su rostro. Doblé la hoja con mi intento de retrato femenino y la metí en una cajita de madera donde mi mamá guardaba hilo, agujas y botones cuando salíamos de viaje. Vine a la playa, a las dunas que estaban donde ahora está el hotel, y la enterré. Imaginé que mi dibujo era una oruga y la cajita el capullo, y que tarde o temprano de la arena brotaría la dama de mi sueño.
Ella permanecía en silencio, atenta a todo lo que le decía.
-Suena estúpida la anécdota que acabo de contarte, pero ya no sé de qué manera demostrarte que, a pesar de todo, sigo creyendo que eres mi único destino. Mi único amor; y ese dibujo era mi última oportunidad para recuperarte.
-¿Por qué?... No te entiendo.
-Porque la mujer es idéntica a ti.
El rostro se le llenó de lágrimas, un relámpago partió el cielo, los ojos se me nublaron como ese día y la boca me supo a sal el resto de la semana.
Mañana: Epílogo