jueves, noviembre 20, 2014

Esto que llaman ARTE

Llámenlo arte moderno, contemporáneo, posmoderno, minimalista o el calificativo que quieran endilgarle a eso que exhiben algunos museos y galerías, pero, la mayoría de las obras que representan estas corrientes, parecen más una tomadura de pelo.

Es bien triste saber que hay un montón de personas talentosas que, por ejemplo, andan mendigando que les paguen lo justo por unos dibujos que hicieron para una agencia de publicidad, mientras otros huevones irresponsables sin talento acaparan los reflectores y exposiciones más importantes del país -y del extranjero- con sus mamarrachadas sobrevaloradas (¡hola, Gabriel Orozco!).

"Habría que definir lo que es el talento, Guffo", dirán algunos mamertos, o: "Habrá que definir qué es arte", dirán otros más mamertos, pero la neta me da mucha hueva entrar en ese terreno tan truculento porque creo que es precisamente el lugar común al que recurren los carentes de capacidad creativa para defender "su trabajo". Recurrir al "Es que habrá que definir qué es arte" es hacerse pendejo. Es como no saber qué es obrar bien y qué, obrar mal. El arte no es un dilema. No creo que sea algo moral o inmoral; tampoco algo relativo o que dependa por dónde se le vea o el contexto en el que se encuentre. Un basurero no se convierte en arte nomás porque a algún chiflado se le ocurrió ponerlo en un museo. El arte es arte dentro y fuera de ese sagrado recinto.

¿Definir "arte"? ¡Qué hueva! Aparte, no soy el indicado porque no soy experto en payasadas. Mejor les recomiendo que lean a Avelina Lésper para que ella misma los instruya y aprendan a diferenciar entre un verdadero artista y un mamarracho caprichoso sin talento que cree ser artista; léanla para que no caigan en el chantajito ese de: "Habría que definir lo que es el arte porque, si no, todo puede ser arte y nada puede serlo", o el típico: "Es que tú no entiendes de arte".

Pero bueno, les comento esto porque he ido a unas cuantas exposiciones "de arte" últimamente y, oh, mi Dios: qué horror.

Pasemos a analizar algunas obras que de seguro no entendí por ser un ignorante. La primera es un ropero. Sí: un ropero.
Aaaah, pero el ropero tiene patas. Uuuuy, sí, es un ropero con patas... sí, uy, qué gracioso; sí, uy, muy novedoso y digno de ponerse en un parque temático de Disney donde los muebles cobran vida. Pero, ¿y luego?...

"Es que tú no entiendes de arte, Guffo; es muy fácil criticar cuando no sabes de arte y cuando no haces arte y cuando no arriesgas nada y cuando...". 

Sí, tábueno.

Sigamos con la siguiente pieza.
Sí, es una cabeza de peluche que parece Falcor, el dragón de La historia sin fin, pero travestido como reina del carnaval de la verdolaga. Es arte porque... este... mmmmm... pues está en un mueso y mmmh, pues... ¡me rindo! No sé qué chingados...

"Pues sí, Guffo, pero eso a lo que llamaste Falcor travesti llamó tu atención; la obra hizo que te detuvieras a contemplarla y le tomaras una foto; provocó algo en ti, y ésa es la intención del arte; por lo tanto, esto es arte".

Eeeeh... O-okey...

En la siguiente imagen podemos apreciar unos trapos colgados en la pared, una redes y uno palos acomodados de forma extraña, como formando una casita y otros que parecen una escalera.
De seguro, como soy un ignorante que no entiende el trasfondo político/social/cultural de esta obra, la critico. Pero como no me gusta criticar sólo por criticar, sino también proponer, propongo como artista prometedor al vagabundo que habla solo y pide limosna en el crucero de por mi casa; ese señor todo chamagoso que duerme en una construcción abandonada donde cuelga sus trapos en clavos, igualito que el autor de esta obra. Además, el señor este también amontona de forma extraña la leña que corta en los lotes baldíos aledaños para no pasar frío en las noches. En serio que deberían de llevarlo a exponer en la galería más chic de Miami o, incluso, al Louvre, porque neta que está a la altura de este artista.

