Las tragedias de mi barrio ya me parecen catástrofes universales.
El patio de mi casa colinda con varios patios, pues es mucho más largo que ancho. Casi todos los patios con los que limita tienen árboles. El de la derecha tiene un árbol de hojas alargadas y flores de tonalidades lilas, casi blancas. Aún no sé cómo se llama, pero tiene cierto parecido con las anacahuitas.
Uno de los patios del lado izquierdo tiene un par de árboles grandes a los que, como en mis anacuas, llegan a posarse parvadas de loros verdes. Una vez la dueña me comentó que los árboles son canelos, y que las bolitas que producen las usan los pericos para afilarse el pico.
Pero el patio del fondo es mi favorito, pues hay tres aguacates de como unos 20 metros de altura, cuyas ramas abarcan casi todos los patios del rededor. Uno de los árboles en particular es el que colma parte de mi jardín con sombra y frutos.
Durante la noche corrió algo de aire y, entre sueños, escuché un ruido. Me sobresalté pero no salí al patio a ver de qué se trataba, pues pensé que el ruido lo había soñado. Fue hasta que amaneció cuando escuché que serruchaban ramas y barrían hojas. Salí al patio y caminé hasta el fondo. Esa parte del jardín me pareció más iluminada que de costumbre, así como la cantidad de aguacates que había tirados en el suelo. Al voltear hacia arriba vi con sorpresa -y tristeza- que uno de los aguacates gigantes ya no estaba. El viento nocturno lo había arrancado desde la raíz. Aunque no fue un ventarrón, el árbol -según me enteré minutos después- ya estaba ladeado.
Saqué una escalera y me subí a la barda. Algunos techos de las casas vecinas estaban llenos de frutos ya casi maduros. Mientras me comía un aguacate y platicaba con Mario, el trabajador que, con dolor, hacía añicos el follaje, uno de los vecinos salió a su patio a quejarse "por las hojas". Es un señor de unos 60 ó 70 años al que creo que le dicen Beto. Cuando me lo topo en la tienda de la esquina veo que sólo compra pan y cigarros. Total que el tal Beto salió a decir que las hojas le hacían mucha basura y que los aguacates que caían a su patio le hacían mucho mosco y que bla bla bla. Eché un vistazo al "jardín" del mentado Beto -todo pavimentado- y vi que tenía sillas de plástico rotas, llantas amontonadas, latas de pintura con óxido y hasta un colchón viejo con los resortes de fuera. Me dieron ganas de decirle: "Ya métase a su casa, ya se cayó el árbol, ya no esté chingando", pero mejor lo ignoré y seguí platicando con quien segueteaba los troncos.
Y pues esto fue lo que pasó hoy en el barrio. A veces no comprendo cómo lo que a mí me parece una fortuna (que un aguacate gigante pose sus ramas en mi jardín), a otros les resulte un problema que genera basura y moscos; un "problema" que se arregla simplemente barriendo. Y a veces tampoco comprendo cómo lo que para muchos pudiera ser una situación "común" -la de un vecino al que el viento le derriba un árbol-, para mí se convierte en algo de proporciones mundiales, pues, a final de cuentas, nuestro barrio, nuestra casa, es en donde comienza el mundo.