Según mi filosofía de vida, con una mente en silencio, los sentidos bien alerta, una irresponsable actitud de a-donde-me-lleve-el-viento y la compañía perfecta –la de uno mismo también cuenta como compañía perfecta–, cualquier nimiedad aparente o salidita a la esquina puede transformarse en una experiencia memorable. Y en eso se convirtió mi visita a la mítica cantina Siete Leguas.
El Siete Leguas es una cantina ubicada en el poblado de Paredón, en el municipio de Ramos Arizpe, Coahuila; a casi 100 kilómetros de la ciudad de Monterrey.
Había escuchado, leído y visto muchas historias, reportajes y artículos sobre este peculiar sitio, pero nunca había tenido la oportunidad de visitarlo. Hasta hace poco.
Paredón es una pequeña localidad al sur del estado coahuilense, donde convergen dos líneas de ferrocarril. Durante la Revolución Mexicana, Paredón fue un importante centro ferrocarrilero, pues era un punto estratégico para la movilización de tropas y armamento. De hecho, según la historia oficial, Pancho Villa sometió a las fuerzas federales de Victoriano Huerta en este lugar.
Como dato adicional: Paredón está muy cerca de Icamole, Nuevo León, lugar donde supuestamente Porfirio Díaz rompió en llanto al verse derrotado por Mariano Escobedo, ganándose el apodo de El Llorón de Icamole.
El nombre de la cantina hace honor a un corrido revolucionario que se titula "Siete Leguas", que, al mismo tiempo, alude al nombre del que fuera el caballo predilecto de Villa.
Como podrán deducir por lo que he escrito hasta el momento, el lugar es un templo dedicado al Centauro del Norte y al México revolucionario. Las paredes rezuman historia: fotos de soldados y trenes en tonalidades sepia; documentos, monedas y bilimbiques enmarcados; casquillos de balas, pistolas oxidadas y un sin fin de souvenirs de aquella época.
Don Gaspar atiende el Siete Leguas desde un banco de madera. Muy apenas puede caminar. El menú es limitadísimo: cerveza de Grupo Modelo y bolsas de cacahuates y chicharrones con salsa Botanera. A veces algún cliente lleva limones o una salsa casera. También hay un par de mesas de billar.
Don Gaspar dice que la cantina es propiedad de uno de sus hijos que "vive fueras". Presume que mucha gente se la ha querido comprar, pero su hijo no quiere deshacerse de ella. Asegura que han venido a beber cerveza bien fría alcaldes y gobernadores, y "gente muy importante". También presume que "se han modernizado", pues en la parte de atrás hay un par de asadores amplios, mesas y sillas, "para quienes quieran hacer una carnita".
Pienso en la gentrificación de algunos lugares a los que les tuve cierto afecto, pues comienzo a tenerle aprecio a éste. Sitios a donde llegó gente con el capital suficiente para comprarlos y "mejorarlos". Imagino lo que yo haría con un lugar de estos si tuviera el dinero para comprarlo. Deduzco que dentro de la "mediocridad" o "mal servicio" o la inexistente variedad en el menú, es mejor que el Siete Leguas se mantenga así como es.
Hay oro molido flotando en todas partes. Pláticas que nunca imaginamos. Personas que marcarán nuestro día con una frase. Basta curiosidad. Basta lo que dije al principio: mente silenciosa, sentidos alerta, actitud de a-donde-me-lleve-el-viento y compañía perfecta.
Al caer la noche en Paredón sólo se escucha el canto de las cigarras. Las suelas de mis zapatos crujen con las rocas del camino y los insectos callan. Pudiera asegurar que es tanto el silencio que, cuando corre el viento, escucho cada partícula de tierra levantando el vuelo.
Me acabas de antojar las ganas de ir, ya que soy fiel seguidor de la historia del General Villa. Ojalá tenga la oportunidad pronto.
ResponderBorrarSaludos, Guffo.
Pues compadre, muy buena critica del 7 leguas, yo estuve ahí, nomas te falto mencionar la camaradería de los "chupantes" y la bienvenida amena que nos dierón y de toda esa "conscupisencia" de querernos allanar, de aquí para alla, amén de no decir que nos "abrieron cuenta" sin siquiera conocernos, salud compadre...
ResponderBorrarEn diciembre quise ir a la sulfurosa, que conozco por foto por tì, ojalà pueda ir a ese lugarcito. Aceptan mujeres?
ResponderBorrarMuchos saludos, Daniel. Ojalá se te haga conocer este lugar; te va a gustar.
ResponderBorrarSalud,Ángello.
Anónimo: No sé si dejen entrar mujeres, pero no creo que tengan inconveniente si les dicen que vienen de lejos y han escuchado hablar mucho acerca de ese lugar.
Cálmate, pinchi pelón "sabiondo"... No eres más que un pinchi avelino pilongano venido a más
ResponderBorrarTuve que googlear tu comentario para saber a qué te referías. Nunca fui fan de la Familia Burrón, snif. Hay niveles. Saludos.
ResponderBorrarjajajajaja, no haga caso de los pinchis anónimos, carnal. Me gustó su texto… ¡saludos!
ResponderBorrarSe ve un lugar agradable, interesante y cómodo para pasar un buen par de horas tomando una(s) cheve(s) con buena compañía...¿de casualidad no te encontraste al filósofo de cantina? juraría que podría andar también por ahí. Saludos y como siempre un gusto leerte mi estimado.
ResponderBorrar¡Gracias, mi buen Sivoli! Un abrazo.
ResponderBorrarEsa noche había muchos filósofos de cantina, jejeje. Gracias por leer. Saludos.
yo quemaba ese lugar, mira que glorificar la revolucion que nos dio al PARTIDO DEL ROBO INSTITUCIONAL.........
ResponderBorrarAh, que mi Gustavo borrachín, jejejej!!
ResponderBorrarSe me figura que la cantina a la que fuiste es un sitio muy tranquilo para ir a tomarse una cerveza, de esos bares que huelen a papel viejo, a gato recién despierto, a humedad de sillar y naftalina.
(así como el exquisito olor de los locales en donde venden libros usados, jejejej)
De esas cantinas que no cuentan con radiola ni TV, en donde por ley debes socializar con el resto de los parroquianos, para diluir el alcohol con la plática.
Qué bien que hayas disfrutado tu estancia ahí, porque de esas cantinas ya casi no hay.
A ver cuándo te animas a visitar el estado de Chihuahua para vivir nuevas aventuras.
Saludos Gustavo.
Ujule, ahí enfrente tenías la presa de la mula. Hechate una vuelta.
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