"Ay, Guffo, qué ardido eres. Si es tan fácil hacer eso, ¿por qué tú no lo haces?" 

Simple: no lo hago porque no quiero ser un farsante (y porque no soy un vagabundo que habla solo, pide limosna en un crucero y vive en una construcción abandonada).
Prosigamos.

Confieso que cuando llegué a esta parte del museo pensé que le estaban haciendo alguna reparación o remodelación al recinto. Supuse que lo que tenía enfrente era un pedazo de techo de plafones que colocarían en la galería debido a las goteras o qué sé yo; pero, al voltear hacia arriba y no ver trabajadores ni nada, me di cuenta que esa cosa colgante era la obra de arte. Sí. Esto: 


¿Cómo lo ven? ¿O acaso estoy loco y en donde no veo más que una estructura plana, ustedes ven una obra de arte digna de una bienal de FEMSA? Díganme la neta, si en verdad estoy loco, lo aceptaré.
Por cierto: puse unas repisas yo solito en una pared de mi casa, ¿no le interesará a alguna galería de arte o museo exponerlas? 

Esto que sigue es un recorte o algo que se supone debería de impresionarnos... Ooooooooh...
Y por último, esto... La gran mamada. La mamadototototota:


¿Que qué es? Bueno, queridos lectores, esto que ven aquí es un digno representante del arte moderno. Quienes saben de arte creen que esta ¿cosa? merece un espacio en los museos, y, pues, ¿quién es uno para andarlos contradiciendo? Si se fijan, hasta rayitas negras tiene delimitándolo para que no se pase la gente, uuuy... ¡Y no se les ocurra usar flash en su cámara porque se gasta con el destello la chingadera esta!
Esto se supone que es un rollo hecho con los periódicos recopilados en todo un año. Órale... Y de seguro tampoco lo entiendo porque es arte moderno y yo ya no soy moderno.
Lo más curioso es que si cualquier mortal decidiera hacer algo así en su casa, no sería otra cosa más que un pobre loquito con algún trastorno obsesivo compulsivo, o uno de esos enfermos que acumulan cosas y son exhibidos en el Discovery Channel para nuestro morbo.

Aaaay, el arte, snif.

miércoles, noviembre 12, 2014

Desaparecido (literalmente)

Hernán se orinó cuando escuchó que lo iban a desaparecer. Su mente imaginó mil formas de morir –quemado, ahogado, decapitado vivo–, pero nunca le pasó por la mente lo que le harían.

Lo pusieron de rodillas y de un manotazo le quitaron el costal de yute que le cubría la cabeza. La luz de la mañana lo cegó. Una voz cavernosa le dijo que no volteara hacia atrás, mientras el frío metálico de una pistola le trepaba por la nuca.

La voz le dijo que contara hasta el número cincuenta, y que después se pusiera de pie y corriera hacia los columpios oxidados que estaban al fondo del parque.

Hernán empezó a contar. “¡Más fuerte!”, le ordenó la voz cavernosa. “¡UNO! ¡DOS! ¡TRES!...”. Entre más se acercaba al número cincuenta, más se le quebraba la voz. “¡T…treinnn…nnnta…ytttrrr…es…es…”. 

En el número cuarenta y ocho, Hernán dijo: “¡Por favor no me maten!”, pero nadie respondió. “¡No me maten, por favor!”, suplicó.

Terminó de contar: “Cuarent…t…t…a y nu…nu…nnnueve… ¡Cincuen…nnn…nta!”.

Silencio...

De pronto sintió la grava calándole bajo las rodillas y percibió el penetrante olor a orina y sudor de varios días mezclados con el aroma de la hierba mojada. El trino de los pájaros en las copas de los árboles lo sacó de golpe del trance en el que se encontraba inmerso.

Se puso de pie y corrió lo más rápido que pudo hacia los columpios que le habían indicado. Gritaba: “¡NO ME MATEN!”, mientras se cubría la nuca con las manos. En el fondo esperaba que el balazo fuera certero y acabara con su vida de manera instantánea, para evitar la agonía de desangrarse.

