martes, septiembre 24, 2013

Como portada de Pink Floyd


Imagino que cuando alcanzamos cierta lucidez, paz o congruencia con nosotros mismos somos como la mancha de colores que se refleja en la pared cuando el rayo de luz atraviesa el prisma; y que "El Mundo" -esa simulación pensada por alguien más- es el velo que se empeña en cubrir estas cualidades que resultan de las experiencias físicas, mentales y "espirituales", por llamar de alguna manera a toda esa actividad interior que relacionamos con planos etéreos.

Y sí: pareciera que el mundo que conocemos todo lo nubla con su ruido, pretendiendo sustituir nuestras emociones, anhelos e inteligencia por engranajes, cableado y computadoras; manteniendo vigente ese antiquísimo sistema condicionado de recompensas y castigos. Poco es ya lo que cuestionamos y casi todo lo aceptamos. Tragamos sin masticar porque "no hay tiempo". Perdemos poco a poco la espontaneidad y el gusto por lo natural porque la tecnología lo estandariza todo. No hay tiempo para la contemplación. Menos cuando se necesita salir a ganarse unos pesos. Nos programan como robots desde niños para actuar de acuerdo a un patrón específico que, si no conocemos otro, hasta nos resulta cómodo y seguro, normal: "Es lo que hay porque no hay de otra".

Es como si viviéramos detrás de una cascada: del otro lado se ven los colores tal cual, pero la imagen del mundo está distorsionada. 

El mundo es la mancha de colores que se refleja a través de nosotros cuando alcanzamos la lucidez, no la simulación que creemos vivir. Es cuestión de cruzar al otro lado de la cascada. De atravesar el prisma.

lunes, septiembre 16, 2013

Tiña

Lo único que no me gusta de tener un trabajo de oficina y un negocio de hamburguesas los fines de semana, es que me quita tiempo para dibujar, escribir, leer, ver a mi familia, ver a mis compas y tirar hueva como antes lo hacía, snif; pero ahorita que tengo tiempo aprovecho para contarles una breve anécdota Godínez. Ay, estos Godínez…

Resulta que un güey de la oficina en donde trabajo como alcaide llegó platicando que a su hijo le había dado tiña. ¡Tiña! Jajajajajaja… no mamen. ¿A quién diablos le da tiña en pleno siglo XXI? ¿Qué es esto: la Europa del siglo XVI? Es como decir “Mi hijo tiene peste bubónica” o “A mi niña le dio lepra”. Pero bueno, uno nunca sabe con los Godínez y sus costumbres. La cosa es que este güey llegó platicándonos su tragedia y esto hizo que yo me acordara de una bonita anécdota de mi lejana adolescencia.

Me acordé de la noche antes de mi primer día de preparatoria. Tenía yo unos 13 ó 14 años y usaba el cabello “de hongo” (sí, señoras y señores: en algún momento de mi vida tuve una cabellera abundante, como la de José Luis Rodríguez, El Puma). A esa edad tenía la manía de rebajar el volumen del cabello de los costados con un rastrillo; ya saben, para no gastar en peluqueros y hacer más bombacho “el hongo”.

Total que esa noche agarré el rastrillo y empecé a rebajarme el cabello de atrás de las orejas porque quería ser la sensación entre las morritas con mi corte moderno. Y no sé si fueron los nervios de entrar a la prepa o qué pedo, pero en una distracción que tuve, que se me pasa la mano de fuerza y que me corto de más el cabello y que me dejo una pinche trasquilada en el coco.

Como sabía que el cabello no me iba a crecer de un día para otro, hice lo que todo hombre haría a esa edad: corrí llorando al cuarto de mi mamá para que me solucionara el problema, snif.

Obviamente mi jefecita me metió una pedorriza marca diablo: “¡Mira nada más cómo te dejaste! ¡Nada más a ti se te ocurre andarte rasurando! ¡Pareces tiñoso!" Oso… oso… oso… oso... Esta última palabra retumbó en lo más hondo de mi ser; como si las entrañas de mi cuerpo fueran las paredes de un cañón en donde rebotan infinitamente los ecos. “Tiñoso”. Qué pinche se oye, ¿no? A esa edad había escuchado hablar de la tiña porque mi papá es veterinario de profesión y había visto algunas fotos de perros con esa madre y ¡guákatelas!; pero en humanos nunca lo había visto, y ahora yo parecía uno de ésos.

Total que estaba todo preocupado porque tenía una trasquilada arriba de la oreja, trasquilada que no alcanzaba a cubrir mi moderno corte de champiñón, y pues ya no sería la sensación entre las morritas y, ay, snif, una tragedia.

Pero como las mamases se las saben de todas todas, la mía me dio la solución: sacó de su bolsa el rímel y me empezó a pintar de negro la parte trasquilada. Y quedó bien. Había que clavarse mucho en la textura para darse cuenta que esa parte de mi cabeza no tenía pelo.

Y al día siguiente fui a la preparatoria y nadie se dio cuenta que parecía tiñoso gracias a la pericia de mi madre y sus remedios. Nadie se dio cuenta hasta que empecé a sudar y el rímel comenzó a escurrir...

