miércoles, mayo 23, 2018

Nunca más...

Hoy en la mañana, al llegar a la oficina, un pájaro se posó en uno de los barrotes garigoleados de la puerta. Su intempestiva llegada me provocó un pequeño sobresalto que se llevó los residuos de sueño que aún arrastraba de la noche anterior. 

Al principio pensé que el pajarillo estaba lastimado, pues se postró a la altura de mi mano, del otro lado del vidrio, muy quitado de la pena.
Para corroborar que no estuviera herido, decidí abrir la puerta de nuevo, muy despacio. Pero el ave voló. 

Sentí alivio. 

Al mediodía salí a comprar algo de comer. Al acercarme a la puerta vi que el ave seguía ahí, en el mismo travesaño. Saqué mi teléfono y le tomé un par de fotos, asombrado. Giré la chapa con delicadeza y el pájaro aleteó, aterrizando en una rama del árbol que está frente al despacho.

Me quedé contemplándolo por un momento. Su postura en el ramal era como la de alguien que está tomando impulso; como si pretendiera entrar en la oficina cuando volvieran a abrir la puerta. Pero ahí se quedó, inmóvil. 

Regresé y el pajarillo estaba sobre el mismo barrote garigoleado. Me acerqué cauteloso, no porque quisiera atraparlo, sino para ver hasta dónde llegaba su confianza. Imaginé que abría la puerta con el ave postrada en ella. Pero el pájaro esperó a que estuviera lo más cerca de él para alzar de nuevo el vuelo y colocarse en la misma rama donde lo dejé cuando salí, adoptando esa posición de acecho.

Entré a la oficina pensando que quizás había un pájaro atrapado ahí adentro, pues éste se volvió a posar a la altura de mi mano, del otro lado del vidrio, mirando hacia los cubículos. 

Durante toda la tarde vimos por la cámara de la oficina cómo el pequeño plumífero iba de la rama al barrote y del barrote a la rama. Así estuvo hasta la hora de salida. De regreso a casa, pensé en El Cuervo, el poema de Edgar Allan Poe; pero de día, en verano, en Monterrey y en vez del busto de Palas Atenea, una puerta de forja. Pensé en su nombre: "Nunca más".

Estas palabras adquieren los matices más lúgubres del mundo si se les asocia a un cuervo, pero en un pajarillo de estos, creo que cobran otro significado; uno menos oscuro, supongo. Uno donde el "Nunca más" sigue siendo definitivo, pero no duele tanto.  

jueves, abril 19, 2018

Microcrónica urbana de buenos deseos a un desconocido

Un hombre llena solicitudes de empleo mientras le bolean los zapatos. El bolero da un par de palmadas en el costado de sus botines desgastados: señal de que ha finalizado el trabajo. El hombre guarda apresurado los papeles en un legajo amarillo, se pone de pie y paga 20 pesos con pura morralla; mira hacia abajo y sonríe, como si su rostro se reflejara en la superficie recién lustrada de su calzado viejo. Se acomoda el pantalón brincacharcos y se retira caminando con la seguridad de aquel que siente que el mundo le pertenece. 
¡Ojalá encuentre trabajo, señor!

martes, marzo 27, 2018

Un cómic sobre el poder judicial

Les comparto una historieta didáctica que realicé en conjunto con el magistrado de circuito Carlos Soto Morales, en la cual hablamos de la función de las juezas y jueces en México, documento gráfico que a su vez se publicó en el Huffington Post. Espero sea de su agrado.

miércoles, febrero 28, 2018

Banqueta con isla desierta

Sobre la banqueta del antiguo Palacio Federal, hoy sede del Servicio Postal Mexicano, me topé con un diente de león. Imagino que al abrirse fue como una supernova que nadie notó. 

Recupero mi fe en la humanidad pensando que, si ahí sigue, es porque los transeúntes se han percatado de su existencia y le han sacado la vuelta en un acto de compasión, aunque tal vez sólo ha sido suerte que nadie lo haya aplastado. 

Su presencia es como la de una isla desierta en la ciudad, un descanso para el alma distraída, un momento para la contemplación antes de seguir en automático. 

Supongo que en algún momento del día la pierna de algún peatón -sumergido en el trance de la prisa laboral- le pasará zumbando por un lado, como péndulo, y sus espigas blancas saldrán volando como una bandada de cisnes diminutos, soñando que hubiera sido mejor el soplo de un niño que pide un deseo. Fantasmas que se arrastrarán por el suelo, llevándose la calma, devolviéndole a la gente su ritmo agitado. 

Nadie se dará cuenta cuando esto suceda. Como nadie se dio cuenta cuando brotó de la banqueta. Como la última isla desierta de esta ciudad.

martes, enero 30, 2018

Cuando un ex de Control Machete tuvo una planilla en mi secundaria

La repulsión que me provoca la guerra sucia de las precampañas políticas en México hizo que me acordara de las campañas, planillas y mesas directivas de mi época estudiantil, pero, sobre todo, de aquella que sucedió en el año de 1990, cuando cursaba tercero de secundaria en el CUM de Monterrey y Carlos Salinas de Gortari era el heroico presidente que –decían– salvaría al país.

Yo estaba recién llegado al plantel marista. Venía de recibir una educación Montessori desde el kínder hasta el segundo grado de secundaria, por lo tanto, todo eso de las planillas y las mesas directivas y el sistema educativo estandarizado, eran rarezas para mí.

Por ponerles un ejemplo: en el Montessori no había niños uniformados que se pintaban bigotes con refresco de sabor naranja y engullían pastelillos y frituras bañadas en salsa roja durante el recreo. ¿Por qué no? Pues porque en el Montessori no había tiendita, y la comida chatarra traída del mundo exterior estaba penadísima por el director. De hecho, corrían de los alrededores a los carritos de nieves, raspados y tostadas que pretendían vender sus productos a la salida de clases.

Polvorones, Gansitos, Mamuts, Pizzerolas, Churrumais, bebidas gaseosas y demás monchis insustanciales eran motivo de reporte y de llamada de atención tanto a alumnos como a padres, a quienes se les hacía llegar una lista con los alimentos permitidos para comer dentro del colegio (frutas, verduras y sándwiches de mermelada o crema de cacahuate). La verdad yo nunca tuve problemas con esto, ya que mi padre tenía mucho en común con el director, pues en casa estaban prohibidos incluso los Frutilupis, los Chocokrispis y demás cereales con personajes antropomorfizados en la caja.

Sí, el Montessori de mi infancia era un bonito experimento pseudodictatorial para formar superniños bien alimentados sin atuendos monótonos que les machacaran el individualismo, donde aprendíamos a tocar la flauta dulce (no, no es albur), jugar ajedrez y criar animales de granja (esto último no es broma: teníamos una granjita con hortalizas, gallinas y cabras en el patio del plantel).

Esta utopía duró algunos años, hasta que el director –por razones que aún de$conozco– decidió uniformar a los alumnos y abrir una tiendita con comida chatarra dentro de las instalaciones. Esta contradicción disgustó a mi padre, quien decidió cambiarnos de colegio: yo fui enviado a una sucursal del padre Marcelino Champagnat; mis hermanas, a una escuela de monjas, snif.

Acepto que fue un shock salir de una pequeña burbuja hippie socialistoide que pretendía mentes sanas en cuerpos sanos para, de golpe, llegar a una escuela de hermanos maristas y toparme con tiendita de comida chatarra, equipos intramuros de futbol, básquetbol y vóleibol; mesas directivas, planillas, campañas, elecciones y quesque democracia estudiantil.

Me acuerdo que el año de mi ingreso había dos planillas que se disputaban el poder: Metal y Pereztroika.

Metal era la planilla de los nerds, quienes en una jugada maestra, decidieron ponerle a su partido el nombre de un género musical estridente para que –supongo– todos dijéramos: “¡Wooow… son nerds pero de seguro son desmadrosos!”. Obviamente no eran desmadrosos ni les gustaba el metal, pero cada letra del nombre tenía un significado: M de Mente, E de Estudio, T de Transformación, A de Amistad y L de... alguna mamada. Después, haciendo campaña salón por salón, para ensalzar "su identidad", los miembros de la planilla salían con alguna analogía o metáfora mamilas como discurso, tipo: “Nos llamamos Metal porque somos fuertes como el metal y somos una aleación de mentes e ideas distintas, y queremos que ustedes también se unan, para que nuestra fortaleza bla bla bla bla".

El presidente de Metal era un nerd que, la verdad, era a toda madre y bien alivianado; muy diplomático también, de ésos que la llevaba bien con todos y te echaba la mano cuando no entendías algo en clase. La cosa es que este nerd se rodeaba de los nerds considerados “puñetas” o “cagapalos”, de ésos que ni nerds son pero se dedican a lamerle las bolas a los verdaderos nerds y a barbear maestros y lloriquearles si no sacan buenas calificaciones. De ésos que copian en el examen pero tapan el suyo para que tú no te copies. Alumnos pusilánimes, pues. Entre los “directivos” de esta planilla, había dos de este tipo: un güey cabezón al que apodaban El Totonaca, quien tenía fama de ser el "corre ve y dile" del director y de los maestros; y otro flaco ojeroso de hueva al que apodaban El Muerto, que tenía fama de "culo", pues siempre se escondía el dinero adentro de un zapato para no prestar cuando le pedían una moneda. Y pues ésa era la debilidad de Metal, lo que la hacía impopular entre la racilla (palabra de tío).


