Me caga que le digan "sopa de arroz" al arroz. ¿Sopa? Pues dónde le vieron el caldo o qué chingados...
También me caga que le digan "trusa" a los calzones.
Está con madre que hoy todo me cague y no sea lunes.
Ahorita me voy a poner a ver videos en Teleritmo para seguir haciendo corajes.
P.D. Mis vecinitos -Shrek, la Princesa Feona y sus renacuajillos- terminaron hartando a la señora que me renta con sus cosas misteriosas (al parecer la morra traía a señores que no eran su ex marido -con quien supuestamente se reconcilió- al depa) y no fue necesario maquinar mi plan macabro para que los corrieran. Se van en 15 días, juajuajua. Lo triste es que ya no habrá historias de cuando me pedían dinero y los mandaba al carajo.
Ya no me caga tanto hoy. Quiero andar todo el día en trusa y comer sopa de arroz.
"El hombre es la especie más insensata: venera a un Dios invisible y masacra a una naturaleza visible, sin saber que esta naturaleza que masacra es ese Dios invisible que venera". Hubert Reeves
miércoles, febrero 28, 2007
domingo, febrero 25, 2007
Caracoles de cuerda
No existe eso de que el acuerdo fue mutuo. Al menos no en los rompimientos. Una de las dos partes es quien da la patada de kick off en el culo a la otra. Y muchas veces le toca a uno recibirla irremediablemente. No es una patada suavecita, como la que Raúl Velasco -que en paz descanse y que me vale verga si se murió- le daba a los artistas que se entrenaban en su programa como señal de buena suerte; no, esta que digo es una patada que saca las tripas por la boca. Y no queda más que dar cuerda a los caracoles, arrastrarse detrás de la tortuga, poner los relojes de arena con la arena hacia arriba y ver cómo se vacían, y voltearlos cuantas veces sea necesario y que la arena cubra las herida, más no el recuerdo. Pero el tiempo es cruel verdugo, es cabrón, porque así como sana, también tarda en sanar y cicatrizar lo que destazó, y así como va cimentando poco a poco un nuevo destino, también teje el manto del olvido: manto que se cubre de polvo cubriendo viejos recuerdos, manto que muchas veces no vuelve a destapar lo que cubre. Eso es lo que pudiera aterrarme: quedar tapado y olvidado.
jueves, febrero 22, 2007
Aviso
Pues me dicen que ya pueden empezar a depositar su lana para recibir el libro de Chistes Alowey.
La cuenta es 0533973035 de Banorte. Por favor manden el comprobante del depósito al mail editorial.solano@gmail.com con copia a mí, para identificar quiénes ya depositaron e ir armando los paquetes y mandárselos. La cuenta está a nombre de Oscar Manuel Villalobos, el mero mero de la editorial.
La cuenta es 0533973035 de Banorte. Por favor manden el comprobante del depósito al mail editorial.solano@gmail.com con copia a mí, para identificar quiénes ya depositaron e ir armando los paquetes y mandárselos. La cuenta está a nombre de Oscar Manuel Villalobos, el mero mero de la editorial.
Los que ya me mandaron un mail con sus datos, no se preocupen por poner la dirección y todo otra vez, pues ya los tengo en la lista; los que no, no olviden poner todos sus datos completitos.
Los primeros 50 valientes (o valientas) que depositen recibirán, aparte de 68 páginas a todo color de humor estúpido con una colaboración del Caballo Negro y dos de Kabeza, unos números de la desaparecida revista PONX, donde podrán ver la tira cómica fresa de Caballo Negro, monos del mismísimo Cucamonga, entre otros curiosos trabajos de artistas regiomontanos que colaboran en editoriales gringas y medios nacionales.
¿Todo eso por 70 pesitos? Así es, damas y caballebrios, por 70 pesitos. Recuerden que cada libro cuesta 50 pesos y el gasto de envío es de 20 bolas y pueden pedir hasta 5 libros, esto, para que no aumente el costo del envío. Ya si quieren más, aumenta $10, o sea, $30.
La próxima semana publicaré la lista de los que ya depositaron y la fecha del envío, para que estén pendientes.
Gracias.
lunes, febrero 19, 2007
Con lo que me quedo...
Soy un hombre que puede agradecer y presumir de haberlo tenido todo y darse de topes en la cabeza por haberlo perdido… tal vez para siempre, sin segundas, terceras o cuartas oportunidades ni mágicas coincidencias o reconciliaciones.
Lo peor no es que a uno lo dejen de amar, sino que esa persona que lo ama a uno pierda todas las ilusiones que algún día construyó a nuestro lado y no haya nada ya que se pueda hacer para que las recupere porque sencillamente ya no están ahí; que no exista el poder para levantar esos anhelos en ruinas y hechos polvo. Escuchar un: “ya es demasiado tarde”, es devastador. Ser el causante de ese “ya es demasiado tarde”, para morirse y, antes de morir, repetirse un millón de veces “qué pendejo fui”. Aquí no hay máquinas del tiempo ni vueltas en U, sólo errores que acumula el tiempo en el corazón… desgraciadamente.
Nada genera mayor temor que la incertidumbre de saber si algo es pasajero o tajantemente definitivo. No hay peor impotencia y frustración que saber que, allá afuera de mi mundo, no hay otra como ella: tan amiga, tan amante, tan entregada, tan hermosa, con ese aroma, con esa textura, con ese timbre de voz ronco, con esa risa, con esa mirada, tan sincera; a veces tan brutalmente sincera.
No hay peor arrepentimiento y culpa que haber sido el causante de que lo más nutritivo y valioso que se tenía en la vida haya terminado y no saber en dónde estuvo el error… o saberlo y que te lo digan a cada rato y ya no poder hacer nada para enmendarlo, o haber prometido no volver a cometer el mismo error y seguir errando. Soy humano, y por eso a veces no quisiera serlo, pero juro que día con día lucho por ser una mejor persona porque creo que esa es una de las pocas cosas a lo que se viene a este mundo. Aparte de amar.
Me quedo con la primera vez que te vi y pensé y sentí lo que nunca antes había pensado y sentido al ver a una mujer. Con cómo me decías “chiquito”, “precioso” y “papacito” cuando empezábamos a salir. Con tu forma de ser tan auténtica y honesta; sin poses. Por hacer y decir las cosas a como las sentías; poca gente tiene eso, y esa es una de las tantas cosas que admiro de ti: que no te andas con jaladas. O es o no es, o estás al 100 o no estás; esa sencilla frase la aprendí de ti.
Me quedo también con la primera vez que hicimos el amor, que fue en la parte trasera de mi carro y la primera vez que me dijiste: “vente, precioso”. La primera vez que me quedé a dormir en tu casa sin la preocupación de no llegar a dormir a la mía y que me haya valido madre que me regañaran porque valdría la pena el regaño, y también la primera vez que tú te quedaste a dormir en la mía. Con todas esas veces que se me durmió el brazo abrazandote toda la noche. Con tus intentos de cocinar y tus manias con la lavada de los trastes. Cuando fuimos a un table dance porque querías conocer uno y me mandaste una chava, jajaja; es fecha que nadie me cree que eso pasó. Leerte cualquier cosa en las noches y tu mirada atenta en mi boca. ¿No sé si sabías que fuiste la primera en darme un beso en la palma de la mano? No se me olvida, como tampoco tus besos en mis pies o ese instinto que tienes para saber en qué parte de la espalda tenía comezón. Todos los viajes que hicimos; mejor compañera de viaje no puede haber. También los viajes internos, que fueron los más importantes. Cuando te gustaba lo que escribía y mi premio era arrancarte dos que tres lágrimas, en serio que me hacías sentir tu Joaquín Sabina de pacotilla.
Y por encima de todo, me quedo con todo lo que me hiciste sentir y cultivaste en mí en estos casi 2000 días de estar conmigo, y que todo lo hacías a un lado para estar siempre a mi lado. Todo.
Y si algo tengo que agradecerte, aparte de todo lo que me diste, es haber roto ese mito de que el amor y la emoción de estar enamorado dura sólo dos años y de que las relaciones se vuelven rutinarias y aburridas. Es una vil mentira. Te agradezco por siempre estar ahí, con dinero o sin dinero, de buenas y de malas, con mis cosas, mis inseguridades, mis temores, mis celos, mis sueños, mis secretos, mis fallas, mi forma de ser extraña y mis virtudes que viniste a multiplicar.
Y te pido disculpas por no saber bailar, por a veces hacerte pagar porque no traía dinero, por las veces que te hice enojar, por las veces que no te pedí perdón, por la falta de detalles, por odiar las serenatas, por dejarte de escribir cartas de amor por mail, por decir pendejadas, por cobarde, por mala copa, por infantil, por enojarme y cantarte cosas del pasado que no vienen al caso, por egoísta, por cómodo, por todo lo malo, por haber sido algo importante en tu vida y dejar de serlo, por no darte todo lo que quieres tener y mereces tener… ya no puedo seguir escribiendo esto…
Disculparán si me tardo en escribir...
Gracias.
Lo peor no es que a uno lo dejen de amar, sino que esa persona que lo ama a uno pierda todas las ilusiones que algún día construyó a nuestro lado y no haya nada ya que se pueda hacer para que las recupere porque sencillamente ya no están ahí; que no exista el poder para levantar esos anhelos en ruinas y hechos polvo. Escuchar un: “ya es demasiado tarde”, es devastador. Ser el causante de ese “ya es demasiado tarde”, para morirse y, antes de morir, repetirse un millón de veces “qué pendejo fui”. Aquí no hay máquinas del tiempo ni vueltas en U, sólo errores que acumula el tiempo en el corazón… desgraciadamente.
