Amanece tan temprano que ni cuenta me he dado de la hora en que amanece. Quizá hoy deje una de las dos persianas abiertas, para despertar cuando el sol apenas se asome y así poder ver mi primer amanecer canadiense.
La semana pasada cambié el horario de mis clases. Ahora entro y salgo una hora más tarde. Las razones que me llevaron a esto fueron las siguientes: se siente “menos” frío -pues hay una hora más de sol-, la fila para subirse al transporte colectivo no es tan larga y, a veces, los camiones van tan vacíos que puedo irme sentado durante todo el recorrido.
Durante esta época del año el sol se mete a las cinco y media de la tarde, por lo que al salir de clases no me quedan ni cuatro horas de luz. Pero este anochecer prematuro y gélido no ha sido impedimento para disfrutar de la ciudad de Toronto. Con el dinero que me ahorré durante la semana desayunando, comiendo y cenando en casa –o en el comedor de la escuela-; el viernes -después de la última clase y a pesar de la nieve que tanto me gusta contemplar desde el tercer piso- decidí ir despilfarrar mi riqueza en el barrio griego.
Al salir del edificio del centro de lenguajes vi a una señora rubia con uniforme de guardia de seguridad fumando afuera de la estación del metro. Me acerqué con mi mapa -cortesía de la escuela- y le pregunté cómo llegar a “Greektown”. La mujer me explicó, señalando con el dedo índice algunas calles y, según yo, le entendí muy bien. Pero como que mi cara no era la de un iluminado porque a los 30 segundos un hombre de edad avanzada me alcanzó, me tomó del brazo y me dijo: “Vi que estabas preguntando por una dirección: ¿entendiste lo que te dijo la mujer?; porque si no, yo puedo explicarte”. No lo podía creer. Qué personas tan amables, la neta. Igualito que en Monterrey, snif.
Total que ya el ñor me explicó lo mismo que me explicó la señora rubia, me subí al metro con la música de fondo de un dúo callejero, me cambié a la otra línea del metro después de cuatro estaciones y llegué al barrio griego.
Caminé por la avenida principal más o menos como una hora. No tomé muchas fotos porque la luz estaba medio pedorra y me caga usar flash, retocar o alterar de más las fotos. Pero cuando se componga el clima tomaré muchas.
En una de las aceras de esa calle me topé a un artista callejero que hacía esculturas de hielo pero por su facha más bien parecía un loco recién escapado de un centro psiquiátrico. Y pues ahí me puse a cotorrear un rato con él. Después se me antojó bien cabrón una cerveza porque desde que llegué no me había tomado ninguna. Me despedí de mi amigo el loco y seguí caminando y vi un barecillo con acabados de madera, con un menú de precios accesibles pegado en la puerta, “hora feliz” de cerveza y unas cortinas de colores muy “locochonas”. Y entré. Los hombres fueron muy amables conmigo, pero las pocas mujeres que había en las mesas ni siquiera me voltearon a ver. Fue entonces que comprendí que las cortinas “locochonas” de muchos colores no eran cortinas sino banderas de la diversidad sexual, snif. Sí, amiguitos y amiguitas: era un bar gay. Pero como yo soy una persona respetuosa y tolerante con las preferencias sexuales de mis semejantes, hice lo que todo hombre civilizado haría: me terminé la cerveza de un trago, le aventé el dinero al mesero y salí corriendo con ambas manos atrás, tapándome el culo, gritando: “¡No me hagan nada, por favor! ¡No me hagan nada!”.
Después de tan hermosa pero muy femenina experiencia, pensé que necesitaba un bar con gente ruda. Un bar de ésos en los que las mesas vuelan cuando todos se agarran a golpes y el cantinero sale de atrás de la barra para romperle botellas a los forajidos en la cabeza . Así como en las películas de Capulina o de Bud Spencer y Terence Hill. Y fue cuando vi un pub con un marrano moteado tallado en madera. “¿Qué puede ser más rudo y varonil que un marrano moteado tallado en madera?”, pensé. Y entré y ordené una cerveza. Ése era mi lugar, ggggrrrrrr…
Me tomé tres cervezas distintas pero ninguna me pareció tan chingona como para volverlas a pedir. Por la ventana vi que empezó a caer nieve otra vez. Salí del bar sintiendo como si de la cabeza se me dispararan serpentinas. Las cervezas, pedorronas pedorronas, pero habían surtido efecto. Regresé a casa y creo que me quedé dormido antes de las 10 de la noche. En viernes.
