martes, septiembre 30, 2014

Otra de Regiobelievers

Cada que un Regiobeliever me dice que soy un amargado por criticar Monterrey y que si no me gusta esta ciudad me vaya a la fregada, la verdad es que sí me pongo bien triste, amigochos y amigochas: ¡bujú bujú snif!

A veces pienso: “¿Y si los Regiobelievers tienen razón? ¿Y si me estoy perdiendo de algo fabuloso de esta ciudad y su gente por ser un maldito criticón?”.

Es entonces que me propongo sumergirme en los drenajes más profundos del corazón de esta metrópoli norteña: caminar sus rincones más recónditos y pedalear sus calles más pedaleables; contemplarla, olerla, tocarla, saborearla y escucharla para poder comprenderla; para fusionarme en ella y empaparme de todas esas maravillas que pregonan los Regiobelievers con el pecho inflamado de orgullo.

Por lo tanto, hace quince días decidí ir a un evento en el que imaginé que habría mucho Regiobeliever: el desfile del 16 de septiembre. Pero, para mi sorpresa, no vi a ninguno. Vi gente de estrato social humilde (cosa que odian los Regiobelievers), vi a los típicos acarreados que echan porras a lo pendejo (y a los pendejos), vi  a mucho sindicalizado que de seguro tuvo que ir a huevo y también vi mucha parafernalia típica de la que se ve un 16 de septiembre... ¿Y los Regioblievers, papá? ¿Dónde estaban esos regios inmamables que se la pasan presumiendo sus raíces, sus cerros, "sus" empresas y carnes asadas? ¿Dónde estaban? Quiéeen sabe...

Luego tuve un momento de lucidez y dije: “Guffo, no seas tan cerrado: no puedes asegurar que no hay Regiobelievers en este evento, pues mucho Regiobeliever no se distingue a simple vista”, por lo tanto, deduje que la mejor forma de saber si había Regiobelievers presentes era metiéndome a checar sus redes sociales. “De seguro están inmortalizando tan patriótico momento y compartiéndolo con sus seguidores en sus cuentas de Twitter, Facebook, Instagram y..."

Pero naaada. Nada de nada. Cero fotos patrióticas.

Y dije: "Bueno, okey, los patrioteros nefastos no vinieron, pero tal vez sí vinieron esos regios inconformes con El Sistema. Tal vez están aquí para abuchear a las autoridades y exponer sus puntos de vista cuando los meros meros salgan del Palacio de Gobierno y empiecen con la ceremonia de izamiento de la bandera.

Y, pues, nada... Ningún abucheo ni nada. Nomás las débiles porras de unos adormilados acarreados.

Luego pensé: "Bueno, ésos que están en contra del Sistema no tienen por qué haber venido a este evento. Tal vez su protesta fue precisamente esa: no asistir. Pero de seguro todos los que -como yo- andan mame y mame con que haya más espacios para ciclistas, estarán aquí, pues hay muchas calles del centro cerradas. De seguro aprovecharon para andar en bici con su familia y...

Y nada. Éramos como cuatro pinches ciclistas.

A continuación, unas imágenes del evento como intermedio:
Conclusión rápida: los Regiobelievers son puro pinche pedo. Su "Monterrey", su mundito, es el metro cuadrado que los rodea: su asador con arrachera, su televisión con futbol, su cerveza meada, su mesa en el antro, su 2 X 1 en el cine y sus sueños de ir de compras a Texas.

Yo, que ni patriota soy y que me caga esta ciudad y el 90.896537% de su gente, ahí andaba, poniéndoles el pinche ejemplo, cabrones. Pero bueno, ustedes se lo perdieron, pues en verdad que ese día lo disfruté mucho.

lunes, septiembre 22, 2014

Soul Highway

Siempre me ha parecido absurdo pensar en el alma como una energía que nos da vida; por lo tanto, no creo que el alma sea un cuerpo etéreo que, al morir el cuerpo físico, queda vagando como bruma entre nosotros, en busca de otro cuerpo donde residir. 

Tampoco me trago el cuento del limbo, ni de que los espíritus se aparecen a la medianoche porque "dejaron algo pendiente" en el plano material y "no pueden descansar"; y si estoy equivocado: ¡que vengan los fantasmas de mis ancestros a demostrarme lo contrario!

Pero si de creer en almas se trata, yo más bien creería que nos vamos forjando una en el tiempo que tenemos de vida, pues sí creo que nuestro cuerpo tiene una contraparte: no mística ni mágica, sino intangible; pero no por eso insensible. ¿Me explico? Hablo de una contraparte que vamos descubriendo por medio de las experiencias, los sentidos y la razón; y a la que en vez de "alma", me gusta llamar "verdad", "inteligencia", "conocimiento", "iluminación", "libertad", "ser mejor ser humano" o "ser congruente en el actuar y en el pensar".