Nada genera mayor temor que la incertidumbre de saber si algo es pasajero o tajantemente definitivo. No hay peor impotencia y frustración que saber que, allá afuera de mi mundo, no hay otra como ella: tan amiga, tan amante, tan entregada, tan hermosa, con ese aroma, con esa textura, con ese timbre de voz ronco, con esa risa, con esa mirada, tan sincera; a veces tan brutalmente sincera.
No hay peor arrepentimiento y culpa que haber sido el causante de que lo más nutritivo y valioso que se tenía en la vida haya terminado y no saber en dónde estuvo el error… o saberlo y que te lo digan a cada rato y ya no poder hacer nada para enmendarlo, o haber prometido no volver a cometer el mismo error y seguir errando. Soy humano, y por eso a veces no quisiera serlo, pero juro que día con día lucho por ser una mejor persona porque creo que esa es una de las pocas cosas a lo que se viene a este mundo. Aparte de amar.
Me quedo con la primera vez que te vi y pensé y sentí lo que nunca antes había pensado y sentido al ver a una mujer. Con cómo me decías “chiquito”, “precioso” y “papacito” cuando empezábamos a salir. Con tu forma de ser tan auténtica y honesta; sin poses. Por hacer y decir las cosas a como las sentías; poca gente tiene eso, y esa es una de las tantas cosas que admiro de ti: que no te andas con jaladas. O es o no es, o estás al 100 o no estás; esa sencilla frase la aprendí de ti.
Me quedo también con la primera vez que hicimos el amor, que fue en la parte trasera de mi carro y la primera vez que me dijiste: “vente, precioso”. La primera vez que me quedé a dormir en tu casa sin la preocupación de no llegar a dormir a la mía y que me haya valido madre que me regañaran porque valdría la pena el regaño, y también la primera vez que tú te quedaste a dormir en la mía. Con todas esas veces que se me durmió el brazo abrazandote toda la noche. Con tus intentos de cocinar y tus manias con la lavada de los trastes. Cuando fuimos a un table dance porque querías conocer uno y me mandaste una chava, jajaja; es fecha que nadie me cree que eso pasó. Leerte cualquier cosa en las noches y tu mirada atenta en mi boca. ¿No sé si sabías que fuiste la primera en darme un beso en la palma de la mano? No se me olvida, como tampoco tus besos en mis pies o ese instinto que tienes para saber en qué parte de la espalda tenía comezón. Todos los viajes que hicimos; mejor compañera de viaje no puede haber. También los viajes internos, que fueron los más importantes. Cuando te gustaba lo que escribía y mi premio era arrancarte dos que tres lágrimas, en serio que me hacías sentir tu Joaquín Sabina de pacotilla.
Y por encima de todo, me quedo con todo lo que me hiciste sentir y cultivaste en mí en estos casi 2000 días de estar conmigo, y que todo lo hacías a un lado para estar siempre a mi lado. Todo.
Y si algo tengo que agradecerte, aparte de todo lo que me diste, es haber roto ese mito de que el amor y la emoción de estar enamorado dura sólo dos años y de que las relaciones se vuelven rutinarias y aburridas. Es una vil mentira. Te agradezco por siempre estar ahí, con dinero o sin dinero, de buenas y de malas, con mis cosas, mis inseguridades, mis temores, mis celos, mis sueños, mis secretos, mis fallas, mi forma de ser extraña y mis virtudes que viniste a multiplicar.
Y te pido disculpas por no saber bailar, por a veces hacerte pagar porque no traía dinero, por las veces que te hice enojar, por las veces que no te pedí perdón, por la falta de detalles, por odiar las serenatas, por dejarte de escribir cartas de amor por mail, por decir pendejadas, por cobarde, por mala copa, por infantil, por enojarme y cantarte cosas del pasado que no vienen al caso, por egoísta, por cómodo, por todo lo malo, por haber sido algo importante en tu vida y dejar de serlo, por no darte todo lo que quieres tener y mereces tener… ya no puedo seguir escribiendo esto…
Disculparán si me tardo en escribir...
Gracias.
sábado, febrero 17, 2007
El mundo está lleno de Panchos López 2
Como sabrán, vivo arriba de una casa que tiene dos departamentos independientes, unidos sólo por una terraza, ubicados en un lugar de La Mancha de cuyo nombre prefiero no acordarme. Hace más de un año logré que corrieran a Panchito López, mi Sancho Panza y Némesis, pues odiaba que salieran tan caros los servicios, que no me pagara el dinero de los recibos, que me pidiera prestado para sus pedas, para sus negocios puñeteros, para la gasolina, para el taxi, que no tuviera teléfono y me lo pidiera a cada rato, que llegara del trabajo y lo encontrara en mi cuarto hablando por teléfono, que le subiera tanto a su música, a la tele, que pusiera un tendedero tipo vecindad del Chavo del 8 en la terraza, que lavara ropa en domingo por la mañana, etc. Aunque eso de meter a toda la tribu de su vieja a mi depa cuando me fui a Europa fue lo que más me encabronó.
Cuando logré que Panchito López se fuera, me dijo hasta de lo que me iba a morir, me echó la maldición gitana, magia negra y le dijo a todo el mundo lo, ay, mierda y culero y mal amigo que yo era, snif. Pero bueno, de perdido algo le quedó muy claro a él y a la señora que me renta: que yo no valgo madre, que soy una delicada con el ruido y que no me gusta que me estén chingando y me caga que me toquen en la puerta para pedirme dinero, el teléfono o cualquier otra cosa. Pero eso sí: que pago a tiempo, que no me meto con nadie, que no hago ruido y no estoy chingando ni mortificando a nadie pidiéndole dinero prestado, pidiendo vasos, platos, el asador o cualquier pendejada. Dejo vivir para que me dejen vivir.
Qué bueno que les quedó claro que yo no soy el típico “¡Hooolaaa vecinito, cómo le va!!!”, ni tampoco “el compadrito” que sale a tomar el fresco y hace plática con el otro vecinito y se hacen amiguis y se toman sus cervezas juntos. A mí no me gusta que me molesten cuando estoy en mi casa, punto; y menos para pendejadas. En pocas palabras, moléstenme a menos que se esté quemando la colonia entera porque hizo erupción un cerro, cuando se escapen los presos del penal que está a cinco cuadras o cuando esté un desfile de viejas encueradas en la primaria de enfrente; mientras tanto, no vengan a joder.
Como me enteré que dijo una vez la rentera a alguien que vino a pedir informes del depa contiguo: “Pues el de a lado es muy buen muchacho, no tengo problemas con él, pero como que no le gusta que le hablen ni nada. No socializa y trabaja en las noches. Siempre está encerrado, sale muy poco y ni ruido hace”. ¡Con madre!, pensé yo, me dijeron que soy “misterioso”; hasta me sentí El Lobo Estepario, snif.
Bueno, ya me salí del tema; pues resulta que ahora tengo un enjambre de Panchitos López a un lado. Vive un tipo que es compadre del dueño de la imprenta en la que yo estaba asociado. Yo lo conocía poco, recuerdo que tenía fama de pediche y gandalla. El güey iba a vivir sólo porque estaba en proceso de divorcio con su ruca, pero después se trajo a vivir a sus escandalosos güercos con él porque se los quitó a la vieja. Pero ahora resulta que también la vieja loca –tiene el pelo casi a rapa y pintado con unas rayas fiuchas y siempre trae camisa de los tigres- está ahí metida porque va a haber reconciliación… aaay, cha la la la laaa.
Total, tengo cuatro gentes a un lado, cuatro seres que escuchan Celso Piña y no se pierden Otro Rollo y se alimentan a base de Jarritos de tamarindo y Ruffles verdes con salsa. Y eso no es lo malo, lo peor es que el miércoles, mientras caminaba yo muy campante rumbo a mi coche, que me sale el bato este de la nada y en plena oscuridad, y me saca un pedote porque, pues no es nada guapo, y me dice: “qué onda Guffo, ¿no tendrás 100 pesos que me emprestes?” y pues se los “empresté” para deshacerme rápido de él. Pero ahí no acabó el pedo.
El jueves por la tarde tocan a mi puerta y era el batito este, una mezcla física de Shrek y Felix Greco, el juez que no sabe hablar de Bailando por un Sueño, y me dice:
- ¿Qué onda? –con una sonrisota horrorosa.
- Nada… ¿qué pasó? –le pregunto.
- ¿Qué hace o qué vecino?
- Nada… estoy trabajando… ¿qué fue? –insistía yo en que me dijera qué putas quería.
- A ver tu depa, vecino, no lo conozco.
Puta madre, lo que me faltaba: alguien que cree que soy buena onda, con modales y que me encanta andar socializando y mostrando mi casa e invitándolos a pasar.
- Este… estoy trabajando… estoy en una llamada… orita te busco ahí en tu casa… - le dije cerrándole casi la puerta en las narices
- Oye, no, bueno, es que quería saber si no tenías otros 100 pesos que me “emprestes”
No mames… ¡Hijo de putaaa! Me caga que me vengan a tocar a la puerta para pendejadas, ¿que la señora no le dijo eso a este cabrón, o qué?
Le dije que no tenía dinero y Shrek versión tercermundista empezó a regatear; a regatear vilmente:
- Bueno, ¿no trais cincuenta, de perdido?
- No traigo wey…
- ¿Veinte?
- No traigo nada… -y me tocaba los bolsillos.
- Ay, ¿a poco no traes veinte pesos?
- No –y me seguía tocando las bolsas de los pantalones y sonaron las llaves del carro.
- Ahí trais, wey, no seas gacho
- No wey… son las llaves del carro…estoy en una llamada, orita te veo… -y le cerré la puerta a la verga achatando más su nariz de ogro verde.
Hoy sábado fui a la imprenta de mi ex socio para hacer un trabajo -unas hojas membretadas- y ahí estaba mi vecino, El Shrek Greco. Me miró despectivamente y con cierto ardor en la mirada, al igual que los demás trabajadores. Obviamente ya les había chismeado y todos sabían de “mi mierdencia” y de “lo grosero” y “culo” que era, lo mismo que decía Panchito López de mí.
Y me dio mucho gusto que me odiara, a ver si así deja de estar chingando.
Cuando logré que Panchito López se fuera, me dijo hasta de lo que me iba a morir, me echó la maldición gitana, magia negra y le dijo a todo el mundo lo, ay, mierda y culero y mal amigo que yo era, snif. Pero bueno, de perdido algo le quedó muy claro a él y a la señora que me renta: que yo no valgo madre, que soy una delicada con el ruido y que no me gusta que me estén chingando y me caga que me toquen en la puerta para pedirme dinero, el teléfono o cualquier otra cosa. Pero eso sí: que pago a tiempo, que no me meto con nadie, que no hago ruido y no estoy chingando ni mortificando a nadie pidiéndole dinero prestado, pidiendo vasos, platos, el asador o cualquier pendejada. Dejo vivir para que me dejen vivir.
Qué bueno que les quedó claro que yo no soy el típico “¡Hooolaaa vecinito, cómo le va!!!”, ni tampoco “el compadrito” que sale a tomar el fresco y hace plática con el otro vecinito y se hacen amiguis y se toman sus cervezas juntos. A mí no me gusta que me molesten cuando estoy en mi casa, punto; y menos para pendejadas. En pocas palabras, moléstenme a menos que se esté quemando la colonia entera porque hizo erupción un cerro, cuando se escapen los presos del penal que está a cinco cuadras o cuando esté un desfile de viejas encueradas en la primaria de enfrente; mientras tanto, no vengan a joder.
Como me enteré que dijo una vez la rentera a alguien que vino a pedir informes del depa contiguo: “Pues el de a lado es muy buen muchacho, no tengo problemas con él, pero como que no le gusta que le hablen ni nada. No socializa y trabaja en las noches. Siempre está encerrado, sale muy poco y ni ruido hace”. ¡Con madre!, pensé yo, me dijeron que soy “misterioso”; hasta me sentí El Lobo Estepario, snif.
Bueno, ya me salí del tema; pues resulta que ahora tengo un enjambre de Panchitos López a un lado. Vive un tipo que es compadre del dueño de la imprenta en la que yo estaba asociado. Yo lo conocía poco, recuerdo que tenía fama de pediche y gandalla. El güey iba a vivir sólo porque estaba en proceso de divorcio con su ruca, pero después se trajo a vivir a sus escandalosos güercos con él porque se los quitó a la vieja. Pero ahora resulta que también la vieja loca –tiene el pelo casi a rapa y pintado con unas rayas fiuchas y siempre trae camisa de los tigres- está ahí metida porque va a haber reconciliación… aaay, cha la la la laaa.
Total, tengo cuatro gentes a un lado, cuatro seres que escuchan Celso Piña y no se pierden Otro Rollo y se alimentan a base de Jarritos de tamarindo y Ruffles verdes con salsa. Y eso no es lo malo, lo peor es que el miércoles, mientras caminaba yo muy campante rumbo a mi coche, que me sale el bato este de la nada y en plena oscuridad, y me saca un pedote porque, pues no es nada guapo, y me dice: “qué onda Guffo, ¿no tendrás 100 pesos que me emprestes?” y pues se los “empresté” para deshacerme rápido de él. Pero ahí no acabó el pedo.
El jueves por la tarde tocan a mi puerta y era el batito este, una mezcla física de Shrek y Felix Greco, el juez que no sabe hablar de Bailando por un Sueño, y me dice:
- ¿Qué onda? –con una sonrisota horrorosa.
- Nada… ¿qué pasó? –le pregunto.
- ¿Qué hace o qué vecino?
- Nada… estoy trabajando… ¿qué fue? –insistía yo en que me dijera qué putas quería.
- A ver tu depa, vecino, no lo conozco.
Puta madre, lo que me faltaba: alguien que cree que soy buena onda, con modales y que me encanta andar socializando y mostrando mi casa e invitándolos a pasar.
- Este… estoy trabajando… estoy en una llamada… orita te busco ahí en tu casa… - le dije cerrándole casi la puerta en las narices
- Oye, no, bueno, es que quería saber si no tenías otros 100 pesos que me “emprestes”
No mames… ¡Hijo de putaaa! Me caga que me vengan a tocar a la puerta para pendejadas, ¿que la señora no le dijo eso a este cabrón, o qué?
Le dije que no tenía dinero y Shrek versión tercermundista empezó a regatear; a regatear vilmente:
- Bueno, ¿no trais cincuenta, de perdido?
- No traigo wey…
- ¿Veinte?
- No traigo nada… -y me tocaba los bolsillos.
- Ay, ¿a poco no traes veinte pesos?
- No –y me seguía tocando las bolsas de los pantalones y sonaron las llaves del carro.
- Ahí trais, wey, no seas gacho
- No wey… son las llaves del carro…estoy en una llamada, orita te veo… -y le cerré la puerta a la verga achatando más su nariz de ogro verde.
Hoy sábado fui a la imprenta de mi ex socio para hacer un trabajo -unas hojas membretadas- y ahí estaba mi vecino, El Shrek Greco. Me miró despectivamente y con cierto ardor en la mirada, al igual que los demás trabajadores. Obviamente ya les había chismeado y todos sabían de “mi mierdencia” y de “lo grosero” y “culo” que era, lo mismo que decía Panchito López de mí.
Y me dio mucho gusto que me odiara, a ver si así deja de estar chingando.
viernes, febrero 16, 2007
El mundo está lleno de Panchitos López
Ayer, Jueves de Agasajo en HEB, me hablaron al bati teléfono secreto de mi cuarto buscando a Panchito López, mi antiguo roomate, distinguido oficial de tránsito, prófugo del fisco y nombre predilecto en las listas de números rojos de los bancos, Elektra, Coppel y hasta FAMSA.
Era una llamada en calidad de urgente –precisamente- de un banco, no recuerdo qué banco, pero no creo que del banco de la barra de una cantina donde mi ex compañero también debe de tener algunas cuentas pendientes. Me comentaba el ejecutivo bancario que el Señor Francisco López y su mujer se negaban a contestar las llamadas en su celular y que no tenían otro teléfono en dónde localizarlos y que habían puesto como referencia mi número telefónico, imagino yo, como su última venganza por haberlos corrido a la verga de esta casa.
El tipo me interrogaba como si Panchito López fuera mi hermano lelo o como si lo quisiera mucho o nos llevaramos de piquete de cola, y me advirtió que iban a venir a la casa a investigar y a llevarse mis pertenencias en dado caso de que yo estuviera protegiendo a Panchito López y su mujer. Yo estaba tan ocupado en mis clase de origami y telequinesis, que mandé al tipo directo -y sin escalas- a la verga diciéndole: “Pos vengan… pero lamento decirte, compadre, que Panchito López ya se los chingo con esa lana”.
Para los que no se acuerden quién es Panchito López porque tienen la capacidad cerebral de un pepino de mar, Panchito López fue mi compañero de departamento por casi un año y, entre sus hazañas más memorables, estuvieron:
-Meter a vivir a su vieja en el depa con el pretexto de que “nomás se va a quedar una semana”; y esa semana se convirtió en un año.
-Tener a su vieja todo el día a un lado y, a pesar de la pared que nos separaba, escuchar las mierdas de programas que veía en la tele; esos programas matutinos donde artistuchos pendejos se ponen a bailar por todo para "celebrar que ya es de mañana" y dicen horóscopos y de más pendejadas.
- Adoptar como mascotas a dos patos cagones que luego tiró en un monte baldío el muy ojete.
- Poner a todo volumen al Tropical Panamá, Banda Limón y otros de esos grupos rascuaches y considerar a Los Tigres del Norte como “música de nacos” o "música de infelices". Chale, no sé él qué se creía.
- Coleccionar botes de vidrio, principalmente de mayonesa Hellmans, Tang y Nescafé que no sirvieron para ni madres y aquí los sigo teniendo como herencia y sigo sin entender por qué riatas los lavaba y los guardaba... ¿con qué intención?
- Meter a sus suegros y cuñadillos a vivir en mi cuarto cuando estuve ausente tres semanas en las Europas. Esto si que me encabronó y fue cuando maquiné el plan para que los corriera la rentera, muajajajaja.
- Inflar los recibos de la luz hasta 700 pesos mensuales y el del agua hasta 600.
-Tomarse mis cervezas.
-Sacar dos bolsas de basura de las grandotas a diario. Si a ese güey le dieran un planeta nuevo, se lo chinga en dos semanas; en serio.
- Pedirme 15 mil pesos para poner un negocio de celulares. Casi me cago de risa en su cara.
- Destrozar su carro y las patas de su vieja en un accidente por andar manejando bien pedo con dinero que no era de él.
- Comprar un refrigerador con “ice maker” que escondió en casa de una tía para que no se lo fueran a quitar por no pagarlo.
-Deber más de 60 mil pesos en una tarjeta y ganar 6 mil pesos mensuales, con los cuales pagaba la renta, su carro, el tratamiento de su vieja y de más.
