Hace algunos días fuimos a
desayunar a un restaurante “de tradición” en la ciudad de Monterrey. Confieso que es un
lugar que siempre me ha caído gordo porque, por lo regular, el estacionamiento está
lleno de camionetotas con guaruras que se estacionan donde se les pega su chingada gana; pero, supongo, esto sucede porque la desigualdad, la soberbia y la
falta de civismo también se han vuelto tradición en la ciudad de Monterrey.
Acepto que la comida del restaurante no es
mala –quizás un poco cara–, pero el ambiente, las contadas veces que he ido, me ha
parecido tenso. Si volvimos ahí después de tantos años fue porque era el lugar más cercano de donde teníamos una cita.
Para nuestra suerte, ese día a esa hora, el lugar se encontraba casi vacío, por lo que no tuvimos que lidiar con las miradas sospechosas de los guaruras. Entramos y de inmediato tomamos una mesa.
De la mesa de enfrente, un hombre de unos 70 años, calvo, de anteojos y cuerpo robusto, se puso de pie y se dirigió hacia nosotros. Del pecho hinchado le colgaba un gafete que decía con letras grandes “Eleno” (¡Aaaawww!). Eleno era el mesero; y fue entonces, amiguitos y amiguitas, que comenzó mi pesadilla gastronómica, snif.
De la mesa de enfrente, un hombre de unos 70 años, calvo, de anteojos y cuerpo robusto, se puso de pie y se dirigió hacia nosotros. Del pecho hinchado le colgaba un gafete que decía con letras grandes “Eleno” (¡Aaaawww!). Eleno era el mesero; y fue entonces, amiguitos y amiguitas, que comenzó mi pesadilla gastronómica, snif.
–Buenos días. Le encargo por favor dos jugos de naranja,
un plato con fruta y un machacado a la mexicana.
–Ok. Un buffet para usted. ¿Y
para la señora? –respondió en automático el regordete septuagenario. Ni siquiera nos miró de reojo; ni a nosotros ni a su libretita de notas.
–No –le dije–: los jugos, el
plato de fruta y el machacado es todo lo que vamos a pedir.
–Por eso: lo puede tomar del buffet. ¿Para la señora qué va a ser? –insistió.
–A ver –le dije–, creo que no me
está entendiendo: dos jugos de naranja, un plato con fruta y un machacado a la mexicana es lo que vamos a desayunar.
–¡Por eso: es un buffet! –me dijo en tono golpeado, el pinche viejo.
–Ok. Apúnteme un buffet y de ahí comemos
los dos –respondí.
–¡Nooo!, ¿cómo?, ¡eso no se puede hacer, mi señor! –rebusnó don Elenito, espantado.
–¿Entonces cómo le hacemos si
nada más quiero dos jugos, un plato con fruta y un machacado?
Entre más intentaba explicarle a don Eleno que no queríamos dos buffets porque no queríamos excedernos con la comida, más necio se ponía el pinche viejito nefasto. Me callaba con la mano extendida y me decía que lo dejara explicarme. "¿Me permite?, ¿me permite?", decía. Hasta un mesero se acercó y le dijo: "¡Ya, Eleno: dale al señor lo que te pidió!", pero el viejo estaba aferrado a que quien no entendía era yo. "¡Permíteme tú también!", le espetó al otro mesero, con la mano extendida.
La neta no me gusta hacer escenitas de ésas de que me paro y me voy y esas mamadas, pero poco me faltó para hacer una. Y no por chiflado o mamón, sino porque mi tolerancia con los pendejos ya es mínima. Me duele mucho desperdiciar mi tiempo en lugares y personas con las que no me siento a gusto. Lo que me detuvo fue pensar en la edad del hombre; en que íbamos a tener que buscar otro lugar para desayunar apresuradamente y ¡qué hueva!; en imaginar que don Eleno era uno de esos meseros antiguos que están chiflados por los clientes y por el dueño del establecimiento. Y pues lo dejé que hablara:
La neta no me gusta hacer escenitas de ésas de que me paro y me voy y esas mamadas, pero poco me faltó para hacer una. Y no por chiflado o mamón, sino porque mi tolerancia con los pendejos ya es mínima. Me duele mucho desperdiciar mi tiempo en lugares y personas con las que no me siento a gusto. Lo que me detuvo fue pensar en la edad del hombre; en que íbamos a tener que buscar otro lugar para desayunar apresuradamente y ¡qué hueva!; en imaginar que don Eleno era uno de esos meseros antiguos que están chiflados por los clientes y por el dueño del establecimiento. Y pues lo dejé que hablara:
–Entienda que le sale más barato pedir dos buffets que pedir a la carta, señor –me dijo Elenito.
–Entienda que no quiero dos buffets. Entienda que quiero que me traiga lo que le pedí y ya.
–¡Es que no me entiende!
–El que no me entiende es usted, señor.
"¡Dale al señor lo que te está pidiendo, Eleno!", le repitió el otro mesero. Don Elenito bufó, se fue caminando hacia una computadora cerca de la cocina y a los dos minutos regresó con un ticket impreso:
–Mire, señor: si compra dos buffets son $330 pesos; si le traigo lo que me pidió son $280 pesos. Por $50 pesos más tiene dos buffets.
–No quiero dos buffets. Tráigame por favor lo que suma $280 pesos.
–¿Y más lo que pida su señora? ¡Van a sumar otros $280 pesos! ¡Mejor pida dos buffets!
Busqué con la mirada los ojos del mesero sensato. Me sentía rendido, derrotado ante la nula capacidad de entendimiento de don Eleno. Con un gesto le dije al otro mesero: "Usted sí me entendió, ¿verdad?". El hombre, apresurado, sacó su libretita y me tomó la orden. Don Elenito nomás se me quedaba viendo con cara de "Este pendejo va a pagar de más". Llegaron los platillos que habíamos ordenado a los cinco minutos. A lo lejos, don Elenito seguía discutiendo con el mesero razonable.
Si antes me cagaba ir a ese lugar, ahora tengo un motivo más para no volver a pisarlo jamás.
Si antes me cagaba ir a ese lugar, ahora tengo un motivo más para no volver a pisarlo jamás.