viernes, agosto 23, 2013

Los jugos del vallenato

Hay un empleado nuevo en el negocio de jugos al que acostumbro ir. No debe llevar ni dos meses trabajando ahí.

Desde que lo vi se me hizo muy conocido, pero me daba pena preguntarle si era quien sospechaba que era, pues cada que me le quedaba viendo para hacer memoria, el hombre me evadía la mirada o se ponía a platicar con algún otro cliente, como no queriendo ser reconocido.

Hoy que me vio llegar empezó a picar papaya. Ya sabe que siempre pido lo mismo: agua de papaya con un poco de miel. Me dio los buenos días y me sonrió mientras metía los cuadritos de fruta en la licuadora. Le devolví el saludo y me senté en un banco de la barra de acero inoxidable. Me percaté de que el local estaba vacío, por lo que decidí salir de una vez por todas de mí duda sobre su identidad.

Apenas abrí la boca para preguntarle si era quien yo creía que era y el hombre encendió el motor de la licuadora.

Cuando las cuchillas del aparto se detuvieron, sirvió el jugo en un vaso de unicel de a litro. Me lo entregó y me dijo que bebiera un poco, para verter el resto que había quedado en el recipiente. Obedecí y se lo entregué de nuevo limpiándome con la lengua el bigote espumoso que me había quedado en el labio superior. El hombre sirvió un pequeño chorro de jugo, puso una tapa con un popote rojo en la boca del vaso y me lo entregó sin mirarme a los ojos. Sorbí un poco y, antes de que se diera la media vuelta, le dije:

–Disculpe, pero: ¿de pura casualidad no es usted –o era– el vocalista de un grupo que se llama –o se llamaba– Los Vallenatos de la Cumbia?

El hombre sonrió tanto que hasta se le cerraron los ojos, y asintió varias veces.

–Síiii… síiii… soy yo mero... Bueno: era –respondió, y después puso cara de sospecha–. Pero, tú no tienes pinta de que te guste ese tipo de música. Te ves fresilla. Y joven.

Reí.

–No, cómo cree. No soy fresa ni estoy taaan joven. Nada más pretendo saber un poquito de todo; aparte de que tengo muy buena memoria.

Y es cierto: ni soy fresa, ni soy un quinceañero, ni me gusta esa música. Pura buena memoria.

A los 18 años tuve mi primer trabajo. Fue en Radio Nuevo León, la estación radiofónica del gobierno del estado. Los estudiantes de Ciencias de la Comunicación acostumbraban hacer prácticas o su servicio social en esa institución. Yo acababa de llegar a Monterrey de un viaje de estudios en un pequeño poblado de Kansas, y, como mi papá no quería que estuviera de huevón en la casa mientras entraba a la universidad, me metí a trabajar ahí aquel verano.

Mi trabajo consistía en asistir –y aprender- en la producción de un par de programas en amplitud modulada. Uno de ellos era sobre ciencia: lo transmitían los domingos a las 7 de la mañana, por lo que no era un programa muy popular. El otro era el programa de más rating de la estación: un programa de música vallenata. La conductora era toda una celebridad en el todavía marginado ambiente de ese género musical; antes de que Celso Piña, Toy Selecta, 3BALLMTY y demás mamarrachos “afresaran” esos ritmos. 

Bueno, pues resulta que los mentados Vallenatos de la Cumbia eran unas estrellas en aquella época. Me acuerdo que siempre iban a la cabina de radio a promocionar sus sencillos, sus discos y los eventos musicales en donde eran la carta fuerte. Neta que ni Celso Piña era tan famoso como lo era el señor de los jugos. Me acuerdo de una canción en especial que hacía que las cholitas se mearan de la emoción en pleno baile. Aquí el video (el señor que atiende el negocio de jugos es el vocalista del grupo: el que trae el saco de color azul culero):


