Hace algunas semanas me enteré que Conarte y la Secretaría de Desarrollo Sustentable del Estado de Nuevo León se unieron en pro de la lectura instalando módulos con libros en cada una de las estaciones de la Ecovía, lo cual me pareció una excelente idea. Lo que no me pareció tan buena idea fueron los libros que decidieron poner: puros títulos de mega hueva. Si de por si las personas no leen, menos van a leer sus chingaderas soporíferas. Aquí la nota del evento con los títulos disponibleszzzzzzzz..., para que vean que no miento. Pero bueno, fuera de eso, la iniciativa me pareció chida.
Sí, yo sé que los libros por sí solos no van a hacer del mundo un mejor lugar para vivir; también estoy consciente de que hacen falta medidas de otra índole para regenerar los tejido sociales y que promoviendo sólo la lectura este chancro de ciudad no va a dejar de supurar pus para empezar a producir ciudadanos ejemplares, pero por algo se empieza.
Sí, yo sé que los libros por sí solos no van a hacer del mundo un mejor lugar para vivir; también estoy consciente de que hacen falta medidas de otra índole para regenerar los tejido sociales y que promoviendo sólo la lectura este chancro de ciudad no va a dejar de supurar pus para empezar a producir ciudadanos ejemplares, pero por algo se empieza.
Total que motivado por esta iniciativa decidí dejar de quejarme y poner mi granito de arena para enriquecer el proyecto cultural de estas dos instancias gubernamentales. Mi plan: repartir en las estaciones de la Ecovía títulos que considero más atractivos; libros viejos -o repetidos- que ya no caben en mi librero y de los que me he querido deshacer desde hace tiempo: tomos de Luis Spota, Jorge Ibargüengoitia, José Agustín, García Márquez, Edgar Allan Poe, H.P. Lovecraft, algunos cómics y uno que otro ejemplar de mi Escuadrón Retro y del mítico Diarios del Fin del Mundo; por lo que metí todos los libros que pude en una mochila negra, me monté en mi bicicleta y visité 15 de las 41 estaciones de la Ecovía para heredar mis volúmenes literarios a sus usuarios. Aclaro que recorrí nomás 15 estaciones porque no traía parque suficiente para abastecer todas.
Al llegar a las terminales pedía permiso a los oficiales encargados para entrar a dejar los textos en las estanterías, pues no tuve la precaución de comprar una Tarjeta Feria para entrar y salir a mi antojo, pues pensé que uno entraba y salía libremente y sólo necesitaba la tarjeta para subirse al camión; pero nel.
La mayoría de los oficiales fueron muy amables y me dejaron pasar sin pedos; otros se ofrecían a poner los libros ellos mismos al enterarse que no traía la tarjeta para entrar. Algunos me pidieron mi nombre y que firmara una libreta con datos. Otros no. Lo que sí no me dejaron fue tomar fotos para tener pruebas de mi noble acto, porque, ustedes saben: no vaya a ser que con la información confidencial que pueda sacar de las imágenes planee estrellar un par de aviones en las estaciones; aunque por ahí el gobierno debe de tener los videos del tipo loco que regaló libros la semana pasada. Si los quieren ver, pídanselos a ellos.
Algunos uniformados me preguntaban que de dónde venía o que "quién me mandaba". Al responder que nadie me mandaba y que era una iniciativa personal la de regalar libros, se ponían medio paranoicos y me observaban con sospecha y empezaban a hacer llamadas y a buscar supervisores por teléfono para ver si les autorizaban mi entrada porque esa situación se salía del manual de operaciones y bla bla bla; porque, ya saben: en este tipo de ciudades a la gente no le cabe en la cabezota que alguien haga algo por simple gusto, sin fines de lucro o sin intenciones oscuras; pero bueno. Debido a esto decidí que, si me volvían a preguntar que de dónde iba o quién me mandaba, usurparía la función de un empleado de Conarte. ¡Y funcionó!, incluso cuando algunos guardias me pidieron mi "identificación del trabajo" y les dije que no traía, me dejaron pasar. Obviamente no me siento muy bien conmigo mismo por haberme hecho pasar por empleado de Conarte, pero hay criminales más peligrosos que yo, se los juro.
Sólo en una estación -la que está frente a Tránsito de Monterrey- el oficial se portó medio altivo y se puso medio loco. Como que se aventó un maratón de películas de acción la noche anterior y al verme con casco, barba y todo sudado, pensó que era un terrorista.
Me presenté, le extendí la mano, le comenté mis intenciones y le mostré algunos libros. El oficial me dijo: "¿Y usted qué o qué? ¡Identifíquese!". Le repetí mi intención y saqué mi IFE, y el hombre me dijo que esa identificación no era válida, que sacara la que comprobara que era empleado de Conarte. Le dije que no la traía, le mostré de nuevo un par de libros, y me dijo: "Pues estos libros no traen el logotipo de Conarte. No puedo dejarlo pasar si no me dice quién lo manda".
-Son sólo libros, oficial, ¿cuál es el problema? -le dije, ya con tono de hartazgo.
-Por eso, ¿quién lo manda? Si no trae una carta firmada por bla bla bla bla...
-No traigo carta ni me manda nadie. Simplemente quiero regalar estos libros.
Al decir esto, me vio de arriba a abajo, con desprecio. Sacó un teléfono y marcó un número.
-¿Quién lo manda?, ¿cómo se llama usted?
Le dije mi nombre. El hombre volteó el gafete que tenía escrito el suyo al notar que mi vista se dirigía al documento que colgaba de su cuello.
-Le digo que no me mandó nadie. Nada más quiero donar estos libros.
-¿Y por qué o qué? ¿Quién lo manda?
-Son libros, oficial. Los estoy regalando. Los he repartido en las demás estaciones y nadie me la ha hecho de pedo.
-¡No me hable así!
-Pues es que no mame...
-¡No me hable así que ahorita mismo le hablo a una patrulla si no me dice quién lo manda!
-¿Y qué les va a decir: que me metan a la cárcel por regalar libros? No mame, señor...
Tomé mi bici y me fui. El guardia gritaba a mis espaldas que no huyera, que no fuera cobarde, que le hablaría a la policía. Yo seguí pedaleando. Fue un día muy divertido.
Faltará conocer la reacción de Conarte y de la Secretaría de Desarrollo Sustentable cuando se enteren que en sus estanterías hay libros que ellos "no autorizaron". De seguro su respuesta -de haberla- será favorable, pues no creo que su intención sea monopolizar la lectura. Aparte, no creo que tenga algo de malo o reprochable que un ciudadano común y corriente decida donar sus libros para el deleite de los demás. ¿O sí?
Por lo pronto este fin de semana iré a repartir más libros a otras 15 estaciones.