Hay indigentes que me provocan cierta fascinación, especialmente ésos que van por la calle vestidos de manera estrafalaria o hablando solos; ésos que pasan a tu lado sin inmutarse o te dirigen una mirada como si fueran ellos los que se compadecieran de ti.
Imagino a estos indigentes teniendo "vidas normales", siendo "personas de bien": de ésas con trabajos de oficina estables y familia feliz, y que de repente, de un día para otro tuvieron una revelación existencial y decidieron dejarlo todo y hacerse los locos para sobrellevar la vida.
Cuando pienso en esto, me acuerdo muy bien de una una señora que empujaba un carrito de supermercado lleno de cachivaches. La mujer vestía de color negro de pies a cabeza; y cuando digo de pies a cabeza lo digo porque incluso usaba un turbante y la falda le arrastraba por debajo de los tobillos. Esta señora caminaba siempre sobre una avenida transitada por donde yo a diario pasaba: un crucero donde el semáforo tardaba mucho en cambiar. Lo que me parecía curioso era que nunca la vi pidiéndole dinero a los automovilistas: sólo caminaba de un lado a otro, como le hacen las panteras en cautiverio. Después de un rato de ir y venir, se resguardaba del sol sentándose sobre la banqueta, y ahí se quedaba contemplando las filas de coches, hablando y carcajeándose sola de vez en vez.
Una vez que me tocó caminar por ese rumbo, vi a la mujer sentada en posición de loto, recargando la espalda sobre el aparador de una farmacia. Cuando pasé a su lado vi que estaba escribiendo en un cuaderno que tenía entre sus piernas. Decidí sacar mi teléfono y simular que alguien acababa de llamarme para pedirme algo de la farmacia: me quedé de pie justo a un lado de ella, mirando de reojo, con mucha curiosidad, lo que escribía. Parecían letras, no garabatos. Parecía que la redacción tenía sentido. Que eran palabras. Pero como que sintió que mis ojeadas no eran muy disimuladas y cerró de golpe el cuaderno, se puso de pie y lo guardó en el carrito de supermercado con sus demás cacharros.
Siempre me quedé con ganas de volver a pasar a pie por ese lugar y pedirle que me enseñara lo que escribía; pero después de un tiempo, no la volví a ver.
Recuerdo a otro indigente. Éste se la vivía en el túnel que une la estación de Spadina y St. George, en Toronto. El hombre siempre traía un vaso de café vacío del Tim Horton´s en la mano y pedía "un dólar". El primer día que lo vi me dirigía a un cajero a sacar dinero, pues traía sólo algunas monedas en el bolsillo. Eran como 30 centavos en total. Para deshacerme del peso del bolsillo, saqué la morralla y la deposité en el vaso del indigente, quien, indignado, sacudió el vaso, derramó las monedas en el piso y me gritó: "¡Te pedí un dólar!". Fue el vivo ejemplo de la frase "Limosnero y con garrote". Después, cada que pasaba por ahí, veía que el hombre hacía lo mismo: tiraba el dinero si no le dabas un loonie. Hasta que una tarde me tocó ver que alguien le dio el dólar que pedía, pues no hizo su berrinche; al contrario: como si recobrara la cordura, el hombre le dijo a quien había depositado el loonie en su vaso: "Espera. Te cambio esta moneda por un poema". La persona no le hizo caso y se siguió de largo. Entonces el indigente se puso a recitar un poema en voz alta.
Una vez que me tocó caminar por ese rumbo, vi a la mujer sentada en posición de loto, recargando la espalda sobre el aparador de una farmacia. Cuando pasé a su lado vi que estaba escribiendo en un cuaderno que tenía entre sus piernas. Decidí sacar mi teléfono y simular que alguien acababa de llamarme para pedirme algo de la farmacia: me quedé de pie justo a un lado de ella, mirando de reojo, con mucha curiosidad, lo que escribía. Parecían letras, no garabatos. Parecía que la redacción tenía sentido. Que eran palabras. Pero como que sintió que mis ojeadas no eran muy disimuladas y cerró de golpe el cuaderno, se puso de pie y lo guardó en el carrito de supermercado con sus demás cacharros.
Siempre me quedé con ganas de volver a pasar a pie por ese lugar y pedirle que me enseñara lo que escribía; pero después de un tiempo, no la volví a ver.