Me acordé del olor a encerrado de las cabinas de radio y de los botones desgastados de las consolas de audio; de las cintas magnéticas que había que poner en queue; de las historias de miedo que me contaba el operador que se quedaba en las madrugadas a programar música clásica; de las anécdotas sexuales de un locutor al que le decían El Vaquero Enfermo... Me acordé del Willy, el güey que me ayudaba a mecanografiar los guiones de los programa culturales, con quien me regresaba en camión a mi casa. Lo tomábamos a una cuadra de la estación de radio y nos bajábamos cerca de La Alameda para tomar el ruta 23. A veces nos metíamos en un bar que se llamaba El Conquistador a tomarnos un par de cervezas. Recuerdo la adrenalina que me provocaban las primeras cervezas legales en un bar del centro de la ciudad en donde el sonido de fondo era el de las fichas de dominó chocando unas contra otras, y el olor a orines y lavanda era penetrante.

–¿Y ya no le siguió en el grupo, don? 

–No, ya no –dijo esto último sin nostalgia–. Las disqueras son bien rateras. Nuestro mánager resultó ser igual. Mucha droga y mucho alcohol para alguien como uno, que se crió en la calle; sin educación, sin guía... Me harté de eso. Iba a acabar mal. Con mucho dinero, pero mal. Preferí terminar así, como estoy; aunque muchos piensen que esto fue terminar mal.

Le di las gracias con un apretón de manos, subí al coche y me fui. Encendí el radio y recorrí estaciones que tenía años de no sintonizar, esperando escuchar algún viejo éxito de Los Vallenatos de la Cumbia; cualquiera de sus canciones, nada más para alargar el viaje que acababa de aventarme a mi pasado y no olvidar el destello de humildad y sabiduría que acababa de recibir.

lunes, agosto 19, 2013

El misterio del "no se puede"

Aaaah, los misterios insondables que bucean en las profundidades de la mente del ser humano. Las conductas cuyas motivaciones permanecerán ocultas bajo el velo de lo incomprensible, y esa naturaleza contradictoria que, así como los hace organismos adorables, también los transforma en seres cagantes y sin una pizca de sentido común. 

De camino al trabajo hay un tendajo improvisado en donde una señora vende aguas frescas y “rusas”. Contrario a lo que muchos de ustedes creerán, las rusas no son mujeres altas con los pellejos blancos, el cabello rubio, los ojos azules y que hablan así: “Brakjhagtrebkladfegkuyrw”. No, chavos y chavas: las rusas son unos brebajes repugnantes preparados a base de refresco de toronja, agua mineral, trozos de piña y naranja, chile en polvo, jugo de limón, pulpa de chamoy y una golosina apodada de manera muy chispa como “tarugo”, que no es otra cosa que un popote amarillo envuelto en tamarindo que sirve para beber esa pinche asquerosidad de agua puerca. 

Me ha tocado ver que la gente pide mucho esa bebida, al igual que unas frituras en bolsa aluminizada que la dueña del negocio abre de manera horizontal con unas tijeras, y a las que agrega elote, cacahuates japoneses, jícama y zanahoria rayadas, más chile, más pulpa de chamoy y más cuacha. Pareciera que el fin último de este tendajo es mezclar a lo pendejo todo lo que hay en existencia. 

Yo, soy más conservador; más chapado a la antigua. Si me detengo en este comercio es para comprar un litro de limonada para el resto del camino. El problema es que la limonada siempre está demasiado dulce, y mi lengua de viejito ya se escalda con cualquier cosa, snif. Total que hoy se me ocurrió una brillante idea; y digo “brillante” porque el calor estaba cayendo a plomo y la frente me sudaba tanto que resplandecía. 

-Buenos días, señora. Quiero una limonada de litro, pero llene la mitad del vaso de limonada y la otra mitad de agua mineral, por favor. 

-No se puede, joven. 

-¿Cómo? 

-No se puede. 

-¿Por qué no se puede? 

