El olor de la rutina con manchas en el techo

Abro la puerta de tela mosquitera y, como todos los días, produce ese sonido de resorte oxidado estirándose. El golpe metálico que retumba al cerrarse suena más fuerte que de costumbre. Los peces que duermen dentro del acuario ni se inmutan; flotan suspendidos con sus aletas centímetros arriba de la grava, justo bajo el tronco que se eleva y cruza de lado a lado el tanque.

La sala del departamento huele a la vela de vainilla que me regalaron y pocas veces enciendo; la cocina, a jabón para trastes y un poco de gas que se ha de estar escapando por uno de los pilotos de la estufa; el baño, a Glade Floral y mi recámara, a limpiador para pisos de cítricos –supuestamente- naturales. Los olores crean costumbres agradables, resguardos en donde uno se siente familiarizado con el territorio. Allá afuera, donde en vez de árboles y pájaros hay zozobra y caos vial, los olores no nos dan esa seguridad; la única manera de estar seguros es desconfiando de todos y dejárselo a la suerte: suerte de no estar en el lugar y tiempo equivocados durante un ajuste de cuentas entre policías que olvidaron su vocación.

El techo de mi habitación (cuál más, si sólo hay una) se está descarapelando debido a la humedad que dejaron las últimas lluvias del mes pasado. Me niego a arreglar el desperfecto por falta de dinero y porque las manchas que forma el agua filtrándose a través del yeso son como las nubes de un cielo nublado. A veces, cuando no puedo dormir hasta que amanece, me entretengo imaginando figuras que van cambiando según la iluminación del cuarto: rostros femeninos, pirámides mayas, dragones alados, mapas de islas que no existen; cosas que las nubes reales muy pocas veces nos regalan. Lo que me preocupa es que el agua se trasmine tanto que empiece a escurrir a lo largo de las paredes. Me preocupa porque ya no serán nubes las del cielorraso, sino lágrimas apestosas que se enmohecerán y no pararán de brotar hasta que inunden la recámara por encima del nivel del colchón, una de esas noches que me agarren desprevenido tratando de no pensar en ti. ¡Bah!, pero me da lo mismo: el llanto contenido por tanto tiempo en lo más hondo del pecho ahoga igual que el agua...

FIN

Después de tanto pinche azote "etsistencial" y chafita, váyanse a ¡#$%&! Cómics, que hay mucho material nuevo.