Salgo de casa a las once de la mañana, con un sándwich de jamón con queso y un litro de agua de papaya en la panza. El recorrido al trabajo dura aproximadamente 35 minutos en coche. El Cerro de las Mitras me acompaña al costado izquierdo durante casi todo el camino, hasta que tomo la desviación del libramiento y la imponente masa de piedra y hierba queda a mis espaldas. Hay partes en donde todavía no construyen los fraccionadores, pero no tardan. Las mallas ciclónicas en medio de la nada anuncian el inminente final de miles de metros de arbustos rastreros y árboles de Josué; o yucas, como mejor los conocemos aquí. Durante estas fechas también pueden apreciarse las flores blancas de las anacahuitas y el amarillo intenso de las retamas floreciendo. En algunas partes donde el campo está cercado, hay lonas que anuncian la próxima construcción de un fraccionamiento exclusivo: “Cumbres Allegro”, “Cumbres Bonanza”, “Cumbres Premier”… Un Seven Eleven y una gasolinera desentonan con el paisaje agreste. El contraste me recuerda el chiste aquel de que lo primero que habrá en Marte será un McDonald´s o una de estas tiendas.
En mis días libres subo hasta acá en bicicleta. Hay algunas veredas por las que puede andarse. Se ven conejos, culebras, lagartijas y gavilanes, hasta que uno se topa con pequeños claros desmontados desde la raíz por maquinaria pesada. El golpe de realidad es duro como el concreto. Pienso que si tuviera dinero, me gustaría ser el dueño aunque fuera de una hectárea. Haría un parque estatal. Un parque ecológico como el de árboles de Josué en California. Con senderos para cross-country, letreros informativos sobre la vegetación y la fauna del lugar, y áreas para acampar. O tal vez construiría un pequeño resort autosustentable. Unas ocho o diez cabañas, y haría actividades diurnas, como tours en bicicleta y safaris fotográficos; y actividades nocturnas, como fogatas y terraza con telescopios para contemplar el cielo. Tendría tarifas especiales cada luna llena y cada que hubiera lluvia de estrellas. Los niños entrarían gratis y se permitiría la entrada a mascotas. Pero de seguro mi plan no es tan redituable como un fraccionamiento.
Tomo el libramiento. El cerro queda atrás. Es la hora de los tráilers. Bajo la velocidad y comienzo a esquivarlos. Un señalamiento verde anuncia que he entrado al pequeño municipio en donde trabajo. Ha dejado de ser el área rural que era hace 25 años, pero no deja de ser un rancho. La diferencia es que donde antes había ejidos ahora hay casas de interés social. No son como las que harán en “Cumbres Allegro” y “Cumbres Bonanza”; estas casas son de un piso y una recámara, con nombres más modestos y absurdos: “Villas Campestres”, “Riveras del Prado”, "Elite Estrella".
Recuerdo que un amigo de la infancia nos invitaba al rancho donde vivían sus abuelos, que quedaba por estos rumbos. El camino me parecía larguísimo. Sentía que viajaba a otro país. Veníamos los fines de semana a nadar en una pila de concreto, a corretear gallinas y montar a caballo. La abuela de mi amigo sacaba agua de un pozo, mataba víboras con machete para secar su carne, ordeñaba vacas y chivas, hervía la leche y nos preparaba panes y tortillas con nata. Nada de eso queda: ni los abuelos de mi amigo, ni los pozos de agua, ni los corrales con animales ni la leche hace nata. Ahora todo es un yermo extenso de donde se elevan nubes de polvo.
Me comentan en el trabajo que los ejidatarios vendieron sus terrenos a las constructoras. Que recibieron buen dinero por ellos. "Un pago justo". Eso dicen. No me consta. Había familias que poseían tierra en donde cabían 20 ó 30 casas de interés social. Pienso que por más justo que haya sido el pago, no creo que se compare vivir en una casa de ésas a vivir en un ejido. Es como enjaular a un cenzontle. Los ejidatarios cambiaron -o los obligaron a cambiar- su patio de tierra con pozo de agua, aves de granja y perros que correteaban entre mezquites y huizaches, por un patio pavimentado de seis por dos metros que seguramente terminará convertido en lavandería o en un cuarto extra.
Recuerdo que un amigo de la infancia nos invitaba al rancho donde vivían sus abuelos, que quedaba por estos rumbos. El camino me parecía larguísimo. Sentía que viajaba a otro país. Veníamos los fines de semana a nadar en una pila de concreto, a corretear gallinas y montar a caballo. La abuela de mi amigo sacaba agua de un pozo, mataba víboras con machete para secar su carne, ordeñaba vacas y chivas, hervía la leche y nos preparaba panes y tortillas con nata. Nada de eso queda: ni los abuelos de mi amigo, ni los pozos de agua, ni los corrales con animales ni la leche hace nata. Ahora todo es un yermo extenso de donde se elevan nubes de polvo.
