lunes, mayo 18, 2015

Aztlán: un buen lugar para morir

Confieso avergonzado que nunca había escuchado hablar de Mexcaltitán; mucho menos de la importancia histórica –o mística– que tiene. 

Mexcaltitán es una isla localizada en el municipio de Santiago Ixcuintla, en el estado mexicano de Nayarit. Algunos historiadores creen que se trata de la mítica Aztlán, lugar de origen de los aztecas, que en náhuatl significa "lugar entre las garzas".

Mexcaltitán es un poblado de pescadores cuyo principal atractivo turístico radica en sus casas con techo de doble agua de tejas; pero, sobre todo, que en temporada de lluvias las calles de la isla se inundan, por lo que pueden ser recorridas en canoas, como en Venecia. 

James nos confesó que había decidido morir en ese lugar.

Al escuchar sus palabras nos quedamos helados. Volteamos a vernos de reojo, como si no hubiéramos comprendido lo que acabábamos de escuchar, pero ninguno de los dos nos atrevimos a pedirle que repitiera lo que había dicho.

Me hubiera gustado ahondar en el tema, pero sus palabras me ofuscaron. Una persona que habla con extraños sobre su propia muerte, con esa naturalidad, no es cosa de todos los días. Me hubiera encantado preguntarle sus motivos, para aprender a lidiar con las muertes que me tocará enfrentar antes de la mía –y con la mía–, pero el tabú alrededor de este tema me hizo creer que, si lo hacía, sería una falta de respeto para el señor, pues podría considerar que no era algo de mi incumbencia.

O tal vez James estaba dispuesto a platicarnos sus razones, pero guardó silencio al ver nuestra reacción. O quizá inconscientemente no quise que profundizara en ellas: la muerte nunca es un tema agradable para pensar. Menos en vacaciones.

Desconozco si James tendría alguna enfermedad terminal o simplemente había decidido acabar con su vida. Pudiera ser que tuviera tal comunión con su cuerpo y espíritu que estaba consciente de que, por su edad, era hora de partir.

No pude decir nada el resto del camino. Ni siquiera articular un diálogo cualquiera con mi acompañante para romper aquel silencio incómodo. Aunque tal vez para James no lo era tanto, pues por el espejo retrovisor alcancé a ver cómo se recargaba en el asiento y miraba el paisaje con una sonrisa dibujada en el rostro.

Al llegar al pueblo, James señaló el cruce de una calle. Nos pidió que lo dejáramos frente a una casa color amarillo yema de huevo. Cuando quise bajarme del coche para abrirle la puerta, posó sus manos sobre mis hombros y dijo que no me molestara. Obedecí, sintiendo un escalofrío. El hombre abrió la puerta, bajó del coche con dificultad, cerró la puerta y se acercó a mi ventana.

 –Fue un placer conocerlos –dijo, levantando el sombrero, tembloroso, dejando que el sol iluminara sus ojos del mismo color de la laguna.

Lo vimos perderse en una calle y seguimos nuestro camino en silencio.

Aquel día en Santa María del Oro, el agua cambió de color. Un día antes tenía destellos azul turquesa. Aquel día amaneció de un tono verde brillante. También aquel día mi forma de ver la vida cambió de color. Un día antes pensaba que era color rosa. Aquel día supe que la muerte también podía serlo.  

5 comentarios:

  1. Y bueno, la muerte puede ser la única cosa realmente extraordinaria que les puede ocurrir en su vida a algunos…

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  2. Bonito relato,está tranquilo, sencillo. Ojalá nos hicieras más pero también de los paseos que te das (esos me gustan mucho),

    saludos

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  3. Guffo, tienes que ver un documental que se llama "An honest liar" es la neta ese viejito.

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  4. Ángello: Poético y triste comentario, compadre.

    El Simple: Prometo subir más la próxima semana. Un abrazo y gracias por disfrutar de mis escritos.

    Razz lel: Ah, claro, ya lo vi: es el de James Randi. Muy chingón el hombre. Saludos.

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  5. Me va a tomar tiempo, pero voy a ponerme al corriente con tus escritos de los ultimos años. Llevo un par de paginas apenas, pero es como ver una serie y poder servirte todos los capitulos que quieras seguidos, asi que, afortunado de mi. Saludos Guffo


    Cesar Ramos

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