Hernán llegó a los columpios. Se sostuvo con las dos manos en uno de los postes descarapelados. Lloraba y se atragantaba con sus mocos y lágrimas cada que intentaba jalar aire. Y esperó lo peor.

Las autoridades estatales encontraron a Hernán al día siguiente en casa de Doña Chabelita, una conocida mujer que vendía tortillas de harina en un pequeño tejaban. Hernán había llegado ahí pidiendo auxilio y un teléfono. Uno de los vecinos de Doña Chabelita fue quien le proporcionó un viejo celular.

De regreso en casa de sus padres, Hernán se enteró que no habían pagado rescate alguno por su liberación porque nadie había exigido un rescate. Se enteró también que lo habían soltado al tercer día, que no tenían idea de quiénes habían sido los culpables ni el motivo de su secuestro, como tampoco el motivo de que lo hubieran liberado así porque sí.

Cuando se sintió un poco mejor, Hernán decidió, por seguridad, cambiar las contraseñas y hacer privadas sus cuentas personales: Facebook, Twitter, Instagram, Tinder, su cuenta secreta de Facebook y hasta su antigua cuenta de Blogger. Para su sorpresa, ya ninguna de ellas existía.

Hernán recordó cuando se orinó encima al escuchar que lo iban a desaparecer. Habían cumplido su amenaza.

lunes, noviembre 03, 2014

¿Quieres ser mi chambelán? (segunda parte)

Foto de Sergio Ruiz
Como les platicaba en la entrada anterior, siempre me negué a ser chambelán. Tenía -y sigo teniendo- pánico escénico y no sabía -y sigo sin saber- bailar.

De hecho, he de confesar que tanto me angustiaba pensar que alguien pudiera invitarme como chambelán, que me volví loco cuando me di cuenta que tarde o temprano mis hermanas llegarían a esa ridícula edad, y, ahí sí, aunque no quisiera, iba a tener que bailar con ellas mínimo un vals, ante la mirada burlona y juzgadora de los ahí presentes, que de seguro pensarían: "Se negó tanto a ser chambelán que Dios por fin lo castigó. Eso se llama karma instantáneo bla bla bla"; porque ya saben cómo es esta sociedad regia de cruel y ranchera. Pero bueno. Les decía que en verdad se convirtió en un martirio pensar que ese día llegaría. Con decirles que todas las noches me despertaba gritando: "¡NOOOOOOOOOO!", y luego me ponía a rezar para que eso de ser chambelán de mis carnalas no sucediera.
Total que para mi muy buen suerte -y la muy mala suerte de mis hermanas- ninguna de las dos tuvo fiesta de quinceaños; al menos no con bailable y esas ridiculeces. Y fue así que otra vez me salvé de la humillación pública, snif.

Creo que en mi vida sólo he querido ir a un quinceaños; curiosamente, a uno al que no fui requerido como chambelán.
Fue la fiesta de una amiga cuyo padre trabajaba en el mundillo del espectáculo. Su fiesta sería en la disco más nice de aquella época y, aparte, ¡tocaría en vivo el grupo Maná! (no se desmayen de la emoción, por favor, que aún no termino mi relato... ¡y no estén chingando con que de seguro esto sucedió hace tanto tiempo que Maná todavía se llamaba Sombrero Verde!, snif).

Total que así fue, mis muy estimados lectores: fui a un quinceaños en el que Maná tocó; aquel Maná famosísimo y ecologiquísimo de ¿Dónde jugarán los niños?, que, aunque no te gustara, terminabas aprendiéndote al menos la de Me Vale porque a todas pinches horas la pasaban en el radio y en la tele. Me acuerdo que en la fiesta el mamón del Fher -Fher el de Maná- hizo un intermedio en su concierto privado para pasar a mi amiga al frente del escenario, felicitarla de parte del grupo y regalarle un bonsái... sí, un bonsái; porque ya saben: "su onda ecológica"... Ay, pinche Fher tan mamón y tacaño.

