el clasemedierito valiente...

Una de mis carnalas, llamémosla Ximena, estaba obsesionada con las piñatas cuando era chiquilla. Siempre que pasábamos por un salón de fiestas infantiles cercano a nuestra casa -el Barba Roja- se paraba en el asiento de la vagoneta Dart K con la tela del techo toda caída y sujeta con alfileres, señalaba con el dedo y le hacía ¨ayata, yata¨, osea, ¨piñata, piñata¨. De regreso, por el mismo lugar, mi carnalilla hacía lo mismo: ¨ayaaataaa¨ pero ahora lo pronunciaba con más güevos y con carita triste al borde de las lagrimas. Mi jefa se daba vuelta en U y se estacionaba a un lado del antro infantil. Y ahí iba el pinche Guffillo a sus escasos 8 años. Me bajaba de la vagoneta, cruzaba la calle y sacaba del pinche bote de basura el cuerpo madreadísimo de lo que fue una piñata de Rosita Fresita. Mi carnala pegada a la ventana aplaudía emocionada y dejaba los mocos embarrados en el vidrio. Yo nomás me encogía de hombros y volteaba pa´todas partes arrastrando las bachas de la piñata. Llegando a la casa le colgábamos la piñata con las corbatas de mi jefe y Ximena le pegaba con una escoba mientras mi mamá y yo -avergonzado- le cantábamos el ¨dale, dale, dale¨... Muuuchas veces la hice de pepenador en el Barba Roja, las que más me daban oso era cuando había gente afuera y me veían como pordiocerito y mi jefa nomás se reía. Los días más felices de mi hermana -y míos- eran el día de su cumpleaños y los 5 días siguientes; porque la piñata de su fiesta le duraba casi una semana, casi 7 días de estarle partiendo la madre a palazos a la misma piñata y eran casi 7 días que yo no tenía que hacerla de pepenador. Chingado... estas experiencias definitivamente acrecentaron mi odio por las piñatas, las mañanitas y la ¨mordida, mordida¨... Ahhh, ya me desahogué; quiero rajarle su madre a una piñata de Bush.