Siempre me acuerdo de una anécdota que me contó un amigo que trabajó durante diez años en Ecuador. Decía que allá "lo veían feo" cuando pedía una Coca-Cola en el desayuno. Cuando esto sucedía, se justificaba diciendo que en Monterrey, su ciudad natal, era de lo más normal acompañar unos tacos mañaneros con una Coca-Cola; cosa que los ecuatorianos veían con algo de incredulidad y horror.
Menciono esta anécdota porque así como se volvió normal pedir una Coca-Cola a las ocho de la mañana para acompañar unos tacos de barbacoa o guisos, así, sin darnos cuenta, se han ido normalizando muchas cosas; pero pienso especialmente en el miedo y en la violencia. En la normalización del miedo y la violencia.
El primer crimen que conmocionó a mi generación y marcó para siempre al Monterrey moderno, fue el asesinato del niño Hernán. Lo secuestraron en 1986 saliendo de la escuela; los captores pidieron un rescate millonario a su familia y, tiempo después, su cuerpo fue encontrado estrangulado dentro de un costal de ixtle, en el fondo de una noria, en el municipio de Villa de Santiago.
Yo iba a cumplir 10 años. Me acuerdo que en mi colegio había varios familiares de Hernán. Uno de ellos estaba en mi salón y creo que otro -u otra- iba en el salón de mi hermana -no recuerdo si eran hermanos o primos-; pero me acuerdo que uno de estos niños -el más cercano, supongo- faltó algunos días a clases. A su regreso, el director del plantel se apareció en el salón, dijo algunas palabras y pidió que los alumnos nos pusiéramos de pie y abrazáramos al niño. Titubeantes, obedecimos, y esquivando los pupitres nos acercamos hasta donde estaba sentado; cabizbajo. Al sentir los abrazos de sus compañeros, el niño se soltó llorando. Todo el salón hizo lo mismo.
Pero recuerdo que no fue un llanto de compasión, sino más bien de incertidumbre. Nuestras miradas buscaban posarse en algún punto fijo, pues no estábamos seguros de lo que acababa de suceder; no entendíamos bien a bien lo que había pasado. Si no entendíamos la muerte como un proceso natural, ¡menos la muerte de un niño de nuestra edad! (y de esa forma tan horrible). Eso no sucedía ni en las películas de terror, y parecía que nuestro mundo se acababa de convertir en algo peor: en un mundo ya no de monstruos ni fantasmas, sino de villanos reales que mataban niños. Y no entendíamos nada. Quizás el dolor de unos compañeros que habían perdido a alguien querido. Y el miedo. Mucho miedo. El miedo de salir a jugar al parque, de soltarle la mano a nuestros padres en el centro comercial; miedo al robachicos, al Viejo del Costal, al albañil y al velador que cuidaba la construcción de la cuadra. Y el miedo se volvió normal. Se volvió costumbre temerle al pobre, desconfiar del extraño, cuidarse de los desconocidos que te sonreían en la calle...
Y de un tiempo a la fecha lo mismo sucedió con la violencia: ya no nos sorprenden los robos, los asaltos a mano armada, las extorsiones, los asesinatos a plena luz del día, los descuartizados, etc. Incluso les decimos "malitos" a los criminales. La violencia se han vuelto algo normal, y cuando algo se normaliza, deja de calar; se borra de nuestros radares; nos insensibiliza; se nos hace un callo...
El miedo y la violencia se volvieron tan normales como atascarnos de carne y amanecer crudos los fines de semana. Se volvieron tan normales como ver las montañas a diario: que si un día las dejamos de ver, ni cuenta nos damos. Se volvió habitual tener idiotas en la televisión y en las redes sociales haciéndose pasar por líderes de opinión que repiten una y otra vez lo mismo. Se volvió común usar "indio" como insulto, pagar todo más caro y decirle "naco" a quien no pertenece a nuestra condición social. Se volvió natural tener mentirosos, cínicos, rateros y corruptos en el poder. Todo lo malo se ha normalizado, se ha hecho costumbre; incluso virtud. Se ha vuelto parte de nuestra idiosincrasia, de nuestro sentido del humor, de nuestra picardía. Preferimos reír a llorar.
Y así vivimos desde hace años: como la rana en la olla. Hirviendo lentamente hasta que, sin darnos cuenta, terminaremos cocidos. Si no es que ya lo estamos.
Y de un tiempo a la fecha lo mismo sucedió con la violencia: ya no nos sorprenden los robos, los asaltos a mano armada, las extorsiones, los asesinatos a plena luz del día, los descuartizados, etc. Incluso les decimos "malitos" a los criminales. La violencia se han vuelto algo normal, y cuando algo se normaliza, deja de calar; se borra de nuestros radares; nos insensibiliza; se nos hace un callo...
El miedo y la violencia se volvieron tan normales como atascarnos de carne y amanecer crudos los fines de semana. Se volvieron tan normales como ver las montañas a diario: que si un día las dejamos de ver, ni cuenta nos damos. Se volvió habitual tener idiotas en la televisión y en las redes sociales haciéndose pasar por líderes de opinión que repiten una y otra vez lo mismo. Se volvió común usar "indio" como insulto, pagar todo más caro y decirle "naco" a quien no pertenece a nuestra condición social. Se volvió natural tener mentirosos, cínicos, rateros y corruptos en el poder. Todo lo malo se ha normalizado, se ha hecho costumbre; incluso virtud. Se ha vuelto parte de nuestra idiosincrasia, de nuestro sentido del humor, de nuestra picardía. Preferimos reír a llorar.
Y así vivimos desde hace años: como la rana en la olla. Hirviendo lentamente hasta que, sin darnos cuenta, terminaremos cocidos. Si no es que ya lo estamos.
A donde vamos a ir a parar? =(
ResponderBorrarTienes razón Guffo cada vez todo se nos hace más normal y ya nada nos asusta. Hemos perdido la capacidad del asombro.
ResponderBorrarNos hemos vuelto indolentes... Y eso si esta cañon
ResponderBorrarSaludos
66621: Tal vez a esto que estamos viviendo... o quizás aún no tocamos fondo, y eso sí está cabrón. Saludos.
ResponderBorrarAdib: Eso está bien gacho. Da terror, snif. Saludos.
Edu: Saludos, mi buen. Gracias por comentar
Lo ultimo que dijiste es parte de ello, una parte muy importante, el actuar con deshonestidad o malicia para conseguir algo de esa forma es visto como virtud.
ResponderBorrarTodo lo malo se vuelve tan normal que incluso ahora es malo tratar de mejorar. Que gacho :(
ResponderBorrarSaludos.
Caramba, cuanta razón. Y es precisamente esa costumbre, apatía, indiferencia las que hacen que cada vez uno sienta un mayor peso en la espalda, una desazón ó algo así, como que ya no hay remedio.
ResponderBorrar¿Estaremos a tiempo de cambiar?