Mientras caminaba por una calle del centro de la ciudad se me acercó un voluntario de Greenpeace. Después de presentarse y mostrarme de manera muy amable su gafete con nombre y foto, me preguntó si tenía un par de minutos para escuchar lo que tenía para compartirme. Como tenía el resto de la tarde libre, accedí a su petición.
El chavo me habló de la alarmante situación que vive el Ártico, de la devastación de la selva amazónica, del cambio climático y demás catástrofes medioambientales que se padecen a nivel global. Al final de su apocalíptica exposición, me di cuenta que todo su rollo había sido encaminado para comprometerme a depositar en una cuenta bancaria un donativo mensual a dicha organización; aportación económica que se utilizaría para apoyar acciones que reviertan los daños que hemos provocado al planeta.
Mi respuesta ante su petición fue un rotundo "¡No!".
Mi respuesta ante su petición fue un rotundo "¡No!".
Y no me lo tomen a mal, apreciados lectores. No es que no me preocupe o me entristezca la crisis medioambiental por la que atraviesa nuestro hermoso Planeta Azul -incluso desde mi trinchera tomo algunas acciones para "ayudarlo"-, pero: ¿el Ártico?, ¿la selva amazónica?, ¿los pandas gigantes?... O sea: eres de Greenpeace, estás en Monterrey, ¿y no me hablas sobre el déficit de un millón de árboles que padece esta ciudad, ni mencionas la cantidad de ríos que se utilizan como vertederos de escombro y deshechos tóxicos, ni sacas a colación la pésima calidad de aire que respiramos y las pocas medidas que se están tomando al respecto? Es más: ni siquiera me mencionó "algo mexicano"; a la Selva Lacandona o a la vaquita marina, por ejemplo. Absurdo, ¿no les parece?
Mi "No" de respuesta como que sacó de onda al chavo, pues al haber escuchado de principio a fin sus argumentos, posiblemente imaginó que accedería a su demanda. Fue entonces que quiso jugar con mis sentimientos, aplicándome un chantaje emocional tipo: "¿Acaso no te preocupa el planeta? ¿No crees que es mucho lo que nos ha dado y nosotros podemos ayudarlo con muy poco?". No le respondí, y mejor le pregunté si tenían algún programa "más local". "Aquí en Monterrey hacen falta muchas acciones urgentes para revertir los daños que le hemos ocasionado al entorno; no me lo tomes a mal, pero: ¿por qué mandar el dinero al Ártico o a la Amazonia pudiendo usarlo aquí?", le dije.
El chico fingió estar interesado. Me respondió que "estaba chida mi idea", pero que "de él no dependía eso"; y así como él me echó su rollo, yo proseguí con el mío. "Monterrey es un verdadero ecocidio: ¿por qué no hacer un programa para reforestar los estacionamientos de los HomeDepots, HEBs, Sorianas y demás plazas comerciales?; o: ¿por qué no organizar voluntarios para ir a limpiar el río Santa Catarina y aprovechar para hacer un registro de las especies de flora y fauna que ahí habitan?; o: ¿por qué no plantar un árbol endémico afuera de cada una de las más de 50 mil casas que se construyeron el año pasado en el estado?". A todo lo que le planteaba, el chavo me decía que sí y me repetía que mis ideas "estaban chidas" y fingía estar interesadísimo.
Y ahora fui yo quien le hizo una propuesta (porque, como les dije al principio, tenía el resto de la tarde libre): "Es más: en mi casa tengo 200 palmeras de la especie washingtonia robusta, mejor conocidas como palmera de abanico mexicana. Si lo que andas buscando es un donativo: ¡se las regalo!, ¡tómenlas, es mi donación!, para que las planten en donde consideren necesario: algún área desolada, algún parque abandonado... incluso en la selva amazónica".
Y ahí fue que empezó el cascabeleo: "No, pues es sí... es que, o sea, sí está chido todo lo que propones, o sea... pero como te repito: a mí eso no me corresponde; yo sólo pido donativos económicos, eso apenas verlo con el encargado de aquí para que lo platique con la gente de la Ciudad de México y ver qué se puede hacer con las palmeras, pero sí está chida tu idea y bla bla bla".
Total que mi buena intención de hacer un donativo en especie se convirtió en toda una pesadilla burocrática de trámites y permisos; de hablar con superiores para que éstos hablen con más superiores de otras latitudes para que éstos a su vez hablen con otros superiores más superiores que ellos para ver si podían aceptar 200 palmeras para reforestar un área. No sé ustedes cómo la vean, pero como que siempre todo lo que tiene apariencia de necesitar una acción inmediata, se convierte en un monstruo burocrático de políticas absurdas y de "vamos a analizarlo", "vamos a ver qué se puede hacer", etc. Si no me creen, pregúntenle a los pobladores del ejido de Agua Azul, en Chiapas:
Al final el chavo terminó confesándome que Greenpeace Monterrey era sólo una agencia de telemarketing que recluta gente para recaudar donativos para causas dudosas, no una asociación que organiza gente para llevar a cabo acciones inmediatas en pro del medio ambiente. Y pues, qué triste, deveras, snif.
Y ahí fue que empezó el cascabeleo: "No, pues es sí... es que, o sea, sí está chido todo lo que propones, o sea... pero como te repito: a mí eso no me corresponde; yo sólo pido donativos económicos, eso apenas verlo con el encargado de aquí para que lo platique con la gente de la Ciudad de México y ver qué se puede hacer con las palmeras, pero sí está chida tu idea y bla bla bla".
Total que mi buena intención de hacer un donativo en especie se convirtió en toda una pesadilla burocrática de trámites y permisos; de hablar con superiores para que éstos hablen con más superiores de otras latitudes para que éstos a su vez hablen con otros superiores más superiores que ellos para ver si podían aceptar 200 palmeras para reforestar un área. No sé ustedes cómo la vean, pero como que siempre todo lo que tiene apariencia de necesitar una acción inmediata, se convierte en un monstruo burocrático de políticas absurdas y de "vamos a analizarlo", "vamos a ver qué se puede hacer", etc. Si no me creen, pregúntenle a los pobladores del ejido de Agua Azul, en Chiapas:
Por lo pronto, aquí en el patio de mi casa sigo teniendo 200 palmeras de la variedad washingtonia robusta. Las sigo cuidando y haciendo crecer. Confieso que me encantaría tener un patio más grande para poder plantarlas todas; o tener un terreno campestre para bardearlo con ellas. Aquí están y estarán creciendo hasta que haya alguien interesado en ellas. ¡Llévelas, llévelas!, ¡baratas, baratas!, ya que Greenpeace no las quiso ni regaladas, snif.
Es más, hagamos esto: regalo las palmeras si son para una causa noble, una causa medioambiental u ornamental que beneficie a mucha gente (a una colonia, una plaza, una escuela, etc.); pero las vendo baratas si son para algún proyecto personal (decorar alguna quinta, algún rancho). ¿Les parece?
Manden sus propuestas a guffo76@hotmail.com.
A continuación les muestro una parte de las palmeras y su proceso de crecimiento en un año: