Al principio de todo este alboroto no comprendía bien a bien a qué se refería la gente cuando mencionaba la palabra bully. Para un hombre de mucho mundo, como yo, Bulli siempre fue ese restaurante español sobrevaluado, propiedad de un científico loco llamado Ferran Adriá. Pero con el tiempo me di cuenta que la palabrita se puso de moda –“imposible que tanta prole esté hablando del mentado restaurante”, pensé-, y que era muy usada por los padres de familia, los psicólogos, los disque investigadores y los medios de comunicación. Fue entonces que comprendí que se referían a la acción de uno o varios chavitos que le hacen la vida de cuadritos a alguno de sus compañerito a base de insultos y golpes. Lo que sigo sin comprender es por qué el bullying se ha convertido en una problemática social grave.
Creo que el bullying es como las drogas: siempre ha existido. Desde el inicio de los tiempos. Si no, recuerden cómo Pedro Picapiedra se la pasaba jode y jode a su “amigo” Pablo Marmol, llamándolo “enano”. De “pendejo” nunca lo bajó al pobre. O recuerden lo que dice en la Biblia, eso de que Judas le decía “hippie pitochico” a Jesús y hasta le mandó poner clavos en las manos y ondas sadomasoquistas y de bondage más gachas que Fifthy Shades of Grey. Pero bueno.
Aceptemos que alguna vez fuimos esos ojetes que abusaban de morritos más chiquillos y que en algún momento –por ahí del quinto o sexto grado- también fuimos la comidilla de los que iban en secundaria. O incluso se prolongaba la jodedera hasta la prepa. Pero ya. Hasta ahí. No pasaba a mayores ni traía más consecuencias que una visita a la dirección, una disculpa sincera, una suspensión, una expulsión, un pleito atrás del gimnasio, una correteada por parte del papá a los niños que le daban de zapes a su hijo o tal vez nos quedábamos con el mote de “rajón” por una o dos semanas; pero ahí acababa el drama y todo volvía a ser color de rosa.
Aceptemos que alguna vez fuimos esos ojetes que abusaban de morritos más chiquillos y que en algún momento –por ahí del quinto o sexto grado- también fuimos la comidilla de los que iban en secundaria. O incluso se prolongaba la jodedera hasta la prepa. Pero ya. Hasta ahí. No pasaba a mayores ni traía más consecuencias que una visita a la dirección, una disculpa sincera, una suspensión, una expulsión, un pleito atrás del gimnasio, una correteada por parte del papá a los niños que le daban de zapes a su hijo o tal vez nos quedábamos con el mote de “rajón” por una o dos semanas; pero ahí acababa el drama y todo volvía a ser color de rosa.
Pero últimamente como que han hecho pedo y medio alrededor de este tema. Expertos de todo tipo y hasta astronautas dan su punto de vista y le escarban y le aplican ciencias bbuenas y ciencias ocultas y dicen que investigan a mil factores sociales y culturales y familiares para poder llegar al fondo de zzzzzzzz… Puras mamadas. Quizás ahora haya este movimiento antibullying porque uno se entera más de estos casos porque vivimos en una época en donde casi todos tienen acceso a algún aparatejo que graba cualquier situación, lo que permite que padres y maestros se enteren de lo que posiblemente antes no se enteraban. O tal vez está de moda porque los gringos le pusieron un nombre muy cool y quieren inventar alguna enfermedad mental –tanto en el niño abusado como en los niños abusivos- para desarrollar medicamentos nuevos y así reactivar su economía y llenar los manicomios y cárceles de gente. O pudiera ser que se habla tanto del bullying porque –como en el tema de las drogas- algo se salió de control. Si la razón es esto último, la pregunta sería: ¿qué chingados se salió de control y por qué?
Continuará... (pero, por lo pronto, opinen).