-No, pos es que no se puede. 

-Eeeeh… bueno… ¿y si me cobra algo extra? 

-No es lo extra, mijo; es que no se puede. 

-Pero ¿por qué? Cóbreme la limonada como una rusa y ya. 

-Pero es que no es rusa... No se puede. 

-Bueno, entonces véndame un agua mineral de medio litro y sírvame sólo medio vaso de limonada. 

 -No tengo aguas de medio litro: sólo de 2 litros. 

-¿Y por qué no puede echarle un chorrito de la de dos litros a mi limonada? 

-No se puede: te lo tendría que cobrar como rusa, pero no es rusa. 

En ese momento mi cerebro hizo corto circuito. Cuando reaccioné, me puse a voltear hacia todas partes, buscando una cámara escondida. Neta que pensé que estaba en el programa de Los Hinchapelotas, de MTV, y acababa de ganarme 100 dolarotes. Pero no, snif. Era "no se puede" y no se pudo.

Aaaah, los misterios insondables que navegan la mente del ser humano. Esas conductas cuyas motivaciones permanecerán ocultas bajo el velo de lo incomprensible. Por siglos.

jueves, agosto 15, 2013

Pedaleando y fotografiando

Antes de que me regañen, aclaro que el casco me lo quitaba para las fotos; para parecer -ustedes ya saben- más cool y buena onda. Lo de pedalear en zapatos "tipo chancla" sí es real. ¿Qué tiene de malo que pedalee en sandalias? Si algo me caga es ponerme toda esa ridícula indumentaria alienígena que acostumbran usar los ciclista: tenis especiales que vayan ganchados a los pedales, lentes Oakley noventeros, lycras con rayas fosforescentes, calcetines hechos bola para verme más huevudo... ¡digo!, para que no cale tanto el asiento... sí, para eso... Salvo el casco, lo demás me viene valiendo madres. Yo soy como los holandeses, que pueden pedalear trajeados y con los zapatos recién boleados o descalzos; yo no me ando con pinches payasadas, sépanlo. Y bueno: después de esta amigable introducción, espero que disfruten tanto del paisaje como lo hice yo.

viernes, agosto 09, 2013

Tacos El Horla

Movido por la curiosidad me detuve a cenar en unos tacos llamados El Horla.

Un joven se apresuró a tomar mi pedido apenas y me senté en la mesa del fondo, junto al refrigerador con refrescos. Supuse que era el dueño del lugar, pues actuaba y vestía distinto al resto de los empleados.

Cuando me preguntó si deseaba ordenar algo más, decidí salir de mi duda: “¿El Horla es por el famoso cuento de Guy de Maupassant?”. Ingenuo de mí... El tipo se limitó a tartamudear con un signo de interrogación en el rostro.

Sonreí apenado y le dije que por favor olvidara mi estúpida pregunta, pero de manera muy atenta, me aclaró: “Lo que pasa es que yo me llamo Orlando, pero todos me conocen como El Orla porque así también le dicen a mi papá. La hache es por Orlando hijo”.

Confieso que comí un poco decepcionado. Por un momento pensé que me había topado con vida inteligente en esta ciudad.

Terminé de cenar, pagué la cuenta y subí al coche. Al llegar a casa sentí un escalofrío, como si alguien –o algo– estuviera en mi habitación. Igualito que en el famoso cuento de Guy de Maupassant

viernes, agosto 02, 2013

Evento de firma de libros y cómics

Mañana sábado 3 de agosto estaré en la tienda Comicastle de Monterrey firmando libros del Escuadrón Retro y regalando playeras a los primeros que lo adquieran. También estará Homero Ríos, escritor de cómics cuyo trabajo ha sido publicado en la célebre revista estadounidense Heavy Metal, quien presentará el tercer volumen de su cómic Dharma.

Ahí los esperamos entre 3 y 7 de la tarde. Chequen este link para más información: