Todavía no cumplía los 10 años cuando supe que el cometa Halley pasaría tan cerca de la tierra que podríamos verlo. La maestra Celia dijo que ése sería un acontecimiento único, pues sólo se repetiría hasta el año 2061, cuando estuviéramos ya muy viejitos o muertos. A esa edad no me visualicé ni viejito ni muerto cuando escuché la fecha de la siguiente visita del cometa, sino que me imaginé con algún tipo de mochila en la espalda que me permitía volar.
Era 1986. Se hablaba del cometa Halley a todas horas y en todas partes. En el Colegio Montessori -donde cursaba el quinto año de primaria- algunos alumnos, por petición de los profesores, hicieron cartulinas con dibujos del sistema solar y de cometas, con la palabra “Bienvenido”, que pegaban en el pizarrón mural. Antes de salir de clases, y aprovechando el furor del evento natural, al director del plantel se le ocurrió organizar “El Campamento Halley”.
Quienes obtuvimos el permiso de nuestros padres llegamos un viernes antes del mediodía al enorme terreno campestre que el director del colegio tenía a las afueras de la ciudad de Monterrey. Era una parcela repleta de árboles frutales –aguacates, duraznos, manzanos, higueras-, una casa hecha con ladrillos, una noria –a la que teníamos prohibidísimo acercarnos-, un asador y un río al fondo, de cuyas orillas brotaban sabinos de troncos tan gruesos que ya desde aquel entonces sobrepasaban el centenar de años.
Los niños bajamos del camión escolar color amarillo las mochilas y las tiendas de campaña donde dormiríamos en grupos de cuatro, mientras las niñas metían las bolsas de comida y algunas cobijas a la casa de ladrillos, donde dormirían. El director, con ayuda de uno de sus hijos y el trabajador que cuidaba el lugar, sacaron de la parte de atrás de una camioneta Fairmont un par de telescopios. Todavía recuerdo que dejamos de hacer lo que estábamos haciendo para contemplar asombrados los instrumentos ópticos como si fueran un robot o una nave espacial.
Con el sol del mediodía y bajo la supervisión del director y su hijo mayor, comenzamos a distribuir y armar las carpas bajo los árboles que proyectaban una mejor sombra. Cuando terminamos, el director sugirió que cada grupo tuviera el nombre de un animal, pues estábamos en “una jungla” y las tiendas de campaña “eran nuestras guaridas”. David, Sergio, Mauricio y yo elegimos llamarnos Guepardos, porque éramos los niños que corríamos más rápido de toda la escuela. El director aclaró que después de ver el cometa Halley, nuestros equipos cambiarían de nombre a “algo que hiciera referencia al Cosmos”, como se refería siempre al espacio exterior. David sugirió que nos llamáramos “Asteroides”. A los cuatro nos gustó mucho el nombre y lo dijimos en ese mismo instante para que nadie nos lo fuera a ganar.
Por la tarde, después de comer y de recolectar algunos frutos para el desayuno del día siguiente, el director organizó una excursión en los alrededores del río. Caminamos un par de horas entre la maleza, bordeando los sabinos. El cuidador del rancho vino con nosotros y nos dijo que esos árboles también se llaman ahuehuetes y que pueden vivir muchos años. El director secundó a Natalicio –como se llamaba el cuidador- diciendo que al sabino también se le conoce como ciprés mexicano, y que hay uno muy famoso en el estado de Oaxaca que se cree que tiene más de 2000 años. También aprendí que algunas víboras –sobre todo las de agua dulce- no son venenosas cuando, sorpresivamente, Natalicio atrapó una con sus manos. Todos acariciamos al pequeño reptil enredado entre los dedos de Natalicio antes de que éste lo devolviera al hueco donde estaba escondido, entre las raíces que se alimentaban del agua del río.
Regresamos al rancho antes de que oscureciera, cuando los sapos, ranas y cigarras comenzaron a cantar. Entre el director, su esposa y algunos niños y niñas que no habían querido ir al río, prepararon la cena. Algunos compañeros se bañaron a manguerazos con el agua del pozo. Yo no quise bañarme porque el agua estaba muy fría y porque los guepardos no se bañan a manguerazos.
Y entonces llegó la noche. Todos hicimos un círculo amplio alrededor de los telescopios. El director veía por el ocular y nos señalaba estrellas y nos decía sus nombres. Nos explicó también hacia dónde estaba el norte y el sur y el este y el oeste. Algunos compañeros se desesperaron y se fueron a jugar en los claros del terreno o a contar historias de terror dentro de las carpas. Sólo nos quedamos una decena de niños, en silencio, observando al director y a su hijo muy concentrados mirando a través de los aparatos.
De pronto, el director comenzó a reírse y a aplaudir. Cada vez se reía y aplaudía más fuerte y despegaba el ojo del lente y miraba hacia el cielo y volvía a colocar el ojo en el buscador y de nuevo en el ocular.
“¡Ahí va!”, dijo. Había encontrado al cometa Halley.
Fui el tercero del grupo en ver a través del telescopio. Los niños que se habían ido llegaron corriendo emocionados. El director los detuvo con un ademán firme y les dijo que se formaran ordenadamente. Todos obedecieron. El cometa Halley era un punto blanco azuloso que dejaba una estela borrosa a su paso, como la tiza mojada sobre un pizarrón. Para mí, la experiencia fue fascinante.
Desde ese día vi al Cosmos –como llamaba el director al espacio exterior- con fascinación. Pero era una fascinación distinta. No me interesaba ser astronauta para explorar los planetas o flotar en un mar de nada hasta dar con un nuevo sistema solar. Quería que ese misterio infinito quedara guardado. Verlo sólo de lejos, pues así era perfecto y así debería de permanecer. No quería que el hombre lo arruinara con su curiosidad ni con sus búsquedas absurdas ni con sus máquinas. No quería que el hombre pretendiera actuar en el espacio como creador cuando aquí en la tierra actúa como destructor. No quería que al Cosmos le sucediera lo mismo que a la Tierra, por eso me parecía fascinante verlo desde tan lejos, porque lo sentía seguro y al estar seguro sabía que permanecería por siempre. Lo veía desde muy lejos pero sentía una conexión profunda con él.
Al observar esa pequeña luz de tonos azules que no volvería a ser vista en 75 años, sentí una conexión del cosmos con mi microcosmos. Me quedé horas afuera de la tienda de campaña observando el cielo repleto de estrellas. Nunca sentí esa futilidad común que sienten los hombres cuando reflexionan sobre cosas del infinito o se comparan con ellas. Al contrario. Sentí que todo era inmenso e importante, hasta lo más insignificante. Sentí que todo estaba ligado entre sí a lo mismo: el canto de las cigarras, el croar de los sapos, el vuelo de las luciérnagas, la corriente del río, el aroma del musgo en las piedras, los latidos de mi corazón. Todo trepaba al mismo tiempo por las ramas firmes de los ahuehuetes hasta llegar a sus copas, liberarse y expandirse por las estrellas.
Era 1986. Se hablaba del cometa Halley a todas horas y en todas partes. En el Colegio Montessori -donde cursaba el quinto año de primaria- algunos alumnos, por petición de los profesores, hicieron cartulinas con dibujos del sistema solar y de cometas, con la palabra “Bienvenido”, que pegaban en el pizarrón mural. Antes de salir de clases, y aprovechando el furor del evento natural, al director del plantel se le ocurrió organizar “El Campamento Halley”.
Quienes obtuvimos el permiso de nuestros padres llegamos un viernes antes del mediodía al enorme terreno campestre que el director del colegio tenía a las afueras de la ciudad de Monterrey. Era una parcela repleta de árboles frutales –aguacates, duraznos, manzanos, higueras-, una casa hecha con ladrillos, una noria –a la que teníamos prohibidísimo acercarnos-, un asador y un río al fondo, de cuyas orillas brotaban sabinos de troncos tan gruesos que ya desde aquel entonces sobrepasaban el centenar de años.
Los niños bajamos del camión escolar color amarillo las mochilas y las tiendas de campaña donde dormiríamos en grupos de cuatro, mientras las niñas metían las bolsas de comida y algunas cobijas a la casa de ladrillos, donde dormirían. El director, con ayuda de uno de sus hijos y el trabajador que cuidaba el lugar, sacaron de la parte de atrás de una camioneta Fairmont un par de telescopios. Todavía recuerdo que dejamos de hacer lo que estábamos haciendo para contemplar asombrados los instrumentos ópticos como si fueran un robot o una nave espacial.
Con el sol del mediodía y bajo la supervisión del director y su hijo mayor, comenzamos a distribuir y armar las carpas bajo los árboles que proyectaban una mejor sombra. Cuando terminamos, el director sugirió que cada grupo tuviera el nombre de un animal, pues estábamos en “una jungla” y las tiendas de campaña “eran nuestras guaridas”. David, Sergio, Mauricio y yo elegimos llamarnos Guepardos, porque éramos los niños que corríamos más rápido de toda la escuela. El director aclaró que después de ver el cometa Halley, nuestros equipos cambiarían de nombre a “algo que hiciera referencia al Cosmos”, como se refería siempre al espacio exterior. David sugirió que nos llamáramos “Asteroides”. A los cuatro nos gustó mucho el nombre y lo dijimos en ese mismo instante para que nadie nos lo fuera a ganar.
Por la tarde, después de comer y de recolectar algunos frutos para el desayuno del día siguiente, el director organizó una excursión en los alrededores del río. Caminamos un par de horas entre la maleza, bordeando los sabinos. El cuidador del rancho vino con nosotros y nos dijo que esos árboles también se llaman ahuehuetes y que pueden vivir muchos años. El director secundó a Natalicio –como se llamaba el cuidador- diciendo que al sabino también se le conoce como ciprés mexicano, y que hay uno muy famoso en el estado de Oaxaca que se cree que tiene más de 2000 años. También aprendí que algunas víboras –sobre todo las de agua dulce- no son venenosas cuando, sorpresivamente, Natalicio atrapó una con sus manos. Todos acariciamos al pequeño reptil enredado entre los dedos de Natalicio antes de que éste lo devolviera al hueco donde estaba escondido, entre las raíces que se alimentaban del agua del río.
Regresamos al rancho antes de que oscureciera, cuando los sapos, ranas y cigarras comenzaron a cantar. Entre el director, su esposa y algunos niños y niñas que no habían querido ir al río, prepararon la cena. Algunos compañeros se bañaron a manguerazos con el agua del pozo. Yo no quise bañarme porque el agua estaba muy fría y porque los guepardos no se bañan a manguerazos.
Y entonces llegó la noche. Todos hicimos un círculo amplio alrededor de los telescopios. El director veía por el ocular y nos señalaba estrellas y nos decía sus nombres. Nos explicó también hacia dónde estaba el norte y el sur y el este y el oeste. Algunos compañeros se desesperaron y se fueron a jugar en los claros del terreno o a contar historias de terror dentro de las carpas. Sólo nos quedamos una decena de niños, en silencio, observando al director y a su hijo muy concentrados mirando a través de los aparatos.
De pronto, el director comenzó a reírse y a aplaudir. Cada vez se reía y aplaudía más fuerte y despegaba el ojo del lente y miraba hacia el cielo y volvía a colocar el ojo en el buscador y de nuevo en el ocular.
“¡Ahí va!”, dijo. Había encontrado al cometa Halley.
Fui el tercero del grupo en ver a través del telescopio. Los niños que se habían ido llegaron corriendo emocionados. El director los detuvo con un ademán firme y les dijo que se formaran ordenadamente. Todos obedecieron. El cometa Halley era un punto blanco azuloso que dejaba una estela borrosa a su paso, como la tiza mojada sobre un pizarrón. Para mí, la experiencia fue fascinante.
Desde ese día vi al Cosmos –como llamaba el director al espacio exterior- con fascinación. Pero era una fascinación distinta. No me interesaba ser astronauta para explorar los planetas o flotar en un mar de nada hasta dar con un nuevo sistema solar. Quería que ese misterio infinito quedara guardado. Verlo sólo de lejos, pues así era perfecto y así debería de permanecer. No quería que el hombre lo arruinara con su curiosidad ni con sus búsquedas absurdas ni con sus máquinas. No quería que el hombre pretendiera actuar en el espacio como creador cuando aquí en la tierra actúa como destructor. No quería que al Cosmos le sucediera lo mismo que a la Tierra, por eso me parecía fascinante verlo desde tan lejos, porque lo sentía seguro y al estar seguro sabía que permanecería por siempre. Lo veía desde muy lejos pero sentía una conexión profunda con él.
Al observar esa pequeña luz de tonos azules que no volvería a ser vista en 75 años, sentí una conexión del cosmos con mi microcosmos. Me quedé horas afuera de la tienda de campaña observando el cielo repleto de estrellas. Nunca sentí esa futilidad común que sienten los hombres cuando reflexionan sobre cosas del infinito o se comparan con ellas. Al contrario. Sentí que todo era inmenso e importante, hasta lo más insignificante. Sentí que todo estaba ligado entre sí a lo mismo: el canto de las cigarras, el croar de los sapos, el vuelo de las luciérnagas, la corriente del río, el aroma del musgo en las piedras, los latidos de mi corazón. Todo trepaba al mismo tiempo por las ramas firmes de los ahuehuetes hasta llegar a sus copas, liberarse y expandirse por las estrellas.
Te quedó de huevos!
ResponderBorrarYo tambien andaba por ahí, Guffo, fue algo bien chingón ¡que chido eran los ochentas!
ResponderBorrarMi estimado Guffo
ResponderBorrarProfundo como siempre, Usted, dicho con respeto, como los Alquimistas, encuentra todo el Universo y su unidad en una hoja de árbol !
Gratificante leerlo!
Un abrazo
Adrian
pues ya nunca lo vasa ver, ya estas muy pinche anciano y jodido... próximamente te va a cargar la verga
ResponderBorrar1986, en ese año nací.
ResponderBorrarMe hubiera gustado tener un director/profesor así en la escuela en la que yo estaba. Siempre es bueno pensar fuera del salón y experimentar con algo más que la teoría.
Por ahí del noventa y tantos hubo un eclipse solar y me acuerdo que en la casa usamos unos vidrios desos de soldar que tenía mi padre para verlo. Fue de mis primeros contactos con 'el cosmos'.
No sé si es mi imaginación, pero noto algo de Mariano Azuela en tu forma de describir. En el buen sentido de la expresión.
Anyways, siempre interesantes tus memorias carnal, gracias por compartir.
A mi me toco verlo en la sierra de SAn Pedro MArtir, pero sin telescopio. Curiosamente solo lo podias ver de reojo, si tratabas de enfocarlo, lo perdias de vista.
ResponderBorrarSi notuvieron chance de verlo, favor de esperarse, ya nomas faltan como 51 yrs.
Saludos Guffo!
Chicali.
Mi estimado Guffo tu relato esta hermoso. Te envío un abrazo y mis mejores deseos de dicha y felicidad en esta aventura que estas por emprender. Feliz navidad! (Lectora fanatica)
ResponderBorrarque bonito escrito compadre, en serio que me gusto mucho.
ResponderBorrarsaludos
Qué buen post. Siempre he pensado que tienes grandes aptitudes para ser cronista. Saludos
ResponderBorrarMuchas gracias a todos. Me da gusto que lo hayan disfrutado. Ahí disculparán alguna que otra faltilla de ortografía que se me fue, jejeje.
ResponderBorrarBuen miércoles.
Chida historia Guffo. Gracias por compartirla.
ResponderBorrarSaludos.
que pasó guffo, hablando de asteroides bájate algo de estos cabrones que se llaman The Asteroid No. 4, tocan chingón los cabrones:
ResponderBorrarhttp://www.taringa.net/posts/musica/13491883/The-Asteroid-_-4.html
1986... Acababa de nacer o seguia en la panza de mi madre!