De hecho, todo lo que escribí de Pancho López en este blog lo borré porque, de tanta mala vibra que le tiraba, neta que sí llegué a pensar que yo era el culpable de su mala suerte. Pero en fin, no estuvo tan mal vivir con él pues sus aventuritas dieron para 20 tiras cómicas que muy pronto saldrán en el libro de Chistes Alowey
La cosa es que, si algún día, amados lectores, llegaron como yo a a creer que Panchito López era merma de una fábrica de inmundicia humana y social, los que tengo ahora a lado viviendo son Panchitos López transgénicos, o sea, más cabrones. Ya les platicaré de ellos para que lloren…
Era una llamada en calidad de urgente –precisamente- de un banco, no recuerdo qué banco, pero no creo que del banco de la barra de una cantina donde mi ex compañero también debe de tener algunas cuentas pendientes. Me comentaba el ejecutivo bancario que el Señor Francisco López y su mujer se negaban a contestar las llamadas en su celular y que no tenían otro teléfono en dónde localizarlos y que habían puesto como referencia mi número telefónico, imagino yo, como su última venganza por haberlos corrido a la verga de esta casa.
El tipo me interrogaba como si Panchito López fuera mi hermano lelo o como si lo quisiera mucho o nos llevaramos de piquete de cola, y me advirtió que iban a venir a la casa a investigar y a llevarse mis pertenencias en dado caso de que yo estuviera protegiendo a Panchito López y su mujer. Yo estaba tan ocupado en mis clase de origami y telequinesis, que mandé al tipo directo -y sin escalas- a la verga diciéndole: “Pos vengan… pero lamento decirte, compadre, que Panchito López ya se los chingo con esa lana”.
Para los que no se acuerden quién es Panchito López porque tienen la capacidad cerebral de un pepino de mar, Panchito López fue mi compañero de departamento por casi un año y, entre sus hazañas más memorables, estuvieron:
-Meter a vivir a su vieja en el depa con el pretexto de que “nomás se va a quedar una semana”; y esa semana se convirtió en un año.
-Tener a su vieja todo el día a un lado y, a pesar de la pared que nos separaba, escuchar las mierdas de programas que veía en la tele; esos programas matutinos donde artistuchos pendejos se ponen a bailar por todo para "celebrar que ya es de mañana" y dicen horóscopos y de más pendejadas.
- Adoptar como mascotas a dos patos cagones que luego tiró en un monte baldío el muy ojete.
- Poner a todo volumen al Tropical Panamá, Banda Limón y otros de esos grupos rascuaches y considerar a Los Tigres del Norte como “música de nacos” o "música de infelices". Chale, no sé él qué se creía.
- Coleccionar botes de vidrio, principalmente de mayonesa Hellmans, Tang y Nescafé que no sirvieron para ni madres y aquí los sigo teniendo como herencia y sigo sin entender por qué riatas los lavaba y los guardaba... ¿con qué intención?
- Meter a sus suegros y cuñadillos a vivir en mi cuarto cuando estuve ausente tres semanas en las Europas. Esto si que me encabronó y fue cuando maquiné el plan para que los corriera la rentera, muajajajaja.
- Inflar los recibos de la luz hasta 700 pesos mensuales y el del agua hasta 600.
-Tomarse mis cervezas.
-Sacar dos bolsas de basura de las grandotas a diario. Si a ese güey le dieran un planeta nuevo, se lo chinga en dos semanas; en serio.
- Pedirme 15 mil pesos para poner un negocio de celulares. Casi me cago de risa en su cara.
- Destrozar su carro y las patas de su vieja en un accidente por andar manejando bien pedo con dinero que no era de él.
- Comprar un refrigerador con “ice maker” que escondió en casa de una tía para que no se lo fueran a quitar por no pagarlo.
-Deber más de 60 mil pesos en una tarjeta y ganar 6 mil pesos mensuales, con los cuales pagaba la renta, su carro, el tratamiento de su vieja y de más.
De hecho, todo lo que escribí de Pancho López en este blog lo borré porque, de tanta mala vibra que le tiraba, neta que sí llegué a pensar que yo era el culpable de su mala suerte. Pero en fin, no estuvo tan mal vivir con él pues sus aventuritas dieron para 20 tiras cómicas que muy pronto saldrán en el libro de Chistes Alowey
La cosa es que, si algún día, amados lectores, llegaron como yo a a creer que Panchito López era merma de una fábrica de inmundicia humana y social, los que tengo ahora a lado viviendo son Panchitos López transgénicos, o sea, más cabrones. Ya les platicaré de ellos para que lloren…
jueves, febrero 15, 2007
Retrorecuerdo
Ayer pasé por la casa de mi infancia. Estaba pintada de un color verde muy feo, como pistache, aunque no recuerdo de qué color era cuando viví allí hasta los 9 años.
Desapareció la cochera en la que cabía un coche compacto: la convirtieron en un cuarto o en una sala, no lo sé. Tampoco sé quién la habite ahora. En la casa de a lado, donde vivía un viejito cascarrabias con su esposa, pusieron una lavandería pequeña y el árbol que estaba en la banqueta ya no está. La terraza seguía ahí, parecía ser lo único que no habían cambiado en todos estos años; bueno, sólo en el horroroso color verde. La terraza era donde más me gustaba estar porque se veía la fronda del árbol, los nidos de los pájaros, las lagartijas que trepaban y siempre imaginé que un día bajaría desde ahí arriba hasta la banqueta balanceándome por sus ramas. Una vez le comenté esa idea a mi madre y fue un error, pues ya no me dejaba salir a la terraza por temor a que fuera a cumplir lo que le platiqué.
En esa casa mi madre cocinaba muy seguido lengua de res, hígado y riñones, los que comía sin respingar para evitar un regaño de mi padre. “Es lo que hay y te lo comes todo, punto”, me decía. Y yo obedecía sin hacer caras. Los revolvía con el arroz y los frijoles para que me supieran menos feos y, cuando mi padre no iba a comer, sólo me comía el arroz y los frijoles y mi madre le inventaba a mi papá que sí me había comido todo. Me acuerdo también que comía muchas mandarinas porque el viejo cascarrabias y su esposa tenían árboles en su patio que rebasaban la barda y posaban su sombra en nuestra propiedad. No sé si comía tantas mandarinas inconcientemente para quitarme el fuerte sabor de los riñones y el hígado encebollados o simplemente porque me gustaban. Me las comía con todo y semillas, cosa que impresionaba a los pocos amigos de la escuela que a veces invitaba a la casa; esto era cuando no había de comer hígado, riñones o lengua.
El parque que está en contra esquina, donde aprendí a andar en bicicleta y me descalabré saltando de un columpio, lo vi muy abandonado. Ya no hay columpios ni resbaladeros ni pasamanos, el cual, por cierto, nunca pude cruzar de lado a lado pues el dolor en los brazos me ganaba y tenía qué soltarme poco después de la mitad. La hierba estaba muy alta, la fuente sin agua y toda carcomida y manchada. No había ni un niño jugando; estaba muerto.
En el radio del coche sonó una canción que creo que escuché por primera vez en esa casa... y de pronto, sentí una basurita en el ojo...
Desapareció la cochera en la que cabía un coche compacto: la convirtieron en un cuarto o en una sala, no lo sé. Tampoco sé quién la habite ahora. En la casa de a lado, donde vivía un viejito cascarrabias con su esposa, pusieron una lavandería pequeña y el árbol que estaba en la banqueta ya no está. La terraza seguía ahí, parecía ser lo único que no habían cambiado en todos estos años; bueno, sólo en el horroroso color verde. La terraza era donde más me gustaba estar porque se veía la fronda del árbol, los nidos de los pájaros, las lagartijas que trepaban y siempre imaginé que un día bajaría desde ahí arriba hasta la banqueta balanceándome por sus ramas. Una vez le comenté esa idea a mi madre y fue un error, pues ya no me dejaba salir a la terraza por temor a que fuera a cumplir lo que le platiqué.
En esa casa mi madre cocinaba muy seguido lengua de res, hígado y riñones, los que comía sin respingar para evitar un regaño de mi padre. “Es lo que hay y te lo comes todo, punto”, me decía. Y yo obedecía sin hacer caras. Los revolvía con el arroz y los frijoles para que me supieran menos feos y, cuando mi padre no iba a comer, sólo me comía el arroz y los frijoles y mi madre le inventaba a mi papá que sí me había comido todo. Me acuerdo también que comía muchas mandarinas porque el viejo cascarrabias y su esposa tenían árboles en su patio que rebasaban la barda y posaban su sombra en nuestra propiedad. No sé si comía tantas mandarinas inconcientemente para quitarme el fuerte sabor de los riñones y el hígado encebollados o simplemente porque me gustaban. Me las comía con todo y semillas, cosa que impresionaba a los pocos amigos de la escuela que a veces invitaba a la casa; esto era cuando no había de comer hígado, riñones o lengua.
El parque que está en contra esquina, donde aprendí a andar en bicicleta y me descalabré saltando de un columpio, lo vi muy abandonado. Ya no hay columpios ni resbaladeros ni pasamanos, el cual, por cierto, nunca pude cruzar de lado a lado pues el dolor en los brazos me ganaba y tenía qué soltarme poco después de la mitad. La hierba estaba muy alta, la fuente sin agua y toda carcomida y manchada. No había ni un niño jugando; estaba muerto.
En el radio del coche sonó una canción que creo que escuché por primera vez en esa casa... y de pronto, sentí una basurita en el ojo...
martes, febrero 13, 2007
Gustos gachos
El fin de semana de no me acuerdo qué semana me junté con unos compas que tenía ya rato de no ver. Mientras nadábamos en una alberca llena de billetes del Turista Internacional, bebíamos copa tras copa de quita barniz de puertas Berel y discutíamos temas de relevancia internacional como el precio del chilacayote y la guanábana, todos coincidieron -menos yo- en que la vieja más buena de la serie "Esposas Desesperadas" es la tal Gabrielle Solis, interpretada por la actriz de moda y tapón de alberca Eva Longoria.
