jueves, septiembre 11, 2014

Y todo por preguntar por unos chorizos

A pesar de que está a dos horas de Monterrey, nunca había ido a Parras del la Fuente, Coahuila. El único “recuerdo” –por llamarlo de alguna forma– que tengo de ese lugar, es un roommate que tuve cuando estudié inglés en un pueblito de Kansas, a la edad de 17 años.

Mi roommate, El Parras, siempre me decía: "Cuando salgamos de este instituto de señoritos, quiero que vayas a mi pueblo: te la vas a pasar poca madre". El Parras siempre hablaba con orgullo de su ciudad natal y nos platicaba unas anécdotas muy graciosas –casi increíbles– sobre las vacaciones de Semana Santa y las fiestas del vino.

Con el tiempo perdimos contacto. Era la época de las cartas a mano y las llamadas de larga distancia. Salía muy caro y tedioso tener amigos de fuera. Era el año de 1993: todavía faltaba para el auge de los correos electrónicos y para que este mundo se convirtiera en la modernísima Aldea Global que pronosticó Marshall McLuhan .

Total que no volví a saber del Parras, mi ex roomie; ni de Parras, el pueblo mágico del estado de Coahuila.

Últimos días del mes de agosto del 2014. Llegamos a Parras el jueves al medio día. La primera noche cenamos en un lugar llamado Enoteca. Hice corajes porque las copas de vino estaban en 60 pesos y te las servían peor de caciqueadas que en Monterrey. Ni siquiera una cuarta parte de la copa tenía vino. “Ya ni la chingan: ya ni porque aquí hacen el vino te llenan la copa”, dije, como el viejito gruñón que soy. Total que, para no hacer berrinches, mejor pedí un par de cervezas, y, al terminar de cenar, nos fuimos al hotel.

De regreso al hotel pasamos por un lugarcito que no tenía nombre, sólo la imagen estilizada de una fábrica como logotipo. Estaba ubicado justo afuera de las instalaciones de La Estrella, una antigua fábrica de mezclilla que se fue a huelga y cerró sus puertas hace algunos años. El pequeño restaurante/bar tenía mesas de patas largas al aire libre, un asador sobre la banqueta, una barra en el interior con iluminación tan tenue que apenas y se apreciaban las botellas de licor de la pared del fondo, y música de mi total agrado. Se veía con ondita el antrillo. “Mañana mejor venimos aquí", dije. 

La noche siguiente fuimos a La Factory, como bauticé al lugar sin nombre. Nos sentamos en una mesa de las de afuera. Sonaba I melt with you, de Modern English. Un mesera nos atendió muy amable. Las copas de vino las servían igual de caciqueadas que en la Enoteca y que en cualquier restaurante mamón de Monterrey, por lo que opté de nuevo por pedir cerveza. La chica nos dijo que de cenar sólo había hot dogs con chorizo uruguayo y salsa chimichurri, y señaló la parrilla que tenían montada a un lado de la calle. Me gustó la idea.

El hot dog estaba tan bueno que me comí dos, y la salsa chimichurri estaba de n-o-m-a-m-e-s. Como que estaba toda “integrada”, o sea: no estaba el aceite y las especias flotando por separado, como que estaba licuada; como una salsa verde para tacos, consistente y muy sabrosa. En eso empezó a sonar Pictures of you.

Total que le pregunté al morro que estaba asando los hot dogs en la parrilla que dónde compraban los chorizos y que cómo hacían la salsa. Y le habló al dueño. A la mesa llegó un vato de pelo chino, más o menos de mi edad; muy amable y rockerón, que era también el DJ. Me dijo que los chorizos y la salsa los hacía un amigo suyo que vivía en Monterrey. "Ah, nosotros somos de Monterrey", y bla bla bla: se soltó la plática. Total que el dueño del bar me dice: “Deja te paso la tarjeta de mi compa el de los chorizos”, y saca de la cartera un rectángulo blanco con los datos de su amigo y un marrano y una vaca muy elegantes, con bowtie. Al leer el nombre, dije:

–Óooorale. Yo tenía un amigo que se apellida igual que tu amigo. Tal vez lo conozcas: se llama E. V.

–Nooo… No me suena... ¡Aaaah!, pero el güey que está en esa mesa –dijo apuntando a la mesa de al lado– se llama E. P. V. Igual y es su pariente.

Volteé a ver al güey de la mesa de al lado, ¡y era El Parras! No me acordaba de su primer apellido porque siempre usaba el segundo.

Me paré de mi asiento, me acerqué y le dije: “¡¿Qué pedo, pinche Parras?!”. Todos los comensales voltearon, como pensando: "¿Y este foráneo mamón por qué le dice "pinche" a nuestro pueblo?". "¡¿Calaca?!", me gritó E. mientras se ponía de pie (me decían Calaca porque me apellido Talavera: Talavera–Calavera–Calaca; aparte estaba bien pinche ñango).  

Nos abrazamos, platicamos, recordamos un chingo de anécdotas y bebimos hasta las dos de la madrugada. Al día siguiente fuimos a su casa y de rol por algunos sitios turísticos. Al otro día también nos invitó a su casa y comimos pozole y hamburguesas. Muy amable su familia.
Al despedirnos quedamos en que volvería a visitar Parras, pero no como la última vez que nos despedimos y nunca volvimos a vernos.

"Sorpresas que da la vida", dicen algunos. "Qué coincidencias tan extrañas" o "Por algo suceden las cosas", dicen otros. Yo no sé. Lo que sí creo es que, si no hubiera preguntado por los mentados chorizos uruguayos y la salsa de chimichurri de los hot dogs, ni me hubiera enterado que estaba cenando al lado del roomie que tuve hace 20 años en aquel pueblito de Kansas.

16 comentarios:

  1. se podría decir que, al preguntar por el chorizo se agarraron confianza y por eso reencontraste al Parras?

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  2. Es bastante raro cuando eso pasa. Qué chido que te topaste a tu camarada.

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  3. Excelente aporte, muy buena la narración y fantástica tu experiencia!

    Saludos!

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  4. Supongo que el chorizo uruguayo es del negro ezquivel. Asi hace el chimichurri, licuado. Esta ahí por la torre de Banorte de revolución.

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  5. Anónimo10:16 a.m.

    Y donde venden los chorizos aquí en Mty?

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  6. Gracias por sus comentarios. El chorizo se llama "El Pampero", pueden hacer sus pedidos en totoverastegui@hotmail.com. Muy bueno.

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  7. A toda madre ese pinche pueblo, Guffiño. De morrillo cuando era la fiesta del vino de la fabrica donde camellaba mi finado padre salían camiones con rumbo al pueblo por la raza del trabajo oriunda de Parras y se todo bien chido, juntaba un chingo de nueces para después allá en Monterrey comer a gusto.

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  8. Amigos del chorizo. Yo respeto.

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  9. Anónimo4:01 p.m.

    ya me imagino el tamaño del pueblo para encontrarte a tu amigo jaja

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  10. siempre he pensado que ser un pinche tragón y ademas preguntón trae cosas buenas, he aqui un claro ejemplo.

    en horabuena por el rencuentro con el parras...

    PD. se me antojo un chingo el jotdog :(

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  11. Anónimo3:45 p.m.

    Si fue neto, qué chingón! Saludos Bro. Rosscorpio

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  12. Anónimo3:12 p.m.

    Que a toda madre se ha de sentir

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  13. Y admito que cuando vi el título del post, parecía que iba a ser de un pleito que se hizo por algun detalle simple. :)

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  14. Anónimo11:40 a.m.

    A que chingón!

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