ResponderBorrarQue cool que tu escuela hiciera ese tipo de cosas, a mi maximo me llevaron al pico de orizaba, y de retiros en lugares chidos pero encerrados, no saliamos.
Las monjas y los escolapios no son muy divertidos!! =(
Me encanta como escribes... te cuesta trabajo o te sale natural??
Saluditos!! :)
Muchas gracias por la recomendación musical, la voy a checar.
ResponderBorrarRespecto a lo del escrito: a veces me sale natural y a veces sí me cuesta trabajo; depende de lo que quiera escribir. Este, por ejemplo, salió rapidillo. Pero estos que salen rapidillo a veces me cagan porque les noto errores o ambiguedades o cosas que nomás yo entiendo y me gustaría que fueran claras para todos; o me pasa que quiero decir muchas cosas a la vez y a veces siento que repito lo mismo o arruino el escrito con ondas que podría omitir. Pero, siendo honesto, este tipo de escritos son los que más disfruto porque casi no pienso, jejeje, es puro sentimiento y buena memoria, snif.
Saludos.
Una muy chingona entrada Guffo. No cabe dudas que los ochentas fueron una buena década. Me hubiera gustado existir en ese entonces para ver el Cometa Halley... snif...
ResponderBorrarSaludos :)
P.D. ¿Que pedo con el primer anónimo?
Que buena experiencia, a mi tambien me tocaron profesores que si se preocupaban por enseñarle algo a los jovenes y hacian este tipo de excursiones para animar las clases.
ResponderBorrarEn cambio los chamacos de ahora tienen al pendejo que dice "picale en infinitum", dudo mucho que a la mayoria de ellos les llegara a interesar algo asi, preferirian verlo en el llutub aunque estuviera pasando enfrente de ellos.
Saludos don guffo y ¡¡Felices fiestas!!
Mi estimado David von Templo:
ResponderBorrarSoy el primer Anonimo, no es posible decir mucho en este espacio tan corto, pero en respuesta a su amable alusion a mi, solo le puedo recomendar los libros, no la biografia, de Cyrano de Bergerac. No, no soy esoterico, solo lea como los naturalistas consideraban al Universo como algo vivo, como una Unidad, no como algo mecanicista. Y las reflexiones de un Cyrano son tan rebeldes para su tiempo como las de Guffo hoy.
Un saludo cordial
Adrian
Muy buen relato Guffo, suena a que tu director de verdad disfrutaba su cargo.
ResponderBorrarY por otro lado que buena memoria para recordar tanto detalle y eso de que los guepardos no se bañan a manguerazos jaja
En fin ese tipo de relatos fueron los que me mantuvieron por aqui en tu blog. Ya lo último que andabas escribiendo era más pesimista y con una vibra no muy buena.
Saludos y muy felices fiestas.
uff gracias señor Guffo, que excelente escrito, es padre poder recordar con tanto detalle, supongo que es cuando algo se disfruta tanto, todo queda ahi, en fin, felicidades, un abrazo
ResponderBorrarLuxia
Muy, muy bueno Guffo.
ResponderBorrarThe wonder years.
Saludos
hola guffo me encanto tu relato lo escribes con tanto sentimiento en verdad nunca olvidas los mejores momentos de tu vida
ResponderBorrarGuffo te falto decir cuando te paso una experiencia tipo secreto en la montaña cuando volviste conmigo la tiendilla de campaña.
ResponderBorrarAtte. Sergio
Uno de los guepardos asteroides.....
...
...
..
jajaja no se crea!!! jajaj un abrazo! muy buen post
atte.
En anonimo huevon que no da de alta una cuenta
Al primer anónimo: No era mi intención ofenderte, me refería a otro anónimo que publicó antes que usted. Al parecer Guffo ya eliminó su comentario (Bendita sea la moderación de comentarios). No tengo nada en contra de usted. Al contrario, su comentario es muy sabio... Por eso es bueno usar un seudónimo, aunque no se tenga una cuenta de Google. Así evitamos broncas como esta.
ResponderBorrarSaludos a todos :D