Yo les decía que no, que Bree Van der Kamp, interpretada por Marcia Cross, era la más guapa y buenera de las cinco esposas depravadas... digo, desesperadas. Les decía que su peinado perfecto, sus trajes sastre, su carita de mosca muerta, sus obsesiones compulsivas, sus rutinas enfermizas y su inocencia sexual a los cuarentaitantos años hacían como que me dieran ganas de quitarle lo sonsa y rígida a puro macanazo de carne o con masajitos de once dedos.
Una cosa llevó a otra y de repente ya todos mis amigos y yo estábamos pintándonos los labios y... perdón, digo: de repente ya todos estábamos hablando como todo macho alfa de mujeres famosas y de que quiénes estaban más guapas y más buenas y que por quién sí nos poníamos a trabajar… y otra vez discrepé de la opinión de mis amigochos.
Ellos decían que Jennifer López y Catherine Zeta Jones eran las mujeres más chabochas del universo, y yo les decía que a mí no me lo parecían, que a mí en lo personal esas dos arañas pachonas no me gustaban; que yo prefería a Winona Ryder, Drew Barryomore, Alejandra Guzmán y Margarita Gralia. Total, mis compas terminaron concluyendo que yo tengo unos gustos de la reverga y que tiro pa´l monte. Yo les dije que a esas cuatro viejas, las que más me gustan, una vez las metí en una licuadora y salió la vieja perfecta. “Sí ´ombe, ta bueno, ya andas bien pedo”, me dijeron muy amablemente.
De regreso a mi casa me puse a pensar en lo "exigentes" que son mis amigos en cuanto a sus gustos y en lo incongruentes en cuanto a sus acciones, pues nada de ese refinamiento para seleccionar hembras se veía reflejado en las novias ni en las esposas que habían elegido. Algunos siguen solos, ni vieja ni garrote tienen. Y no es por mamón ni por nada, pero de todas no se hace una sola como para andar diciendo que les gusta Caterine Zeta Jones, tengan de vieja a una María Antonieta de las nieves y, aparte, me acusn de tener gustos feos. Aparte, ni buena onda son las pinches viejas como para que digan: “bueno, mi vieja no será Jennifer López, pero es bien a todo dar”. ¿Con qué autoridad me culpan estos cabrones de tener gustos gachos?, pensé, mientras sacaba de abajo de mi colchón la Playboy donde sale la Margara Gralia como pollito rostizado: sin una sola plumita, snif.
Yo les decía que no, que Bree Van der Kamp, interpretada por Marcia Cross, era la más guapa y buenera de las cinco esposas depravadas... digo, desesperadas. Les decía que su peinado perfecto, sus trajes sastre, su carita de mosca muerta, sus obsesiones compulsivas, sus rutinas enfermizas y su inocencia sexual a los cuarentaitantos años hacían como que me dieran ganas de quitarle lo sonsa y rígida a puro macanazo de carne o con masajitos de once dedos.
Una cosa llevó a otra y de repente ya todos mis amigos y yo estábamos pintándonos los labios y... perdón, digo: de repente ya todos estábamos hablando como todo macho alfa de mujeres famosas y de que quiénes estaban más guapas y más buenas y que por quién sí nos poníamos a trabajar… y otra vez discrepé de la opinión de mis amigochos.
Ellos decían que Jennifer López y Catherine Zeta Jones eran las mujeres más chabochas del universo, y yo les decía que a mí no me lo parecían, que a mí en lo personal esas dos arañas pachonas no me gustaban; que yo prefería a Winona Ryder, Drew Barryomore, Alejandra Guzmán y Margarita Gralia. Total, mis compas terminaron concluyendo que yo tengo unos gustos de la reverga y que tiro pa´l monte. Yo les dije que a esas cuatro viejas, las que más me gustan, una vez las metí en una licuadora y salió la vieja perfecta. “Sí ´ombe, ta bueno, ya andas bien pedo”, me dijeron muy amablemente.
De regreso a mi casa me puse a pensar en lo "exigentes" que son mis amigos en cuanto a sus gustos y en lo incongruentes en cuanto a sus acciones, pues nada de ese refinamiento para seleccionar hembras se veía reflejado en las novias ni en las esposas que habían elegido. Algunos siguen solos, ni vieja ni garrote tienen. Y no es por mamón ni por nada, pero de todas no se hace una sola como para andar diciendo que les gusta Caterine Zeta Jones, tengan de vieja a una María Antonieta de las nieves y, aparte, me acusn de tener gustos feos. Aparte, ni buena onda son las pinches viejas como para que digan: “bueno, mi vieja no será Jennifer López, pero es bien a todo dar”. ¿Con qué autoridad me culpan estos cabrones de tener gustos gachos?, pensé, mientras sacaba de abajo de mi colchón la Playboy donde sale la Margara Gralia como pollito rostizado: sin una sola plumita, snif.
lunes, febrero 12, 2007
Versión Beta
Ah pinche Blogger tan cagalero...
Siempre que entraba a postear primero me preguntaba, con la amabilidad de un vendedor de zapatos gay, si quería cambiarme a la nueva versión beta y yo le decía que no, que no me interesaba, que así estaba muy bien y que me importaban un pito de cangrejo ermitaño sus "beneficios".
Ahora que entro me llevo la sorpresa que es de a huevito cambiarse a la versión beta porque ya no me mostraron la opción de "no, ya les dije que no estén jodiendo con su versión beta" y me obligaron a abrir una cuenta en Google que no sé para qué chingaos me va a servir.
Por eso me cagan los gringos y la tecnología, porque siempre se hace lo que ellos dicen.
Mejor váyanse a Big Blogger que ahí escribí también.
P.D. Apenas voy empezando con esta nueva versión y ya publiqué tres veces este pinche post con letra distinta y tamaño distinto... Creo que no nos vamos a llevar bien Blogger y yo
P.D.2 Ya borré los dos anteriores que repetí.
Siempre que entraba a postear primero me preguntaba, con la amabilidad de un vendedor de zapatos gay, si quería cambiarme a la nueva versión beta y yo le decía que no, que no me interesaba, que así estaba muy bien y que me importaban un pito de cangrejo ermitaño sus "beneficios".
Ahora que entro me llevo la sorpresa que es de a huevito cambiarse a la versión beta porque ya no me mostraron la opción de "no, ya les dije que no estén jodiendo con su versión beta" y me obligaron a abrir una cuenta en Google que no sé para qué chingaos me va a servir.
Por eso me cagan los gringos y la tecnología, porque siempre se hace lo que ellos dicen.
Mejor váyanse a Big Blogger que ahí escribí también.
P.D. Apenas voy empezando con esta nueva versión y ya publiqué tres veces este pinche post con letra distinta y tamaño distinto... Creo que no nos vamos a llevar bien Blogger y yo
P.D.2 Ya borré los dos anteriores que repetí.
viernes, febrero 09, 2007
Mi amigo el Agassi
Le decíamos Agassi, como el tenista, y no porque mi compa practicara ese deporte, sino porque olía siempre bien gacho –como a pipí y a popó-, entonces, cada que se nos acercaba, le decíamos: “¡Hagasialaverga, wey!”, y se le quedó el Agassi.
Una vez el Agassi llegó bien bañadito después de tanta madreada que le tiramos ese día: con el pelo bien peinado con gomina, ropa planchada, zapatos boleados y todo el bote de agua de colonia de su padre embarrado en el cuello.”Ah, pinche Agassi, ¿y ora qué mosco te picó?”, le dijimos. El Agassi sonrió satisfecho. “Es que voy a ver a Lizet; le voy a decir que si quiere ser mi novia”, respondió. Y le dimos pamba loca por mamón. A los 11 años eso de andar con niñas era de maricones o de mentirosos. Se zafó manoteando de la lluvia de manos y volvió a acomodarse el peinado. En eso, el Agassi se sentó en los escalones donde siempre perdíamos el tiempo y se le alcanzaron a ver los calzones: los traía todos cagados hasta el elástico. Y que nos lo empezamos a madrear de que pinche Popoman, de que pinche Cacaboy y de que si Lizet le iba a ir a limpiar la caca de la cola, y le hicimos calzón chino con caca y etc. El Agassi se fue llorando bien cabrón a su casa. “Van a ver con mi papá, culeros ¡buaaa!”, nos amenazó. “A chinga, pos si el que se caga eres tú, no nosotros”, gritó un amigo y todos nos “cagamos” de la risa. En eso, que llega Lizet, la niña más bonita de la cuadra y mayor que nosotros por un año, preguntando por el Agassi. Todos nos quedamos sorprendidamente pendejos; el Agassi no nos había mentido. Y ya se nos hizo muy gacho decirle a Lizet que su futuro novio se había ido a cambiar los calzones cagados.
Las escaleras de afuera de casa de Doña Pelos, donde todos los días nos tirábamos a perder el tiempo, quedaron vacías cuando salió el Agassi con su jefa bien encabronada gritando que por qué habíamos hecho llorar a su hijo cagón.
