miércoles, agosto 01, 2012

Velocípedos

Mi primera bicicleta fue una Bimex de color azul cromado. Lo que no recuerdo muy bien es si me la trajo Santa Clos o si me la regalaron mis padres en un cumpleaños; pero para el caso viene siendo lo mismo. Tendría yo seis años.

Mi papá me enseñó a montarla en el parque que estaba casi enfrente de la primera casa donde vivimos, ésa que les conté que demolieron hace algún tiempo -junto con otras tres viviendas- para construir un Starbucks y una lavandería. Nunca usé rueditas laterales porque era de ñoños cobardes y porque mi padre procuraba ir siempre detrás de mí tomando la bicicleta por el asiento y soltándola cuando veía que lograba mantener el equilibrio. A mí sí me querían y no me humillaban poniéndole esas pinches rueditas, que para las bicis vienen siendo algo así como los fierros en los zapatos de Forrest Gump, snif.

No recuerdo la primera caída que sufrí, pero imagino que no fue tan grave, pues, de haberlo sido, la tendría grabada en la chompa y viviría con mucho rencor contra la vida ¡gggrrrrggrrr! Lo que sí no olvido es el susto que me metí la vez que frené y acabé debajo de una camioneta en marcha que no vi al ir de bajada -a toda velocidad- y dar la vuelta en una esquina. La camioneta alcanzó a detenerse antes de pasarme las llantas por encima de las piernas, que no paraban de temblarme cuando mis amigos del barrio y la señora que manejaba me ayudaron a salir –pálido y todo raspado- de abajo del vehículo.

Mis primeras caídas se debieron –creo- a que a esa edad todavía no coordinaba muy bien el cerebro con las piernas (o de plano estaba muy pinche wey), pero como que no alcanzaba a comprender con rapidez que para frenar tenía que hacer como si pedaleara hacia atrás. Eso me revolvía. Entonces, cuando sentía que aumentaba la velocidad de la bici, en vez de pedalear hacia atrás, seguía pedaleando normal. Ni los amorosos gritos de mi padre -“¡Freeena, pendejooo!”- hacían que mi cerebro y mis piernas trabajaran en equipo. Total que cuando veía que no me detendría con nada, instintivamente echaba las patas hacia adelante, resignado, y esperaba el golpe contra una banca o contra el tronco de un árbol o contra algo que me detuviera en seco y me mandara de nalgas al pavimento. Con tres o cuatro golpes de esos la misma tarde, aprendí a frenar.

Tampoco se me olvida la emoción que me invadió la primera vez que no perdí el equilibrio ni me tambaleé y pude dar una vuelta completita al parque sin que mi papá fuera detrás de mí ni me gritara “¡freeena pendejooo!” cuando iba directo a un árbol. Me sentí un centauro: como si mi cuerpo se hubiese fundido con la bicicleta. Como un cyborg del tercer mundo, snif. Sentí cómo mi cerebro daba las órdenes y mi bicicleta las escuchaba y las obedecía tal cual: “A la derecha, a la izquierda, ¡frena!, ahora elévate como en la película de E.T y pasa a un lado de la luna”. Bueno, no; esto último obviamente no resultó. Lo que resultó fue que la emoción me ganó y me sentí invencible, perdí el control, me fui contra los matorrales y acabé en el suelo: como de costumbre. Pero esa sensación de poder y libertad, de ser el amo de mi pequeño mundo -que en ese entonces era todo el mundo-, pocas veces la sentí de nuevo.

 Continuará...

7 comentarios:

  1. Hola Guffo!!

    Soy Aldo de Chihuahua, muy padre tu narración que me trajo recuerdos cuando era chavalo, a mi también me pasó eso que comentas de no usar rueditas ni saber frenar, yo me dí contra un carro, es increible como uno no se dá cuenta de como frenar, el cerebro se te bloqueaa. Espero seas escritor o algo parecido, pues tienes talento para escribir.

    Saludos

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  2. Anónimo3:02 p.m.

    saludos Guffo,
    yo tambien ando aqui por montreal.
    Ojala te animes a echar une biere.
    saludos de otro colega dibujante.
    Armando

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  3. Yo siempre estuve bien estúpida. Nunca aprendí a andar en bici. Las piernas no coordinaban, mi cerebro era muy lento y no calculaba distancias. Me di por vencida cuando choqué con un auto estacionado. No me arrepiento. Tanto.

    Tampoco he podido aprender a manejar. El mismo problema, más el no coordinar los brazos.

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  4. Jaja. Me encantó el "frena pendejooo".

    Yo nunca aprendi a andar en bicicleta. Siempre fui mas de leer, juegos de mesa, escribir, y ya despues los videojuegos se apoderaron de mi. Hasta la fecha el ciclismo es un misterio para mi, y me sentiria ridiculo de intentarlo aprender ahora.

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  5. jajaja... ese amor paternal...

    “¡Freeena, pendejooo!”

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  6. Mis vecinos de cubiculo, se han de estar preguntando que me arrancó la risa. Que bueno que aun tienes al que te dio amorosos gritos.
    Un abrazo y un saludo

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  7. ¡Ah, que buena nota! Las rilas eran la mera neta en la infancia.

    Un abrazo.

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