Ah, pero este post era porque al hijo de un Godínez le dio tiña, jajajajaja… no mamen. ¿A quién le da tiña en pleno siglo XXI?

miércoles, septiembre 04, 2013

El hamburguesero

Se va a cumplir un año desde que regresé a México de una estancia voluntaria en Canadá. Desde entonces han pasado muchas cosas.
Regresé a Monterrey sin dinero, sin coche, sin casa, sin vieja, sin negocio de cajas y sin algunos sueños cumplidos -snif-; con la idea de volver en un futuro a ese país, pues en éste sigo sin sentirme a gusto.

Cuando regresé sólo tenía mi trabajo de caricaturista y columnista en un periódico de la localidad, pero terminé mandándolo a la jodida por deberme dinero y pagarme siempre a destiempo. En este proceso de "reaclimatamiento", mis padres me echaron la mano en varias cosas, entre ellas, prestándome el cuarto que era de mis hermanas para que ahí viviera por un tiempo.

Luego, en enero, un amigo me invitó a trabajar a un lugar en el que nunca imaginé trabajar, desempeñando un puesto que nunca imaginé tener: alcaide de las celdas preventivas de un pequeño municipio aledaño a Monterrey, cerca de Ramos Arizpe, Coahuila. Ya llevo ocho meses en este cargo, con algunas historias interesantes que a veces cuento en mi Twitter y que luego les narraré por aquí.

Obviamente éste no es el trabajo soñado, pero es un sueldo seguro en lo que sale algo "mejor" o más acorde a mis gustos y habilidades. A pesar de ser turnos de 24 horas por 48 de descanso, la carga laboral no es tanta; la que pesa es la emocional. Estar hombro con hombro con la ignorancia, la miseria y toda la problemática social de un municipio pobre, es deprimente y desalentador; más sabiendo que no se puede hacer mucho para cambiar al mundo desde un puesto tan insignificante. Se puede ayudar, se puede ser humano, se puede hacer sonreír, se puede hacer que la gente cambie su percepción negativa sobre la autoridad, pero no basta con eso. Aunque tal vez sea un comienzo.

Por otro lado, hace un par de meses el compa que me invitó a trabajar de alcaide traía la inquietud de poner en el pueblo en el que trabajamos un negocio de comida “distinto”, pues no hay muchas opciones a donde ir, por lo que me invitó de socio para poner un puesto de hamburguesas. “Tú eres muy creativo y te gusta la cocina; a ver qué se te ocurre”, me dijo. También invitó a otro alcaide que en algún momento tuvo un restaurante en el centro de Monterrey, ahí por La Alameda. Con pequeños préstamos de por aquí y de por allá, pude entrarle al “bissness".

Debo confesar que este proyecto me entusiasma, pues me ha hecho descubrir habilidades que no tenía –o tenía dormidas; por ejemplo, las numéricas- y conocer algunos rincones de mi ciudad que hasta hace poco permanecían siendo un enigma. También siento que he trabajado lo que nunca trabajé en toda mi vida, snif.

He disfrutado este proyecto de las hamburguesas desde que lo imaginamos bebiendo unas cervezas. He disfrutado desde ir a la casa de una viejita del pueblo a cortar bambús secos de más de quince metros de altura para hacer el techo del negocio, hasta ir a surtir todo lo necesario para las hamburguesas a los mercados de Monterrey. Creo que la última vez que me metí en un mercado fue hace como 16 años, y me metí nada más para tomar fotos "folklóricas" para alguna clase mamona de la carrera de Ciencias de la Comunicación. En pocas palabras, ando en mercados cuando ando de turista, por lo que cada ida a surtir es como andar de turista en mi ciudad. Y eso me agrada, pues amortigua la chinga de andar cargando cosas. He disfrutado preparar a mano cada carne de cada hamburguesa, limpiar la parrilla, asar la cebolla, hacer bolsitas con pepinillos, zanahorias y jalapeños; darle las gracias a la gente que compra para llevar, ver los rostros de asombro de quienes se quedan a comer... Todo.

Abrimos hace dos semanas. De jueves a lunes de 7 de la tarde a 12 de la noche. Van bien las ventas. Ha habido flujo de clientes. Ha gustado la comida y, sobre todo, el lugar, pues no hay nada que se le parezca en este municipio. Los dueños de los puestos de comidas de los alrededores se han puesto a pintar sus cochecitos de hot dogs y de tacos, también las bardas en donde anuncian sus productos. Creo que sucedió lo que dijo Tolstoi: "Pinta tu aldea y pintarás al mundo". Tal vez no se pueda hacer mucho por cambiarlo desde un puesto de comidas tan insignificante, pero puede que sea un buen comienzo.


La onda de la decoración es para que la gente del pueblo se olvide -aunque sea un rato- de que vive en ese pueblo, tan golpeado por la violencia hace algunos años; aparte, que sepan que merecen algo mejor a lo que los tienen acostumbrados.
 

Esto es amor por los árboles.

 
 

Un sabor dulce/ahumado inolvidable.
La "mezcla secreta" que se añade a la carne molida

En la pared del fondo siempre proyectamos la película de"Cowboys & Aliens"
¡Si no pagan me los como, putos!