Algunos creen descubrir esa contraparte a través de la fe, pero a mí eso me parece más como un lavado de cerebro que nos provoca complejos y alucinaciones, alejándonos de nuestra esencia; de ese núcleo que no trabaja con sensaciones aprendidas, sino espontáneas; ni con lugares comunes, sino descubiertos por uno mismo.

Si desde niños somos moldeados por nuestros padres, maestros, sociedad y medios de comunicación para ser un engrane que encaje a la perfección en el mundo material, también creo que hay cosas que nos moldean para cuestionarlo y enterarnos que hay un mundo incorpóreo en el que la imaginación vuela y los sentidos van más allá de lo que nos han puesto enfrente; un mundo que debe ser alimentando, pues es ahí en donde se cimienta lo que conocemos como "alma".

¿Que qué creo que sucede al morir con esta alma que nos forjamos? Nada. No creo que quede flotando como bruma, buscando otro cuerpo donde meterse. Quizás sea nuestro recuerdo el que queda revoloteando en el aire, pero no un cuerpo etéreo. Lo que sí creo es que en vida compartimos fragmentos de esta alma que nunca terminamos de construir, ayudando a otros a erigir la propia.

El alma es un corto circuito; la chispa que brota cuando se nos bota un tornillo.

jueves, septiembre 11, 2014

Y todo por preguntar por unos chorizos

A pesar de que está a dos horas de Monterrey, nunca había ido a Parras del la Fuente, Coahuila. El único “recuerdo” –por llamarlo de alguna forma– que tengo de ese lugar, es un roommate que tuve cuando estudié inglés en un pueblito de Kansas, a la edad de 17 años.

Mi roommate, El Parras, siempre me decía: "Cuando salgamos de este instituto de señoritos, quiero que vayas a mi pueblo: te la vas a pasar poca madre". El Parras siempre hablaba con orgullo de su ciudad natal y nos platicaba unas anécdotas muy graciosas –casi increíbles– sobre las vacaciones de Semana Santa y las fiestas del vino.

Con el tiempo perdimos contacto. Era la época de las cartas a mano y las llamadas de larga distancia. Salía muy caro y tedioso tener amigos de fuera. Era el año de 1993: todavía faltaba para el auge de los correos electrónicos y para que este mundo se convirtiera en la modernísima Aldea Global que pronosticó Marshall McLuhan .

Total que no volví a saber del Parras, mi ex roomie; ni de Parras, el pueblo mágico del estado de Coahuila.

Últimos días del mes de agosto del 2014. Llegamos a Parras el jueves al medio día. La primera noche cenamos en un lugar llamado Enoteca. Hice corajes porque las copas de vino estaban en 60 pesos y te las servían peor de caciqueadas que en Monterrey. Ni siquiera una cuarta parte de la copa tenía vino. “Ya ni la chingan: ya ni porque aquí hacen el vino te llenan la copa”, dije, como el viejito gruñón que soy. Total que, para no hacer berrinches, mejor pedí un par de cervezas, y, al terminar de cenar, nos fuimos al hotel.

De regreso al hotel pasamos por un lugarcito que no tenía nombre, sólo la imagen estilizada de una fábrica como logotipo. Estaba ubicado justo afuera de las instalaciones de La Estrella, una antigua fábrica de mezclilla que se fue a huelga y cerró sus puertas hace algunos años. El pequeño restaurante/bar tenía mesas de patas largas al aire libre, un asador sobre la banqueta, una barra en el interior con iluminación tan tenue que apenas y se apreciaban las botellas de licor de la pared del fondo, y música de mi total agrado. Se veía con ondita el antrillo. “Mañana mejor venimos aquí", dije. 

La noche siguiente fuimos a La Factory, como bauticé al lugar sin nombre. Nos sentamos en una mesa de las de afuera. Sonaba I melt with you, de Modern English. Un mesera nos atendió muy amable. Las copas de vino las servían igual de caciqueadas que en la Enoteca y que en cualquier restaurante mamón de Monterrey, por lo que opté de nuevo por pedir cerveza. La chica nos dijo que de cenar sólo había hot dogs con chorizo uruguayo y salsa chimichurri, y señaló la parrilla que tenían montada a un lado de la calle. Me gustó la idea.

El hot dog estaba tan bueno que me comí dos, y la salsa chimichurri estaba de n-o-m-a-m-e-s. Como que estaba toda “integrada”, o sea: no estaba el aceite y las especias flotando por separado, como que estaba licuada; como una salsa verde para tacos, consistente y muy sabrosa. En eso empezó a sonar Pictures of you.

Total que le pregunté al morro que estaba asando los hot dogs en la parrilla que dónde compraban los chorizos y que cómo hacían la salsa. Y le habló al dueño. A la mesa llegó un vato de pelo chino, más o menos de mi edad; muy amable y rockerón, que era también el DJ. Me dijo que los chorizos y la salsa los hacía un amigo suyo que vivía en Monterrey. "Ah, nosotros somos de Monterrey", y bla bla bla: se soltó la plática. Total que el dueño del bar me dice: “Deja te paso la tarjeta de mi compa el de los chorizos”, y saca de la cartera un rectángulo blanco con los datos de su amigo y un marrano y una vaca muy elegantes, con bowtie. Al leer el nombre, dije:

–Óooorale. Yo tenía un amigo que se apellida igual que tu amigo. Tal vez lo conozcas: se llama E. V.

–Nooo… No me suena... ¡Aaaah!, pero el güey que está en esa mesa –dijo apuntando a la mesa de al lado– se llama E. P. V. Igual y es su pariente.

Volteé a ver al güey de la mesa de al lado, ¡y era El Parras! No me acordaba de su primer apellido porque siempre usaba el segundo.

Me paré de mi asiento, me acerqué y le dije: “¡¿Qué pedo, pinche Parras?!”. Todos los comensales voltearon, como pensando: "¿Y este foráneo mamón por qué le dice "pinche" a nuestro pueblo?". "¡¿Calaca?!", me gritó E. mientras se ponía de pie (me decían Calaca porque me apellido Talavera: Talavera–Calavera–Calaca; aparte estaba bien pinche ñango).  

Nos abrazamos, platicamos, recordamos un chingo de anécdotas y bebimos hasta las dos de la madrugada. Al día siguiente fuimos a su casa y de rol por algunos sitios turísticos. Al otro día también nos invitó a su casa y comimos pozole y hamburguesas. Muy amable su familia.
Al despedirnos quedamos en que volvería a visitar Parras, pero no como la última vez que nos despedimos y nunca volvimos a vernos.

"Sorpresas que da la vida", dicen algunos. "Qué coincidencias tan extrañas" o "Por algo suceden las cosas", dicen otros. Yo no sé. Lo que sí creo es que, si no hubiera preguntado por los mentados chorizos uruguayos y la salsa de chimichurri de los hot dogs, ni me hubiera enterado que estaba cenando al lado del roomie que tuve hace 20 años en aquel pueblito de Kansas.

lunes, septiembre 08, 2014

Otra sesión nocturna con el Filósofo de Cantina

Llegamos al Zacatecas después de las ocho, como quienes viajan a templos lejanos buscando la iluminación. La concurrencia de clientes era poca, como todos los fines de semana. Dicen que las extorsiones a negocios y la violencia de hace un par de años cambiaron los hábitos recreativos de muchos regiomontanos, que ahora prefieren tomarse unas cervezas entre semana, antes de las nueve de la noche, como si así burlaran a los criminales, que aprovechaban las multitudes de los fines de semana para cometer sus ilícitos. “Conmigo no tienen nada que llevarse, salvo preguntas, y no creo que eso le interese a esa gente”, nos dijo alguna vez el Filósofo de Cantina.

Sobre una servilleta mojada reposaban un montón de limones exprimidos. Esa maña de echarle limón a la cerveza no se le quita al viejo sabio. “Es la única forma en que consumo frutas y verduras", nos dijo en tono de broma en otra ocasión.

Lo saludamos de mano y nos sentamos a su alrededor. Mon, el mesero, se acercó efusivamente a limpiar la mesa con un trapo húmedo con olor a lavanda. Le pedimos una ronda de cervezas y un plato de higaditos con mucho pico de gallo. Cuando llegaron las cervezas, abrimos nuestros oídos -y nuestras conciencias- y dejamos que el Filósofo de Cantina hablara:

“A este lugar viene mucho hombre que odia. Odian a sus ex novias, odian a sus ex esposas, odian a sus ex amantes, odian a los ex de sus parejas... En particular, estos últimos me llaman mucho la atención. ¿Por qué odian a los ex de sus parejas? Por ejemplo: ¿por qué un joven odiaría al ex novio de su actual novia?: ¿será porque éste le rompió el corazón al dejarla, o porque estuvo con ella antes que él? No creo que sea por lo primero, pues el hombre  no es tan civilizados como para alcanzar esos grados de empatía, ni si quiera con la persona a quien ama. Y, si es por lo segundo, reitero lo poco civilizados que podemos llegar a ser como varones. Qué ego tan grande. Con qué poca cosa nos envenenamos el alma”.