La semana pasada cambié el horario de mis clases. Ahora entro y salgo una hora más tarde. Las razones que me llevaron a esto fueron las siguientes: se siente “menos” frío -pues hay una hora más de sol-, la fila para subirse al transporte colectivo no es tan larga y, a veces, los camiones van tan vacíos que puedo irme sentado durante todo el recorrido.
Durante esta época del año el sol se mete a las cinco y media de la tarde, por lo que al salir de clases no me quedan ni cuatro horas de luz. Pero este anochecer prematuro y gélido no ha sido impedimento para disfrutar de la ciudad de Toronto. Con el dinero que me ahorré durante la semana desayunando, comiendo y cenando en casa –o en el comedor de la escuela-; el viernes -después de la última clase y a pesar de la nieve que tanto me gusta contemplar desde el tercer piso- decidí ir despilfarrar mi riqueza en el barrio griego.
Al salir del edificio del centro de lenguajes vi a una señora rubia con uniforme de guardia de seguridad fumando afuera de la estación del metro. Me acerqué con mi mapa -cortesía de la escuela- y le pregunté cómo llegar a “Greektown”. La mujer me explicó, señalando con el dedo índice algunas calles y, según yo, le entendí muy bien. Pero como que mi cara no era la de un iluminado porque a los 30 segundos un hombre de edad avanzada me alcanzó, me tomó del brazo y me dijo: “Vi que estabas preguntando por una dirección: ¿entendiste lo que te dijo la mujer?; porque si no, yo puedo explicarte”. No lo podía creer. Qué personas tan amables, la neta. Igualito que en Monterrey, snif.
Total que ya el ñor me explicó lo mismo que me explicó la señora rubia, me subí al metro con la música de fondo de un dúo callejero, me cambié a la otra línea del metro después de cuatro estaciones y llegué al barrio griego.
Caminé por la avenida principal más o menos como una hora. No tomé muchas fotos porque la luz estaba medio pedorra y me caga usar flash, retocar o alterar de más las fotos. Pero cuando se componga el clima tomaré muchas.
En una de las aceras de esa calle me topé a un artista callejero que hacía esculturas de hielo pero por su facha más bien parecía un loco recién escapado de un centro psiquiátrico. Y pues ahí me puse a cotorrear un rato con él. Después se me antojó bien cabrón una cerveza porque desde que llegué no me había tomado ninguna. Me despedí de mi amigo el loco y seguí caminando y vi un barecillo con acabados de madera, con un menú de precios accesibles pegado en la puerta, “hora feliz” de cerveza y unas cortinas de colores muy “locochonas”. Y entré. Los hombres fueron muy amables conmigo, pero las pocas mujeres que había en las mesas ni siquiera me voltearon a ver. Fue entonces que comprendí que las cortinas “locochonas” de muchos colores no eran cortinas sino banderas de la diversidad sexual, snif. Sí, amiguitos y amiguitas: era un bar gay. Pero como yo soy una persona respetuosa y tolerante con las preferencias sexuales de mis semejantes, hice lo que todo hombre civilizado haría: me terminé la cerveza de un trago, le aventé el dinero al mesero y salí corriendo con ambas manos atrás, tapándome el culo, gritando: “¡No me hagan nada, por favor! ¡No me hagan nada!”.
Después de tan hermosa pero muy femenina experiencia, pensé que necesitaba un bar con gente ruda. Un bar de ésos en los que las mesas vuelan cuando todos se agarran a golpes y el cantinero sale de atrás de la barra para romperle botellas a los forajidos en la cabeza . Así como en las películas de Capulina o de Bud Spencer y Terence Hill. Y fue cuando vi un pub con un marrano moteado tallado en madera. “¿Qué puede ser más rudo y varonil que un marrano moteado tallado en madera?”, pensé. Y entré y ordené una cerveza. Ése era mi lugar, ggggrrrrrr…
Me tomé tres cervezas distintas pero ninguna me pareció tan chingona como para volverlas a pedir. Por la ventana vi que empezó a caer nieve otra vez. Salí del bar sintiendo como si de la cabeza se me dispararan serpentinas. Las cervezas, pedorronas pedorronas, pero habían surtido efecto. Regresé a casa y creo que me quedé dormido antes de las 10 de la noche. En viernes.
Buenas pics!
