Cada que hablo con amigos que han acabado yendo al psiquiatra, me mencionan “las bondades” de pagar por platicar con un completo desconocido para que –aparte de quitarte tu dinero- te mande con otro güey para que te diagnostique un chingo de enfermedades, trastornos y males mentales de los que nunca te curarás.
Yo les digo a estos amigos que considero a la psiquiatría una vil farsa. Les digo que si van con un psiquiatra es porque en un principio debieron sentirse feos, gordos, tristes, solos, fracasados, no les gusta su trabajo o no saben qué quieren en la vida; y que es normal deprimirse o creerse loco si te sientes feo, gordo, no tienes trabajo y no sabes qué quieres en la vida. Después de escuchar esto, al que terminan diagnosticando como loco por sus ideas, es a mí, snif.
Pero qué le voy a hacer, si siempre he creído que esas cosas que los psiquiatras diagnostican como enfermedades -sin exámenes biológicos o neurológicos-, no son enfermedades, pues ni se conocen sus causas, ni desgastan el cuerpo, ni matan ni –para beneficio de los psiquiatras- tienen cura.
La psiquiatría juzga en base a normas y estereotipos sociales y se desenvuelve en una dictadura manejada científicamente por la industria farmacéutica y el dios dinero. Pareciera que sigue siendo una herramienta de control social –como hace 50 años-, no una especialidad médica, y una forma de hacer drogadicta a la mayor cantidad de gente posible de manera clínica y legal. Quienes consideren los psiquiatras que se salen de esos parámetros y conductas socialmente aceptadas, entonces están enfermos y necesitan ser medicados. Pero ¿quién no tiene pedos mentales?, ¿quién no ha pensado en suicidarse?, ¿quién no ha tenido problemas con una figura de autoridad?, ¿quién no ha querido ahorcar a sus jefes?
La diferencia radica –creo- en que unos son más cobardes que otros para afrontar los pedos solitos, pues les falta conocerse más a fondo, y las formas en que canalizan sus energías.
Y me dirán: “Ah, ¿entonces la esquizofrenia no es una enfermedad ni hace daño?”. Pos no. Para empezar, ¿a quién le consta que el esquizofrénico ve gente y escucha voces que le dicen que haga ciertas cosas? Nomás al esquizofrénico; y, si una persona esquizofrénica está loca, ¿por qué creerle que escucha voces y ve gente a un pinche loco? Es más, apuesto a que ni siquiera está loco: es simplemente un cobarde que tiene que echarle la culpa a voces inventadas y gente imaginaria para afrontar lo que como ser humano no puede afrontar: la vida y las consecuencias de estar vivo y ser humanamente deficiente.
¿Por qué a los católicos, cristianos, testigos de jehová y todos esos que platican con un Dios que nunca nadie ha visto, no los etiquetan de esquizofrénicos? ¿Por qué un sacerdote puede decir que en sus manos tiene la carne y la sangre de un Dios -cuando en realidad es un pedazo de harina y un sorbo de vino barato- sin que se le diagnostique esquizofrenia? ¿Qué no es eso alteración de la realidad? Ah, pero es que esa loquera sí está permitida socialmente; es una conducta normal “hablar con Dios”, pero si uno dice que Dios habló con uno, es un pinche loco, a menos que sea un alto jerarca religioso o un presidente que quiere justificar una guerra.
No somos perfectos y a huevo algo tiene que fallarnos en la cabeza. Todos tenemos pedos, todos nos deprimimos, todos tenemos obsesiones, cosas que nos ponen eufóricos o nos apaciguan, y nunca se nos van a quitar porque son rasgos de nuestra personalidad, no trastornos ni enfermedades. Pareciera que hoy en día todo el mundo quiere padecer un trastorno mental. Piden a gritos que les digan que son diferentes, que los definan, que les acrediten sus faltas de afecto, su cobardía, sus gustos, sus disgustos, sus miedos, sus obstáculos; que culpen al pasado, a su educación, a sus padres, a su condición social y les receten algo que justifique todas esas incapacidades o capacidades de más.
Es como el mentado iPod: está de moda, todos quieren tener uno y, al tenerlo, todos creen ser únicos perteneciendo al montón.
Ahora, todos quieren estar locos para sentirse especiales. Está de moda aparentar ser un loco. Todos quieren tener su psiquiatra que les reafirme esa idea, para sentir que pertenecen a un montón y son únicos a la vez.
Lucas: ¿sabías que la gente sigue diciendo que tú y yo estamos locos?
Figúrate.