Por otro lado, Pereztroika era la planilla de los desmadrosos, la planilla de los güeyes con los que todos nos queríamos juntar: los que fumaban en el puesto de Doña Pelos, los que se agarraban a chingazos atrás del gimnasio, los que iban a otras escuelas a aventar huevos, los que se juntaban con chavos de prepa, iban a los quinceaños y habían formado una planilla nomás para salirse de clases a cada rato. Aunque no por esto eran "los burros" o "los malos estudiantes" o "los que acabarían mal", como se estigmatiza siempre a estos alumnos.

De hecho, el mero mero de la Pereztroika era un ex integrante de la banda Control Machete: Antonio Hernández/Toy Kenobi/Toy Selectah, pa´la banda (pero en aquel tiempo la pinche raza gacha lo apodaba "Chabelo"). El nombre de la planilla lo habían agarrado por la situación que se vivía en la U.R.S.S. Perestroikca significaba Reestructuración, por lo tanto, no se anduvieron con mamarrachadas de: Ay, ay: P es de Participación, E de Energía, R de Responsabilidad... Pereztroika era Perestroika. Punto. Por eso les digo que los desmadrosos de la escuela tampoco eran unos pendejos. 

(Como dato aparte: no recuerdo si para ese año ya habían salido los zapatos marca Perestroika, de Zapaterías Canadá. ¡Un clásico noventero clasemediero!)

Desde un principio se notaba que la Pereztroika como que “incomodaba”. No sé si la apariencia de "greñudos" de sus integrantes o su actitud desparpajada o que los maestros sabían que eran ellos los que escribían sus apodos en el pizarrón entre clase y clase; no sé. Lo que sí es que a los miembros de la Pereztroika los regañaban por cualquier cosa a cada rato, hasta que amenazaron con descalificarlos si no le cambiaban el nombre a su planilla, quesque porque aludía a un movimiento político extranjero con tufo comunista y bla bla bla. De hecho, creo que de ahí salió la z en vez de la s, para "mexicanizar" el nombre (Pérez), situación que, supongo, los altos mandos tomaron como una afrenta.
Y pues ese año "las elecciones" las ganó Metal, la planilla de los nerds. Y uno como espectador empezaba a darse cuenta de cómo funcionaban las cosas "en el mundo real".

Después viví otras planillas: las de prepa y carrera; aunque nunca me involucré. Prefería mantenerme al margen. Aparte, no era tan popular como para que los famosillos de la escuela me acogieran en su planilla y tampoco quería juntarme con los ñoños matados que le hacían la barba a los maestros. No me interesaba. Todas las planillas me parecían lo mismo. Todas, ante mis ojos, eran una farsa y una pérdida de tiempo. No había sorpresa: ganaba quien llevaba a tocar al recreo a Conceptos Digitales o a Apple: las cintas de moda de aquella época. Ganaba la planilla que repartía más lápices, plumas, calcas, botones o playeras; o la que regalaba más cortesías y no covers para los antros más exclusivos. Ganaba la planilla con las viejas más buenas y los güeyes más guapos; ganaban los políticamente correctos, los que no incomodaban, los que estaban bien con los maestros, los que no se salían del molde, los que no eran "un mal ejemplo"...

Recuerdo un año que ganó una planilla –Tunas, creo que se llamaba– que tapizó la escuela de propaganda: lonas en formato gigante, globos de helio enormes y de esos "bailarines" de tela que se conectan a un abanico y que, para ese tiempo, era lo más novedoso en publicidad. Y pues sí: el presidente de la planilla ganadora era hijo del dueño de una agencia de promocionales. La planilla que perdió muy apenas y puso lonas que ellos mismos pintaron, snif.

Otro año ganó una planilla que hizo un fiestón en una nueva discoteca. Cena, bebida, baile: todo gratis. Aparte, regalaron pases de entrada para Bosque Mágico, pues el papá de uno de los integrantes "tenía vara alta" en no sé dónde y conocía mucha gente y podía conseguir muchas cosas. La planilla perdedora muy a huevo y regaló pizzas en un descanso entre clases.

Eso era la vida real. Nos estaban preparando. Nos estaban moldeando. Nos estaban acostumbrando. Ganaban quienes le invertían a la forma, no al fondo. Aparte: ¿qué podían ofrecer unos chamacos caguengues de 15 años en materia de educación? ¿Acaso derrocarían al director o al rector del plantel e instituirían un nuevo sistema educativo? No. Antes que esto sucediera, llamarían a sus padres por mal comportamiento; y, si seguía así el muchacho o muchacha, posiblemente lo expulsarían. Por eso todo ese espectáculo me parecía una burla soporífera. 

Ahora, tradúzcanlo a nivel país...  

Y pareciera que no aprendimos nada de aquellas planillas de la secundaria, preparatoria y carrera. Pareciera que nada ha cambiado, que nos convencen de la misma forma, con los mismos discursos, trucos y regalos baratos. Pareciera que desde chavos nos inculcaron aceptar la farsa que es la democracia.

Me gustaba mucho el sistema de mi escuela Montessori. Falta que funcione llevándolo a la vida real.