ResponderBorrar♫ Blame Canada, blame Canadaaa!
gufotografo (una vez mas), y luego gufebrio.... que buenas personalidades.. que mas te hace falta...
ResponderBorrarPrimis!
ResponderBorrarAl leer el post de Somos Fantasmas me entró un remordimiento terrible por nunca haberte dicho lo mucho que me gustabas y que te hayas quedado con la duda de quién soy... Quien dice que no hubieramos sido una pareja perfecta. No me hubiera gustado leer eso. El arrepntimeinto por mi cobardía no me ha dejado dorir y ahora que estás tan lejos siento que perdí i oportunidad.
ResponderBorrarUna fan que te admira y ama en silencio.
Jajaja
ResponderBorrarGeniales las Guffoaventuras en Greektown, buena manera de iniciar el lunes.
Saludos
pinche guffo maricotas...
ResponderBorrarEstas viendo la banderota gay en la fachada del bar..y aún así dices que no te diste cuenta.
Mmm.... mas bien entraste a ver si ligabas un negrote bien mamado, pero al no encontrarlo te indignaste y te fuiste a otro bar a seguir tu busqueda enfermiza.
pinche guffa eres la ley, sigue posteando.......jaja un bar gay........
ResponderBorrarjajajaja, pinche compadre guey que no te diste cuenta de que era un bar gay, ya vez, nomas te alejas de los conocido y te aflora tu verdadero YO, jajajajaja.
ResponderBorrarsaludos caon..
¿No te molesta que en el camión los anuncios de las paradas siempre los traen a volumen de reggeatonero? Al menos en el chuco así es.
ResponderBorrarEl perro que traía el ruco de barba se ve matón, por el tamaño de la foto no alcanzo a distinguirlo bien ¿qué raza era?
Jaja, lo del bar gay no tuvo madre,jajaja. Bastante divertido. Hubieras pedido una "Pacifico" esas chelas estan chidas!
ResponderBorrarun gusto Leerte mi maese de maeses!!
ResponderBorrarun saludo con afecto hasta esas tierras hospitalariamente gelidas!!
adrian!
y date una vuelta al hazme, se te quiere !!
Mi Gus, fijate que unos camaradas de por alla me contaron la leyenda urbana (segun ellos nomas') de que a los griegos (parejas heterosexuales obviamente) les gustaba hacer el amor por el patio trasero "if you know what I mean" jaja.
ResponderBorrarSi es que alguna vez te arremangas a una "greca" pos' me cuentas si es que te hace tan peculiar peticion ja!
Ojala y puedas ir a la CN Tower y tomar unos fotos chingonas desde ahi!
Saludos mi Guffo
Ulises Z.
JAJA TE LA BAÑAS CON TUS GUFFOAVENTURITAS NADA MAS NO TE CREAS MUCHO EE AL RATO VAS A ESTAR COMO TU AMIGO EL LOCO HACIENDO CARICATURAS EN LA CALLE QUE PADRE COMPADRE :) SALUDOS
ResponderBorrarBandera de arcoiris = diversidad sexual. Yo aprendi preguntando, pero los chingones como tu aprenden experimentando! Chinga! :D
ResponderBorrarChingonas las patoaventuras. saludos Guffo y que la sigas pasando bien en compañia de tus amigos gays.
ResponderBorrarNo pares de contar tus aventuras canadienses, de veras resulta muy ameno saber cómo te está yendo por allá, me da una mejor idea sobre lo que está pasando con mi hermano que también se acaba de ir a Canadá este enero. Disfrutad!
ResponderBorrarEn serio que me dio ternura lo del bar gay. Nomas de imaginarme tu cara de asombro. Bellas fotos y mas buenas tus anécdotas. Un saludo desde mexicali, bc. (Blanca)
ResponderBorrarYa soy una Guffoadicta :o
ResponderBorrarBud Spencer y Terence Hill... eso si es gay!!!
ResponderBorrarjajaja, eso del bar gay estuvo con madre. Se ve que la vas a pasar a toda madre por aquellos lados Guffo, cuidese cabrón.
ResponderBorrarEs posible que lo que mas llegues a extrañar en Canadá sea la cultura de un país? poder llegar a algún lugar y descubrir que fué sitio de asesinatos por parte de la santa inquisición o que 100 años antes fué una escuela?. Me refiero a que se puede disfrutar en aquel lugar, dejando un poco de lado la inseguridad?
ResponderBorrarxD jajajajajaja lo tuyo no es ir a un bar gay....jajajja
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