Afuera, las nubes orinan como si se acabaran de tomar 20 cervezas. Las calles están todas meadas y embotelladas. Las alcantarillas vomitan basura y agua, como queriéndonos ahogar. Mientras tanto, aquí adentro, uno ahoga sus penas anfibias. Sí; anfibias, porque por más que uno las quiera ahogar, nunca se mueren las cabronas. Aquí adentro, rasgo con mi pulgar la etiqueta de una cerveza verde como la kriptonita, pero que hace el efecto contrario que ésta le causaría a Superman. Sólo se oye el clink clank de los vasos y el pssshht de las cervezas al destaparse. Casi me vuelo la barbilla con el rastrillo y otra vez no me peiné. Agarro cacahuates con tres dedos y me los como cómo si fueran galletas Oreo. Los parto a la mitad, les quito el corazón, me como una mitad y luego la otra. Es todo un ritual comer pinches cacahuates. Me cagan los charcos de agua que dejan las botellas en la mesa. Y más me molesta que el mesero no los limpie y ahí estoy yo como pendejo limpiándolos con servilletas. Ah, y más me deprime que la cantina esté decorada con venados decapitados. Quito el exceso de sal de mis dedos con la lengua y me sabe a beso playero. Mientras tanto, recuerdo cuando la cheve se me hacía amarga y decía que yo no iba a tomar porque no me quería morir... aaah, niños. Levanto el brazo y pido otra kriptonita. A mi lado, con cara de mico, Angel Nemesio... ¿por qué todos mis amigos tienen nombres taaan pinches???...