Me comentan en el trabajo que los ejidatarios vendieron sus terrenos a las constructoras. Que recibieron buen dinero por ellos. "Un pago justo". Eso dicen. No me consta. Había familias que poseían tierra en donde cabían 20 ó 30 casas de interés social. Pienso que por más justo que haya sido el pago, no creo que se compare vivir en una casa de ésas a vivir en un ejido. Es como enjaular a un cenzontle. Los ejidatarios cambiaron -o los obligaron a cambiar- su patio de tierra con pozo de agua, aves de granja y perros que correteaban entre mezquites y huizaches, por un patio pavimentado de seis por dos metros que seguramente terminará convertido en lavandería o en un cuarto extra.
Es el costo del progreso que, al parecer, tenemos que pagar aunque no queramos.
El recorrido que mencionas es genial, sobre todo en el silencio y frescura de una madrugada. A mí me gusta contemplar también el paisaje, los cerros y demás, al ir en carretera. Por eso me gustó por mucho tiempo viajar en autobús.
ResponderBorrarDe lo que mencionas del progreso, pues sí, los cambios no se detienen. Recuerdo cuando era niño y la colonia en la que vivo era de pocas casas, y aún tenía a corta distancia corrales con animales, gallineros, etcétera. Ahora ya todo es casas, los parques, locales, y demás.
tu post me recordo al informe de los supuestos extraterrestres de ummo donde dicen que sus viviendas modernas se sumergen en la tierra para no alterar la belleza del paisaje natural....... y tambien me recordo otro informe donde dicen que el planeta tierra seria uno de los planetas mas bellos conocidos por ellos si pudieramos " domesticar su naturaleza sin pervertirla ".....
ResponderBorrarSnif compadre, no somos nada...
ResponderBorrarasi es mi querido guffo, yo también me acuerdo de lugares asi de bonitos que ya no existen, saludos carnal...
ResponderBorrarEstimado Guffo ya extrañaba tus relatos... Me parecio muy interesante ya que de niños soliamos visitar a unos parientes que vivian en un ejido. Era como viajar a otro mundo. Ellos aun siguen viviendo tranquilos, todavia no los alcanza la ciudad... Un abrazo desde Mexicali :)
ResponderBorrarSaludos Guffo, andamos más o menos por los mismos rumbos.
ResponderBorrarY está con madre tu idea, yo creo que sí habría mucha gente interesada en ir a un lugar como el que comentas, sólo que yo creo que ahorita sigue afectando todavía mucho la inseguridad. Ni hablar.
Cada que poblaba mi pensamiento con tu relato, me acuerdo cuando de tanto en tanto se fue perdiendo esa costumbre.
ResponderBorrarLuces de vehiculos en medio de la noche, gritos desgarradores, miedo de encontrarte una fosa reciente. no gracias. Deporte extremo solo para valientes recorrer esos parajes desde hace tiempo.
Saludos.
Muy bonito tu relato, desde hace 5 meses, mi recorrido al trabajo es más o menos parecido al tuyo, pero más lejos. Es un privilegio salir de la ciudad, y ver tanto espacio abierto, libre de casas, gente, carros. Un saludo Guffo.
ResponderBorrarVerobunbury.
Pues más que el costo del progreso es el costo de que seamos más y no haya planeación que cubra aspectos más allá de beneficio al capitalista. Yo por ejemplo, que siempre he vivido por la Nike de la independencia, sufro tu nostalgia, pues donde antes había casas grandes con jardines, jacarandas, pinos, yucas y había muchos pájaros y mariposas ahora se yerguen edificios y poco a poco han talado los árboles. Cuando era niño en el paseo de la Reforma había ardillas y más árboles, ahora estos han muerto a causa de las plagas y no la han reforestado, pero eso sí ponen mil y un ferias de mil mamadas. Tu que has tenido oportunidad de estar en otros paises te habrás dado cuenta que los mexicanos no somos sensibles a la naturaleza o al disfrute de ella. Saludos Guffo
ResponderBorrarYa tenía rato que n te leía. Pero describiste exactamente mi recorrido al trabajo desde hace unos meses. Me da mucha lástima como ahora todo el camino hasta García esta llenó de letreros de fraccionamientos, maquinaria emparejando terrenos y tumbando árboles y matorrales. Emparejando el terreno. Hace dos años que visito un parque que esta entré dos fraccionamientos allá en las últimas de cumbres. En un año se acabaron los coyotes, faisanes y las luciérnagas. Ahora nada más he visto una familia de liebres que esta atrapada entre las construcciones de dos colonias. Esas casas las van a terminar en pocas semanas y ya no tienen salida, ya no van a tener terreno donde esconderse y capaz que terminan de almuerzo de albañil. Que triste.
ResponderBorrar