Una vez el Agassi llegó bien bañadito después de tanta madreada que le tiramos ese día: con el pelo bien peinado con gomina, ropa planchada, zapatos boleados y todo el bote de agua de colonia de su padre embarrado en el cuello.”Ah, pinche Agassi, ¿y ora qué mosco te picó?”, le dijimos. El Agassi sonrió satisfecho. “Es que voy a ver a Lizet; le voy a decir que si quiere ser mi novia”, respondió. Y le dimos pamba loca por mamón. A los 11 años eso de andar con niñas era de maricones o de mentirosos. Se zafó manoteando de la lluvia de manos y volvió a acomodarse el peinado. En eso, el Agassi se sentó en los escalones donde siempre perdíamos el tiempo y se le alcanzaron a ver los calzones: los traía todos cagados hasta el elástico. Y que nos lo empezamos a madrear de que pinche Popoman, de que pinche Cacaboy y de que si Lizet le iba a ir a limpiar la caca de la cola, y le hicimos calzón chino con caca y etc. El Agassi se fue llorando bien cabrón a su casa. “Van a ver con mi papá, culeros ¡buaaa!”, nos amenazó. “A chinga, pos si el que se caga eres tú, no nosotros”, gritó un amigo y todos nos “cagamos” de la risa. En eso, que llega Lizet, la niña más bonita de la cuadra y mayor que nosotros por un año, preguntando por el Agassi. Todos nos quedamos sorprendidamente pendejos; el Agassi no nos había mentido. Y ya se nos hizo muy gacho decirle a Lizet que su futuro novio se había ido a cambiar los calzones cagados.
Las escaleras de afuera de casa de Doña Pelos, donde todos los días nos tirábamos a perder el tiempo, quedaron vacías cuando salió el Agassi con su jefa bien encabronada gritando que por qué habíamos hecho llorar a su hijo cagón.
miércoles, febrero 07, 2007
Cuentito y tira cómica
Suena el teléfono y contesto. Nadie me responde del otro lado de la bocina por más que digo: “¿Diga?”.Me quedo callado para ver si logro escuchar algo: un respiro, algún sonido gutural que me dé una pista de quién me está bromeando; pero nada. De pronto, antes de que cuelgue, una voz cavernosa, como un rugido, me dice: “No te quedes callado, cabroncito, sé que estás ahí… sé que estás ahí sólo en tu cuarto…” Me estremezco y despierto. Despierto en medio de la madrugada. No son ni las cuatro. Fue un sueño. Bueno, casi una pesadilla. Lo que me intriga es que tengo el auricular del teléfono en la mano. ¿Fue un sueño realmente? Una de dos: o soy sonámbulo o alguien realmente me llamó y me dijo eso. No pude volverme a dormir de lo espantado que estaba. Pensaba que, de no haber sido un sueño, me volverían a llamar. Y mejor desconecté el teléfono. Pero tampoco pude volverme a dormir: me intrigaba el hecho de que el teléfono fuera a sonar con el cable desconectado. Ahí sí que me cago. Pero no, no pasó nada y me volví a dormir cuando salió el sol.
Los dejo con un Chiste Alowey... que la fecha se acerca, muajajajaja...
Los dejo con un Chiste Alowey... que la fecha se acerca, muajajajaja...
martes, febrero 06, 2007
El ruco Miss Clairol
En la construcción de donde nos robábamos maderas, trozos de varilla y mangueras de plástico, había un vigilante viejillo que cuidaba que no se fueran a robar todo eso que nosotros –chamacos de 9 años- hurtábamos para construir nuestro club en uno de los tantos montes baldíos que había en la cuadra.
Entrábamos siempre por la misma ventana cada que veíamos que los albañiles salían de su turno de trabajo, cuando el ruco se iba a comprar su Coca Cola y sus galletas Marías de siempre o cuando se quedaba dormido en un catre que ponía en el cuarto de a mero adelante de la construcción. Varias veces nos sorprendió robando y nos correteaba y nos apedreaba y nos gritaba: ¡hijos de su piiinche maaadre!, pero como estaba bien viejillo, pues nunca nos alcanzó y, como no sabía dónde vivíamos, pues nuestros padres nunca se enteraron de nuestras travesuras.
Una de esas veces que entramos a hurtadillas por la misma ventana, vimos que en la pila del patio el viejo estaba agachado pintándose el cabello con uno de esos botecitos de Miss Clairol que nomás usan las mamás y las abuelitas. No pudimos evitar cagarnos de la risa y ser descubiertos. El ruco saltó del susto y que nos corretea encabronadísimo con toda la cara escurriéndole en pintura negra que parecía azul y agarrando piedras del suelo. Pinche viejo joto, le gritábamos mientras huíamos, pinche viejillo maricóoon, jajaja; y él sólo nos respondía con su ya característico ¡hijos de su piiinche madre, van a ver! y una lluvia de grava.
Creo que todo ese día no paramos de reír.
Tres días después decidimos ir de nuevo a la construcción para ver si había una madera grande, como del tamaño de una puerta, para ponerla como techo del club sujetándola entre las dos ramas más gruesas del mezquite. Nos colamos por la ventana y en el piso de concreto encontramos una cinta de medir amarilla, de esas que se enrollan solas. La tomamos. Nunca habíamos tenido una de esas, sólo martillos y seguetas que agarrábamos de los maletines de los albañiles. Pero nuestro sueño era tener una de esas reglas con tubitos de agua verde adentro que traen una burbujita en medio.
En eso, en uno de los cuartos, vimos al viejillo Miss Clairol llorando y metiendo cosas en una maleta toda jodida. El cabello le resplandecía y ya no nos parecía tan viejo como antes. Dejamos de escondernos y nos acercamos un poco, pues nos sorprendió ver a un anciano llorando. Entre sollozos nos dijo:
- Hijos de su pinche madre, por su culpa me corrieron. ¿Ora qué van a tragar mis hijos?, güercos pendejos; mis hijos que no andan robando como ustedes, bola de cabrones…
Mis amigos y yo nos volteamos a ver sin saber bien a bien qué pasaba: lo que para nosotros había sido un juego divertidísimo, al viejo Miss Clairol le había costado su trabajo y el sustento para su familia. El ruco se agachó y tomo piedras de un montón de grava que tenía a un lado y, antes de que nos las aventar, corrimos despavoridos. El ¡hijos de su pinche madre! característico se escucho a lo lejos, justo detrás del de la lluvia de piedras estrellándose y esparciéndose sobre el pavimento de la calle Hernán Cortés.
Quisimos ir a devolver todo lo que nos habíamos robado, junto con algo de comida que tomamos de las alacenas de nuestras casas, pero el viejito Miss Clairol ya no estaba. En su lugar, estaba un señor joven que yo creo que si nos correteaba, sí nos alcanzaba y nos ponía una chinga con nuestros padres. Un guardia al que seguramente no encontraríamos en el patio de la construcción tiñéndose el cabello. Snif.
Entrábamos siempre por la misma ventana cada que veíamos que los albañiles salían de su turno de trabajo, cuando el ruco se iba a comprar su Coca Cola y sus galletas Marías de siempre o cuando se quedaba dormido en un catre que ponía en el cuarto de a mero adelante de la construcción. Varias veces nos sorprendió robando y nos correteaba y nos apedreaba y nos gritaba: ¡hijos de su piiinche maaadre!, pero como estaba bien viejillo, pues nunca nos alcanzó y, como no sabía dónde vivíamos, pues nuestros padres nunca se enteraron de nuestras travesuras.
Una de esas veces que entramos a hurtadillas por la misma ventana, vimos que en la pila del patio el viejo estaba agachado pintándose el cabello con uno de esos botecitos de Miss Clairol que nomás usan las mamás y las abuelitas. No pudimos evitar cagarnos de la risa y ser descubiertos. El ruco saltó del susto y que nos corretea encabronadísimo con toda la cara escurriéndole en pintura negra que parecía azul y agarrando piedras del suelo. Pinche viejo joto, le gritábamos mientras huíamos, pinche viejillo maricóoon, jajaja; y él sólo nos respondía con su ya característico ¡hijos de su piiinche madre, van a ver! y una lluvia de grava.
Creo que todo ese día no paramos de reír.
Tres días después decidimos ir de nuevo a la construcción para ver si había una madera grande, como del tamaño de una puerta, para ponerla como techo del club sujetándola entre las dos ramas más gruesas del mezquite. Nos colamos por la ventana y en el piso de concreto encontramos una cinta de medir amarilla, de esas que se enrollan solas. La tomamos. Nunca habíamos tenido una de esas, sólo martillos y seguetas que agarrábamos de los maletines de los albañiles. Pero nuestro sueño era tener una de esas reglas con tubitos de agua verde adentro que traen una burbujita en medio.
En eso, en uno de los cuartos, vimos al viejillo Miss Clairol llorando y metiendo cosas en una maleta toda jodida. El cabello le resplandecía y ya no nos parecía tan viejo como antes. Dejamos de escondernos y nos acercamos un poco, pues nos sorprendió ver a un anciano llorando. Entre sollozos nos dijo:
- Hijos de su pinche madre, por su culpa me corrieron. ¿Ora qué van a tragar mis hijos?, güercos pendejos; mis hijos que no andan robando como ustedes, bola de cabrones…
Mis amigos y yo nos volteamos a ver sin saber bien a bien qué pasaba: lo que para nosotros había sido un juego divertidísimo, al viejo Miss Clairol le había costado su trabajo y el sustento para su familia. El ruco se agachó y tomo piedras de un montón de grava que tenía a un lado y, antes de que nos las aventar, corrimos despavoridos. El ¡hijos de su pinche madre! característico se escucho a lo lejos, justo detrás del de la lluvia de piedras estrellándose y esparciéndose sobre el pavimento de la calle Hernán Cortés.