Después de dos rondas de cerveza, dos compañeros pusieron un par de billetes sobre la mesa y se retiraron.

"No van a volver", dijo el Filósofo de Cantina. "Se sintieron aludidos. Creo que muchos dejaron de venir por eso. Su ego es tan grande que no pueden verse representados en un ejemplo negativo. Se ofenden. En vez de escuchar, o, al menos, proponer las razones de su proceder. No escuchan. Llegan pensando que van a oír lo que quieren oír. Si rumiaran lo que se les dice, por más ajeno que sea a su ser, algo aprenderían. Digerirían mejor la vida. Pero a muchos les gusta vivir indigestos. Alimentan su alma de mierda y se la quedan dentro. Creen que ese malestar es su estado natural. Y se acostumbran a vivir así. Yo podría ser su aceite de ricino, su fibra, su supositorio sanador; pero su hombría es tan grande que prefieren vivir envenenados".

Salud por eso, Filósofo de Cantina: el supositorio sanador de quienes sí rumiamos lo que nos comparte.

lunes, septiembre 01, 2014

Viajando que es gerundio

Según yo, viajar por placer es evadirse, así como lo es emborracharse, drogarse, estar al pendiente de un equipo de futbol o ver televisión todo el día. Y, según yo, viajar es la forma más honesta, enriquecedora, contemplativa y menos dañina de evasión. Pero eso es según yo. No tienen por qué hacerme mucho caso.

Cada quien su pedo con el método que utilice para huir de lo que sea que esté huyendo. No vengo a juzgar o cuestionar ni lo uno ni lo otro. A lo que voy es que esa “culpa” que algunos sienten al “evadir la realidad” en gran parte es porque la esencia de "evadirse" ha sido prostituida por quienes se hacen llamar “Autoridades Morales” (sí, ya sé que ya puse muchas “comillas”), que le han creado algo así como un halo de vicio e irresponsabilidad a la frasecita; sin mencionar lo obvio: que la realidad que vivimos en algunas ciudades cada vez es más espantosa, violenta y trágica; y que está de la chingada confrontarla a diario porque a veces el problema es ajeno a uno. Por eso evadirse no siempre es "malo". Si lo ven por otro lado, hay quienes evaden su realidad “sanamente”: cocinando, escribiendo, dibujando, armando rompecabezas, fabricando lámparas con botellas de plástico, acabando videojuegos. O viajando.

Evadirse es descansar. Es desconectarse de la rutina. Neta que por más que me gusten y disfrute mis hábitos, a veces me gusta huir de ellos. Evadirse viajando es crear una realidad más llevadera dentro de otra realidad que a veces sofoca, aunque sea un respiro de unas horas, unos días o unos meses; aunque sea a cincuenta kilómetros de casa o del otro lado del mundo. Y habrá que conciliar ambas realidades, nivelando una con la otra, creando algo así como un equilibrio entre dos mundos: el mundo de fuga y el mundo del embrollo.

Creo que viajar es la forma más efectiva en que puedo sentir esta evasión total, porque al viajar tomo una sana distancia de lo que me cicla; le doy un tiempo a mi relación amor/odio con mi lugar de origen y descanso de todo eso que me envenena. También le doy su espacio a las angustias laborales y a los planteamientos filosóficos, que, si de pronto aparecen durante el viaje, los veo desde otra perspectiva, tomando matices distintos.

Por eso esa gente que regresa de sus viajes diciendo que necesita descansar del viaje, nunca viajó en realidad. Se fueron sin irse. No se desconectaron. Se llevaron en la maleta todo eso de lo que debieron huir. El propósito de su viaje no fue escapar, sino crear una sucursal exacta de su realidad en otra parte. Y así no se puede.

Como anécdota, ya para terminar: en mi último viaje corto, mientras pedaleaba por un pueblo, me topé con una acequia que corría en el mismo sentido de la calle. Me quité la camisa, saqué lo que traía en los bolsillos del short -cartera, llaves del carro y teléfono-, puse todo en un montoncito de hierbas y me metí a chapotear. Algo que no hacía desde niño, y que el aroma a lama y el sabor a piedra del agua me hizo recordar. Pues bueno: imaginen el grado de desconexión que traía que me salí de la acequia, seguí pedaleando por el pueblo -sin camisa y con los calzones y shorts empapados-, y, cuando me paré a comprar unos chicles en una tiendita, me di cuenta que había dejado todo a un lado de la acequia: llaves del coche, cartera con dinero y teléfono celular. Regresé al lugar casi una hora después de mi chapuzón, y todo seguía donde mismo.

En resumen: quisiera que viajar fuera mi única evasión. Una desconexión eterna.
Nota: quien sea fan de David Toscana, reconocerá el guiño a su obra.