Años después esta misma amiga me invitó a su boda, a la que fue Raul Di Blasio, Armando Manzanero y José José. Sí, yo sé que odio ir a bodas sean de quien sea, pero a ésta fui con gusto; no porque sea yo muy fan de esos artistas, sino porque quería tener algo que me sirviera a futuro para presumirle a los Godínez y demás simples mortales cuando se pusieran muy locos con sus presunciones comunes y corrientes. ¡Pos estos! ¡Si no somos iguales!
Recuerdo que esa noche un amigo llegó a la mesa con cara de orgasmo porque se había topado al Príncipe de la Canción en el baño y había orinado al lado de él y, pues... chido por él.

Pero volviendo a lo de los quinceaños, en especial recuerdo uno. A éste no quería ir porque no iban a ir mis amigos, pero mis papás me llevaron a la de a huevo porque era la pachanga de una prima "de cariño"; ya saben: esas hijas o hijos de compadres de nuestros padres que no son parientes pero nos relacionamos de cierta forma con ellos que son "casi casi" como de la familia. Yo tendría unos 13 ó 14 años y estaba en un enorme salón del Club Palestino Libanés sentado en una mesa con otros primos "de cariño", metido en un traje azul marino que me quedaba como le quedaban los trajes a Clavillazo, snif.

Y fue entonces que comenzó la pesadilla, pues tía "de cariño" que pasaba por la mesa, tía que decía: “¡Ándenles, no sean rancheros: saquen a bailar a las chavas!”. Ya saben cómo son las pinches tías de cagaleras. Así estuvieron chingue y chingue durante toda la fiesta, hasta que un primo de mi edad, que se sintió muy chingoncito, se puso de pie y fue a Las Mesas de las Chavas y las empezó a invitar a bailar. Está de más decir que a mi primo el traje le quedaba como a Resortes le quedaban los trajes, y que todas y cada una de las niñas lo mandaron al carajo. Ninguna aceptó bailar con él, snif. El wey regresó todo derrotado a sentarse en La Mesa de los Primos ignorando las risitas burlonas y muecas de asco de algunas adolescentes.

De pronto apareció en la mesa mi papá con otros tíos. Habían ido a "consolar" al galán frustrado. Nos echaron un rollo de que "al menos él lo había intentado" y que "nos había puesto el ejemplo a todos" y ese tipo de mamadas.
Yo pensé: "Eeeemmm... no: mi primo no es un héroe; más bien quedó como un pobre pendejo por doblegarse ante la presión social". Y más como pendejo quedó cuando una tía gorda se acercó efusiva a felicitarlo por su valentía y, de premio, lo sacó a bailar. ¡Wooow! ¡Qué gran premio! ¡Dios es grande! ¡Dios premia a quien lo intenta! ¡Wooow! ¡Qué gran lección!

Y creo que fue ahí en donde me cayó el veinte. No es que yo fuera del todo inseguro, lo que pasaba era que simplemente no soportaba esos eventos de música, baile y amontonaderos, pero iba por mis amigos o por mis papás o por "tratar de ser normal". Pero en verdad me parecían -y me siguen pareciendo- ociosos, sin sentido y aburridos. No quería demostrarle nada a nadie; no quería validarme ante nadie; no quería competir con nadie ni me importaba bailar con la más guapa o bailar con muchas ni me interesaba encajar en el "ambiente normal" de los chavos y chavas de mi edad. Me valía verga, en pocas palabras; y fue entonces que empecé a ser más honesto conmigo mismo: a la chingada todo eso que no quería hacer por el simple gusto de hacerlo; a la fregada todo aquello que no quería hacer de corazón.

Tampoco quedé muy convencido de "la enseñanza" de aquella anécdota del primo al que todas le dijeron que no. Me cagaba la interpretación que la mayoría le daba a esa supuesta lección de vida. Me parecía muy cursi, por lo que preferí ver el lado poético del perdedor; la nobleza que conllevan sus actos como un proceso de crecimiento interno, no la bazofia motivacional que pretendían vendernos. Pero bueno...

Tenía 20 años cuando fui a mi última fiesta de quince años, después de mucho tiempo sin asistir a una. Una niña de 15 que estaba enamorada de mí me invitó como su acompañante. Ahí me confesó que desde que tenía 7 años yo le gustaba. Cabe aclarar que por una u otra cosa, entre ella y yo nunca hubo nada, snif.