Quisimos ir a devolver todo lo que nos habíamos robado, junto con algo de comida que tomamos de las alacenas de nuestras casas, pero el viejito Miss Clairol ya no estaba. En su lugar, estaba un señor joven que yo creo que si nos correteaba, sí nos alcanzaba y nos ponía una chinga con nuestros padres. Un guardia al que seguramente no encontraríamos en el patio de la construcción tiñéndose el cabello. Snif.
sábado, febrero 03, 2007
El Karma es un Boomerang Parte 2
Ese mismo día, pero en la noche, Fernando manejó hasta donde vivía Leticia y su esposo. Dio con el lugar gracias a las señas que ella misma le había dado ingenuamente mientras platicaban en el restaurante. Fernando supo cuál era la casa de Leticia cuando identificó el automóvil grande y gris. Se estacionó en un lote baldío, bajó de su carro y la penumbra lo envolvió. Caminó con cautela hasta la casa de su ex y dejó las fotos dentro de un sombre blanco -sin remitente ni nombre ni nada- en el tapete de la entrada principal.
Al medio día del día siguiente, Lacho fue a buscar a Fernando a su casa, pero éste no estaba ahí. Lacho imaginó que su amigo estaría en casa de Eva, y se fue a buscarlo para allá, pero al llegar a casa de Eva no vio el coche de Fernando. Lacho abrió la puerta del enrejado, que siempre rechinaba, y antes de que timbrara, Eva abrió la puerta, pensando que era Fernando. Lacho brincó del susto, pues estaba casi seguro que no había nadie en la casa. Eva rió y lo saludó efusivamente.
- Es que pensé que aquí iba estar el Fer –dijo Lacho un tanto sobresaltado-, es que como no lo encontré en su casa, pues por eso vine...
- Sí, de hecho pensé que era él, jajaja. Me acaba de hablar, ya no debe de tardar. Pásale, Lacho.
- No… no, gracias; nomás venía a platicarle de unas fotos que tomé…
- Pues si lo quieres esperar aquí tengo unas cervezas que dejó el fin de semana pasado. Tómate una en lo que llega, ya me habló y dice que no tarda.
- Je je, no, no gracias, de hecho ya me tengo que ir... ¿Cómo les ha ido? –cambió de tema.
- Muy bien, Lacho, todo excelente. Ándale, pásale, no seas ranchero, déjame le hablo a Fer para ver si ya viene -insistió Eva.
- N´ombre, no te molestes, no es urgente, ya me tengo que ir... es que mis papás están aquí de visita en la ciudad y… pues voy con ellos ahorita ya...
- Ah, qué bueno, me los saludas mucho, eh. Has de andar bien consentidote, ¿verdad?
- Si, jajaja. Hay que aprovechar cuando vienen, jeje. Bueno, Eva, hablamos luego, ahí le dices a Fer que me hable.
- Ok, yo le digo, byebye.
- Aaah, ten ésto: estaban ahí tirados en el portón –y Lacho le entregó a Eva unos recibos de teléfono, estados de cuenta de algún banco, una guía comercial, volantes y de más papelería que entregan casa por casa.
- Ah, muchas gracias, bye.
Lacho salió de la cochera y cerró el ruidoso portón de hierro. Eva cerró la puerta de su casa y esperó a su amado Fernando sentada en el sillón grande de la sala mientras barajaba los recibos de los servicios, los cupones de ofertas y promociones, los estados de cuenta de la tarjeta de crédito, etc. que Lacho le había entregado.
Pero también había un misterioso sobre; un sobre sin remitente ni nombre ni nada. Un sobre con fotos adentro: fotos de su querido Fernando saliendo de un restaurante con Leticia, subiéndola a su coche y entrando a un motel.
La verdad es que Lacho siempre estuvo enamorado de Eva.
FIN
Al medio día del día siguiente, Lacho fue a buscar a Fernando a su casa, pero éste no estaba ahí. Lacho imaginó que su amigo estaría en casa de Eva, y se fue a buscarlo para allá, pero al llegar a casa de Eva no vio el coche de Fernando. Lacho abrió la puerta del enrejado, que siempre rechinaba, y antes de que timbrara, Eva abrió la puerta, pensando que era Fernando. Lacho brincó del susto, pues estaba casi seguro que no había nadie en la casa. Eva rió y lo saludó efusivamente.
- Es que pensé que aquí iba estar el Fer –dijo Lacho un tanto sobresaltado-, es que como no lo encontré en su casa, pues por eso vine...
- Sí, de hecho pensé que era él, jajaja. Me acaba de hablar, ya no debe de tardar. Pásale, Lacho.
- No… no, gracias; nomás venía a platicarle de unas fotos que tomé…
- Pues si lo quieres esperar aquí tengo unas cervezas que dejó el fin de semana pasado. Tómate una en lo que llega, ya me habló y dice que no tarda.
- Je je, no, no gracias, de hecho ya me tengo que ir... ¿Cómo les ha ido? –cambió de tema.
- Muy bien, Lacho, todo excelente. Ándale, pásale, no seas ranchero, déjame le hablo a Fer para ver si ya viene -insistió Eva.
- N´ombre, no te molestes, no es urgente, ya me tengo que ir... es que mis papás están aquí de visita en la ciudad y… pues voy con ellos ahorita ya...
- Ah, qué bueno, me los saludas mucho, eh. Has de andar bien consentidote, ¿verdad?
- Si, jajaja. Hay que aprovechar cuando vienen, jeje. Bueno, Eva, hablamos luego, ahí le dices a Fer que me hable.
- Ok, yo le digo, byebye.
- Aaah, ten ésto: estaban ahí tirados en el portón –y Lacho le entregó a Eva unos recibos de teléfono, estados de cuenta de algún banco, una guía comercial, volantes y de más papelería que entregan casa por casa.
- Ah, muchas gracias, bye.
Lacho salió de la cochera y cerró el ruidoso portón de hierro. Eva cerró la puerta de su casa y esperó a su amado Fernando sentada en el sillón grande de la sala mientras barajaba los recibos de los servicios, los cupones de ofertas y promociones, los estados de cuenta de la tarjeta de crédito, etc. que Lacho le había entregado.
Pero también había un misterioso sobre; un sobre sin remitente ni nombre ni nada. Un sobre con fotos adentro: fotos de su querido Fernando saliendo de un restaurante con Leticia, subiéndola a su coche y entrando a un motel.
La verdad es que Lacho siempre estuvo enamorado de Eva.
FIN
viernes, febrero 02, 2007
El Karma es un Boomerang Parte 1
Cada que lo negaba, Eduardo la abofeteaba con más coraje. Ahí estaban las pruebas, cómo se atrevía a decir que no era ella si ahí tenía las pruebas en la mano su marido: las fotografías que alguien había dejado en el tapete de la puerta principal de su casa dentro de un sobre blanco sin remitente ni nombre ni nada. Cada que se las mostraba a su mujer, ella lo negaba, y Eduardo le atizaba más fuerte. ¡¿Me crees pendejo o qué Leticia?!, aquí estás tú con tu ex novio Fernando, ¿o me vas a decir que no eres tú, hija de la chingada?, ¿me vas a salir con que es una foto photoshopeada o qué, pendeja?
Leticia lloraba con un ardor insoportable en la mejilla, mientras trataba de darle una explicación a su histérico marido, pero cada que intentaba hablar, recibía un cachetadón que le volteaba el rostro y la tumbaba contra el colchón. En esa última y sonora bofetada, Leticia sintió el sabor agrio de la sangre dentro de su boca.
Había fotos de ella saliendo de un restaurante con su ex, subiendo al coche de éste y entrando a un motel. Cuando Eduardo se cansó de golpearla, le aventó las fotografías en la cara y se puso a llorar desconsolado en la orilla de la cama. Leticia se limpió el rostro, se tocó el labio inferior y no se atrevió a mirar detenidamente las imágenes que la delataban. Alguien la había querido joder y lo había logrado.
Pero eso de las fotos no era del todo cierto, por eso lo negaba ante Eduardo, porque lo del motel no era cierto. ¿Por qué había una foto de ella entrando a un motel con Fernando si ella no había ido? Eso de la photoshopeada no sonaba tan descabellado, pero ¿quién se tomaría la molestia de hacer eso si ni enemigos tenía y Eduardo no había pagado por un detective? Porque es en serio: Leticia nunca había engañado a su marido, nunca, ni le había dado motivos para que sospechara de eso. Sí, sí había ido a comer con Fernando sin avisarle a Eduardo y pensó en decirle pero maquillando un poco la realidad: le diría que se había topado con Fernando por accidente en el centro comercial y que éste le invitó un café. Sí, sí se había subido al coche de su ex pareja, pero nunca fue con él a un motel: se bajó a las dos cuadras, justo en el estacionamiento de su lugar de trabajo, donde había dejado el coche aparcado. Eso trataba de explicarle a su hombre, pero no pudo. Las pruebas ahí estaban. Alguien había querido joderla y lo logró.
Una semana antes Leticia telefoneó a Fernando para saludarlo. Habían terminado hacía ya algunos años, fue Leticia quien rompió con Fernando porque ella quería casarse y Fernando no podía porque pasaba por una mala racha económica. Leticia volvió con Eduardo, un antiguo ex novio que tenía en la preparatoria y se casó con él al año de terminar con Fernando. Llamó por teléfono a Fernando porque nunca le dio explicaciones de su ruptura con él y, en cierta forma, eso siempre le remordió la conciencia. Un día simplemente dejó de contestarle sus llamadas, cambió de celular, se fue a vivir con Eduardo y se casó con él. Ni un aviso ni nada, ni una discusión ni un “ya no te amo”; simplemente desapareció de la vida de Fernando sin avisarle. Leticia quería sacar ese peso de su pecho, esa carga en su conciencia que no la dejaba tranquila, por eso decidió hablarle a su antiguo novio después de quién sabe qué tantos años de no saber nada de él. Le habló para pedirle una sincera disculpa y Fernando la aceptó diciéndole que no se preocupara, que no tenía qué haber hecho eso, pero Leticia le insistió en que tenía que sacarlo para estar más tranquila con ella misma. Platicaron un rato y fue Fernando quien la invitó a tomar algo al día siguiente. Leticia aceptó porque seguía sintiendo culpa de lo que le había hecho años atrás. Sólo por eso aceptó, no porque no amara a su marido, lo quisiera engañar o Fernando le provocara cosquillas en la panza. Quedaron de verse en el Hippo´s a las cuatro de la tarde.
