Hay cuatro cajas de cuyo contenido nunca he podido deshacerme. En una guardo montones de fotografías y negativos de fotografías que nunca imprimí; en otra, cuadernos con dibujos de cuando tenía 10, 11, 12 y 16 años; otra tiene revistas que coleccionaba en los años ochenta y principios de los noventa (Video Risas, Simón Simonazos, El Loco Max, etc.); la última contiene las caricaturas y tiras cómicas que he publicado a lo largo de 16 años en distintos medios impresos y digitales... aunque también algunas curiosidades.
Ayer que por fin decidí deshacerme de lo más que pudiera del contenido de una de las cajas, encontré esto:
En aquel tiempo una amiga de la carrera que hacía prácticas en el periódico El Norte, de Grupo Reforma, me hizo una entrevista para un suplemento juvenil. Recuerdo que contesté algunas preguntas obvias, me tomaron fotos en poses ridículas y me pidieron que hiciera caricaturas de "chavos famosillos" -según los parámetros del periódico- de la ciudad. La entrevista salió un miércoles y, para el fin semana, yo ya tenía trabajo: me contrataron para hacer tiras cómicas "con temática juvenil" y caricaturas de "chavos famosos" en las ediciones suburbanas de ese diario, en donde laboré durante 13 años.
Y bueno, pues resulta que alguien leyó la entrevista, recortó mi foto ultra sexy con pelo de hongo, le dibujó un corazón con tinta negra, la pegó en una hoja cuadriculada, escribió lo que sentía y me la dejó en el limpiaparabrisas del coche del amigo que me daba ride al salir de clases.
Supuestamente en aquella época yo "tenía dueña", como dice en su postdata la romántica epístola. Pero ya ni me acuerdo. Tal vez era una de esas noviecillas inmaduras que no cuentan porque te duran tres semanas. La cosa es que nunca supe quién me mandó este recado porque quien lo escribió nunca hizo acto de presencia, y pues me quedé como Penélope o la loca ésa del muelle de San Blas, snif.
A lo que voy es que: ¡qué romántica era la stalkeada de antaño! ¡Qué bonita! Ahí sí había que pelársela si se quería acechar a alguien. Nada de redes sociales ni whatsappes ni fotitos regadas por todos lados: pura investigación de campo.
Investigar quiénes eran las amigas del objeto de deseo, hacerte amigo de ellas, conseguir el teléfono de la víctima, conseguir su dirección, pasar de noche en el coche de algún amigo, brincarte la barda, pegar una flor y una cartita en la puerta, salir corriendo cuando los perros se despertaban y correr más rápido cuando la noche se iluminaba con el brillo parpadeante de las torretas de las patrullas (esto me lo contó el amigo de un primo de un tío, cof, cof)... ¡Qué bonita era la stalkeada de antaño, en serio!
Esos sí eran stalkers y no chingaderas.