Recuerdo a otro indigente. Éste se la vivía en el túnel que une la estación de Spadina y St. George, en Toronto. El hombre siempre traía un vaso de café vacío del Tim Horton´s en la mano y pedía "un dólar". El primer día que lo vi me dirigía a un cajero a sacar dinero, pues traía sólo algunas monedas en el bolsillo. Eran como 30 centavos en total. Para deshacerme del peso del bolsillo, saqué la morralla y la deposité en el vaso del indigente, quien, indignado, sacudió el vaso, derramó las monedas en el piso y me gritó: "¡Te pedí un dólar!". Fue el vivo ejemplo de la frase "Limosnero y con garrote". Después, cada que pasaba por ahí, veía que el hombre hacía lo mismo: tiraba el dinero si no le dabas un loonie. Hasta que una tarde me tocó ver que alguien le dio el dólar que pedía, pues no hizo su berrinche; al contrario: como si recobrara la cordura, el hombre le dijo a quien había depositado el loonie en su vaso: "Espera. Te cambio esta moneda por un poema". La persona no le hizo caso y se siguió de largo. Entonces el indigente se puso a recitar un poema en voz alta.
Cuando pienso en indigentes, creo que eso podría pasarle a cualquiera de nosotros, y no se si siento mortificación o alivio, pues sigue invadiéndome la duda de si todos ellos cayeron en desgracia o se les reveló alguna verdad universal y por fin se liberaron de todo.
Supongo que eso sólo ellos lo saben. Supongo que ése es su secreto.
Supongo que eso sólo ellos lo saben. Supongo que ése es su secreto.
=)
ResponderBorrarQue tal Guffo, tengo algunos años siguiendo tu blog y pocas veces he comentado; pero recordé a un vagabundo de mi cuidad. cuando todavia era estudiante pasaba muy seguido por el centro, bastantes veces vi a un sujeto andrajoso, casi siempre sentado en una banqueta, medio calvo y canoso, nada fuera de lo común. Un dia me toco verlo escribir en un cuaderno, y me sorprendió mucho que eran ecuaciones, muchas. Solo un par de ocaciones lo vi escribiendo en su cuaderno. Despues me entere que en realidad si sabia de matematicas y hasta habia estudiantes quele pedian asesoria. Tiempo despues ya no lo volvi a ver. Saludos.
ResponderBorrarMe hiciste recordar una anécdota, de esas veces que anda uno buscando dónde comer (y no pecas de mamón como para ponerte exigente porque te caes de hambre)
ResponderBorrarAndaba yo comiendo en un restaurantillo de comida china que estaba ahí en los locales de la estación Mitras. Me llamó la atención ver a un indigente descalzo ahí afuera del local. Hacía un calor de la chingada y hasta se le notaba a simple vista el hedor al pobre hombre.
Total, el tipo se sienta en una de las sillas que estaban afuera del local. Un chavo como de 20 años y con finta de estudiante se compadece del pobre tipo, se le acerca y le regala un paquete de galletas y un refresco de botella.
Pues ahí tienes mi estimado Gustavo, que el pordiosero prácticamente le arrojó al suelo lo que le dió el chavo, con tal fuerza que el envase del refresco quedó en puras buenas intenciones, hecho pedazos. El chavo estudiante hasta se asustó, tomó el paquete de galletas del suelo, y mejor se fue alv.
Algo incomprensible dijo el indigente, ensimismado y preso de sus pensamientos. Supongo que quiso demostrar orgullo o autosuficiencia. Uno nunca sabe con tales personas, a la manera en que reaccionan a la compasión del prójimo, o a sus macabros planes que tienen para conquistar el mundo.
los aztecas veian a la locura como divinidad, recuerdo que lo lei en alguna parte y no se explicar bien por que lo veian como " divinidad "..............
ResponderBorraren cuanto a los indigentes prefiero mil veces ser un esclavo del trabajo a terminar viviendo en la calle, no puedo ni empezar el dia sin bañarme, ya me imagino terminar viviendo en esas condiciones, es mejor la muerte para mi.............
Hace tiempo pensé lo mismo que tu, en mi ciudad había varios locos "emblemáticos" y los distinguía uno, pensaba que ellos no sentían frío, ni hambre, que a su modo eran felices... es algo que nunca sabremos. Teníamos al "güero mustang" un sujeto que iba por toda la ciudad simulando manejar un auto y cuando te topabas de frente con el te hacia como claxonazo "piiii piiiii" y te dejaba sordo, se decía que había quedado así en un accidente automovilístico y que si fue dueño de un auto deportivo; teníamos al "Licenciado" un señor que estaba en la escalinata de un museo, siempre vestía un saco de pana con parches de color mas oscuro, se peinaba hacia atrás, relamido, y todo el día discurría acerca de leyes, derechos y decretos, nunca supe si en verdad fue abogado; teníamos un señor que pedía dinero digamos que de manera "bilingüe" porque decía "one ayudita", con eso de que estábamos en frontera... de pronto desaparecen, porque se van muriendo y a mi siempre me queda la incógnita si alguna vez tuvieron algo y decidieron botarlo todo por la ventana, en vista de que parecieran tan felices...
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