Fernando ya tenía novia, se llamaba Eva, y no sabía si decirle sobre la llamada de Leticia y la invitación al restaurante. Prefirió no hacerlo.
Leticia también pensó en decirle a Eduardo; y se lo diría, pero a su tiempo. Sí se lo iba a decir a su marido porque ya no quería tener más cargas emocionales ni cosas que la hicieran sentirse culpable.
El día en que vería a Leticia, Fernando fue con Eva a desayunar a un VIPS y después a un motel a hacer el amor, del cual salieron a medio día. Ambos eran dueños de su tiempo pues se dedicaban a los bienes raíces y ese día no tenían citas para mostrar propiedades.
Dieron las cuatro de la tarde, Fernando dejó en su casa a Eva inventando alguna excusa y se fue al Hippo´s para encontrarse con Leticia. Y ahí estaba ya ella en una mesa cerca de la barra, pero alejada del gran ventanal que da a la calle.
Platicaron de todo y Leticia se disculpó con él por haberlo dejado de la manera en que lo dejó y Fernando le insistió en que no había problema, en que no se siguiera mortificando por eso, que nunca le guardó rencor. Fernando se tomó tres cervezas y Leticia prefirió beber dos capuchinos. Para antes de las 7 ya estaban saliendo del lugar. Fernando le ofreció a Leticia llevarla por su coche cuando ésta le dijo que se había ido a pie al restaurante porque el lugar de su trabajo –un despacho jurídico- estaba muy cerca de ahí. Leticia aceptó el raid y subió al coche de su ex novio. Fernando manejó dos cuadras, detuvo el coche en el estacionamiento del despacho y Leticia bajó muy agradecida metiendo una de sus manos en el bolso para sacar las llaves y con la otra señalaba su carro –uno grande y de color gris- que ya era de los pocos que estaban en los cajones del aparcamiento. Fernando se despidió de Leticia, le agradeció que hubiera aceptado su invitación, aceleró y fue a casa.
Un par de días después, Lacho, el mejor amigo de Fernando, llegó a casa de éste.
- ¿Qué tal salieron las fotos, wey? –preguntó Fernando después de saludarlo de mano.
- ¿En serio sí te vas a chingar a Leticia así de feo? –respondió Lacho
- No sé. A ver qué pedo… ¿Por qué?...
- No, nomás; creo que ya debes de dejar eso de Leticia atrás y dedicarte a querer a Eva y...
- Ah chinga, si a Eva la quiero un chingo…
- Yo sé, wey, no es que no la quieras, lo que digo es que ya no te andes con estas cosas; pareciera como si todavía te importara mucho Leticia. Ella es feliz con su marido… ¿Estás conciente de el pedote en que la vas a meter?, ¿del daño que les vas a causar?
Fernando sólo se quedó callado y tomó las fotos.
- ¿También tomaste las de Eva y yo entrando al motel? –preguntó.
- Sí, wey, todas las que me pediste aquí están –respondió Lacho.
Continuará...
Leticia lloraba con un ardor insoportable en la mejilla, mientras trataba de darle una explicación a su histérico marido, pero cada que intentaba hablar, recibía un cachetadón que le volteaba el rostro y la tumbaba contra el colchón. En esa última y sonora bofetada, Leticia sintió el sabor agrio de la sangre dentro de su boca.
Había fotos de ella saliendo de un restaurante con su ex, subiendo al coche de éste y entrando a un motel. Cuando Eduardo se cansó de golpearla, le aventó las fotografías en la cara y se puso a llorar desconsolado en la orilla de la cama. Leticia se limpió el rostro, se tocó el labio inferior y no se atrevió a mirar detenidamente las imágenes que la delataban. Alguien la había querido joder y lo había logrado.
Pero eso de las fotos no era del todo cierto, por eso lo negaba ante Eduardo, porque lo del motel no era cierto. ¿Por qué había una foto de ella entrando a un motel con Fernando si ella no había ido? Eso de la photoshopeada no sonaba tan descabellado, pero ¿quién se tomaría la molestia de hacer eso si ni enemigos tenía y Eduardo no había pagado por un detective? Porque es en serio: Leticia nunca había engañado a su marido, nunca, ni le había dado motivos para que sospechara de eso. Sí, sí había ido a comer con Fernando sin avisarle a Eduardo y pensó en decirle pero maquillando un poco la realidad: le diría que se había topado con Fernando por accidente en el centro comercial y que éste le invitó un café. Sí, sí se había subido al coche de su ex pareja, pero nunca fue con él a un motel: se bajó a las dos cuadras, justo en el estacionamiento de su lugar de trabajo, donde había dejado el coche aparcado. Eso trataba de explicarle a su hombre, pero no pudo. Las pruebas ahí estaban. Alguien había querido joderla y lo logró.
Una semana antes Leticia telefoneó a Fernando para saludarlo. Habían terminado hacía ya algunos años, fue Leticia quien rompió con Fernando porque ella quería casarse y Fernando no podía porque pasaba por una mala racha económica. Leticia volvió con Eduardo, un antiguo ex novio que tenía en la preparatoria y se casó con él al año de terminar con Fernando. Llamó por teléfono a Fernando porque nunca le dio explicaciones de su ruptura con él y, en cierta forma, eso siempre le remordió la conciencia. Un día simplemente dejó de contestarle sus llamadas, cambió de celular, se fue a vivir con Eduardo y se casó con él. Ni un aviso ni nada, ni una discusión ni un “ya no te amo”; simplemente desapareció de la vida de Fernando sin avisarle. Leticia quería sacar ese peso de su pecho, esa carga en su conciencia que no la dejaba tranquila, por eso decidió hablarle a su antiguo novio después de quién sabe qué tantos años de no saber nada de él. Le habló para pedirle una sincera disculpa y Fernando la aceptó diciéndole que no se preocupara, que no tenía qué haber hecho eso, pero Leticia le insistió en que tenía que sacarlo para estar más tranquila con ella misma. Platicaron un rato y fue Fernando quien la invitó a tomar algo al día siguiente. Leticia aceptó porque seguía sintiendo culpa de lo que le había hecho años atrás. Sólo por eso aceptó, no porque no amara a su marido, lo quisiera engañar o Fernando le provocara cosquillas en la panza. Quedaron de verse en el Hippo´s a las cuatro de la tarde.
Fernando ya tenía novia, se llamaba Eva, y no sabía si decirle sobre la llamada de Leticia y la invitación al restaurante. Prefirió no hacerlo.
Leticia también pensó en decirle a Eduardo; y se lo diría, pero a su tiempo. Sí se lo iba a decir a su marido porque ya no quería tener más cargas emocionales ni cosas que la hicieran sentirse culpable.
El día en que vería a Leticia, Fernando fue con Eva a desayunar a un VIPS y después a un motel a hacer el amor, del cual salieron a medio día. Ambos eran dueños de su tiempo pues se dedicaban a los bienes raíces y ese día no tenían citas para mostrar propiedades.
Dieron las cuatro de la tarde, Fernando dejó en su casa a Eva inventando alguna excusa y se fue al Hippo´s para encontrarse con Leticia. Y ahí estaba ya ella en una mesa cerca de la barra, pero alejada del gran ventanal que da a la calle.
Platicaron de todo y Leticia se disculpó con él por haberlo dejado de la manera en que lo dejó y Fernando le insistió en que no había problema, en que no se siguiera mortificando por eso, que nunca le guardó rencor. Fernando se tomó tres cervezas y Leticia prefirió beber dos capuchinos. Para antes de las 7 ya estaban saliendo del lugar. Fernando le ofreció a Leticia llevarla por su coche cuando ésta le dijo que se había ido a pie al restaurante porque el lugar de su trabajo –un despacho jurídico- estaba muy cerca de ahí. Leticia aceptó el raid y subió al coche de su ex novio. Fernando manejó dos cuadras, detuvo el coche en el estacionamiento del despacho y Leticia bajó muy agradecida metiendo una de sus manos en el bolso para sacar las llaves y con la otra señalaba su carro –uno grande y de color gris- que ya era de los pocos que estaban en los cajones del aparcamiento. Fernando se despidió de Leticia, le agradeció que hubiera aceptado su invitación, aceleró y fue a casa.
Un par de días después, Lacho, el mejor amigo de Fernando, llegó a casa de éste.
- ¿Qué tal salieron las fotos, wey? –preguntó Fernando después de saludarlo de mano.
- ¿En serio sí te vas a chingar a Leticia así de feo? –respondió Lacho
- No sé. A ver qué pedo… ¿Por qué?...
- No, nomás; creo que ya debes de dejar eso de Leticia atrás y dedicarte a querer a Eva y...
- Ah chinga, si a Eva la quiero un chingo…
- Yo sé, wey, no es que no la quieras, lo que digo es que ya no te andes con estas cosas; pareciera como si todavía te importara mucho Leticia. Ella es feliz con su marido… ¿Estás conciente de el pedote en que la vas a meter?, ¿del daño que les vas a causar?
Fernando sólo se quedó callado y tomó las fotos.
- ¿También tomaste las de Eva y yo entrando al motel? –preguntó.
- Sí, wey, todas las que me pediste aquí están –respondió Lacho.
Continuará...