miércoles, marzo 31, 2010

Ciao México

La mujer me hace pasar por la puerta trasera de la cocina. Huele a ajo y a especias y en un sartén grande chisporrotea aceite de oliva. Coloco el paquete de cajas de pizza a un lado de la estufa y le entrego el ticket. En un español accidentado me comenta que su esposo tardará un poco: fue al banco, y me pide que tome asiento en una de las mesas del pequeño restaurante.

Abrió apenas hace un mes. Los dueños son una pareja de italianos que supieron del negocio de cajas por una revista de publicidad que se reparte en la zona, donde ellos también se anuncian.

La mujer pone sobre la mesa un plato con cuadritos de queso y palillos. Me dice que son de cortesía, que los pruebe, que se los acaban de mandar desde Italia. Eshe es di leche di búfala, dice señalando el queso de tono más blanco, esperando tal vez una mueca de asombro de mi parte. Nunca había probado queso más rico, le digo honestamente, y sonríe.

Su esposo la llama al celular. Le dice que tardará un poco más. La mujer cuelga y se disculpa. Le digo que no hay problema. Va a la cocina, menea el aceite del sartén, saca un libro de un cajón y me lo muestra. Esha esh nostra casha, me dice señalando la portada donde se aprecia un hermoso valle. Vuelve a la cocina, deja la puerta de vaivén abierta y todo el lugar se cubre de un exquisito aroma.

Hojeo las páginas mientras espero. Hay imágenes de gente recolectando uvas, ordeñando cabras, esquilando ovejas, bebiendo vino, bailando. También niños en bicicleta, caminos de terracería, horizontes verdes, arroyuelos y cielos azules.

Diez minutos después, llega el señor. Se disculpa por la tardanza y culpa al tráfico. Su español es mejor que el de su esposa. Al ver que hojeo el libro, sonríe: Ooooh, nostra casa, dice con tono nostálgico. Su esposa sale de la cocina y le entrega el ticket: observa el total, saca el dinero del bolsillo y me paga. Me ofrece más queso, le digo que no, pero insiste y me quedo.

Después de apuntarle en un papel los precios de otros productos del negocio de cajas, me platica cómo era su vida antes de llegar a México, a donde tuvieron que venirse porque su única hija se casó con un regiomontano al que conoció en España.

Allá en la parte norte de Italia se dedicaban a curtir pieles y a fabricar quesos. Están asustados por la violencia de la ciudad. Están sorprendidos de la cantidad de envases de plástico que hay, de la cantidad de platos desechables que se usan, de cómo conduce la gente y de los altos recibos de la luz. Allá usábamos celdillas solares y no existen los utensilios desechables: todo se reúsa, me dice el hombre.

Me confiesa que primero pensaron en abrir el restaurante en Playa del Carmen, pero no les gustó: mucho progreso y mucha droga. Después pensaron ponerlo en alguna playa de Nayarit, pero con esos nuevos proyectos “de desarrollo” que trae el gobierno –que hasta en las camisetas de un equipo pedorro de fútbol lo andan anunciando-, le van a dar en la madre a sus costas, cuyo mayor atractivo era precisamente eso: que no había desarrollo. Y total que terminaron abriendo el restaurante aquí en Monterrey, donde vive su hija.

Siento una pena profunda por él y su mujer. Quisiera pedirles disculpas por todo: por mi gente, por este país, por la barbarie. Quisiera meterme en las fotografías de su libro, que lo cierren y no me dejen salir nunca. Me conmueve ese amor de padre y madre, capaz de sacrificar el paraíso por venirse a vivir al infierno.

Le pregunto por qué mejor no se quedaron allá en Lombardía. Me responde que el yerno le dijo que "allá no había nada". Así es la gente de aquí: donde hay todo creen que no hay nada. Por eso el ristorante se iama "Ciao Italia", me dice ondeando la mano, porque no vamos a volver.

Salgo del lugar con un nudo en la garganta horrible. Los coches pitan y aceleran y sus conductores se rayan la madre. Las patrullas pasan con las sirenas encendidas. En el cerro construyen un nuevo edificio con departamentos y otro centro comercial. La gente sigue comentando el partido de fútbol del sábado. Es lo único que les interesa. La cifra de civiles asesinados aumenta con el paso de los días. El cáncer se propaga por todas partes.

De vuelta en el negocio busco noticias buenas en Internet: el 40% de la población de Copenhague usa la bicicleta como medio de transporte; Liberan a una veintena de linces boreales en la tundra sueca; El presidente de Uruguay sigue yendo a comer sin escoltas… y en México continúa la masacre.

No puedo sentir más que desprecio. Es el mismísimo infierno.
Ciao México... aunque sea por unos días.

martes, marzo 30, 2010

Puesto vacante

El negocio de cajas no va muy bien. Mejor dicho: no va como debería de ir.

A veces me salen trabajos extra que disfruto hacer: ilustraciones, caricaturas, tiras; pero como "son dibujitos", todos quieren que se los haga de a gratis.

Hay un puesto vacante de burócrata en Agua y Drenaje: el sueldo es de casi 30 mil pesos al mes. Basta con que diga que sí y entro. Ustedes saben: los contactos, las palancas, los favores, los amiguismos, etc.

Agradezco no tener familia, no tener crédito para una casa, no tener responsabilidades más allá de las que quiero adquirir. Si las tuviera, me vería en la desesperada necesidad de aceptar el trabajo. Me vería en la penosa necesidad de ser como no quiero ser.

viernes, marzo 19, 2010

Nunca he sentido orgullo de ser mexicano. Mucho menos ahora. Es más, si tuviera la oportunidad o los medios, renunciaría a esta nacionalidad.

Para mí, todos esos conceptos intangibles de “ay, la patria”, “ay, la tierra que me vio nacer”, “ay, nuestras raíces históricas”, "ay, qué bonito suena el himno", no son más que burdas mamadas.

Hoy en la madrugada hubo una balacera en el Tecnológico de Monterrey y otra en la avenida que pasa por detrás de mi casa. Muertos todos los días. No existe la ley. El crimen es la autoridad. Cualquier sueño o ideal se topa con cuernos de chivo. Es tanta la apatía que ya ni ganas dan de trabajar para no tener algo por lo que puedan matarnos.

Siguen dándome vueltas en la cabeza las palabras de Pepe Mujica, presidente de Uruguay, al ser cuestionado por un fotógrafo sobre su seguridad mientras comía sin escoltas en un bar: “Dígale al mundo que aquí somos distintos", respondió el mandatario. Sus palabras me calaron hondo. Sentí rabia y envidia. También gusto.

Quizá nuestro error siempre ha sido querer parecernos a Estados Unidos y no a Uruguay; o que hay mucha gente como yo: incapaz de sentir orgullo por una patria. Transa y asesina, pero patria a fin de cuentas.

Y sí, ya sé que me dirán: “Pues si no te gusta llégale a la verga de aquí”, “allá son socialistas”, “allá están peor”, "allá no hay trabajo", "aquí necesitamos gente valiente, no cobardes que quieran huir”. ¿Será?
Todos esos argumentos me suenan a las soluciones estúpidas que dan las autoridades a la ciudadanía: “Si no quieren que les toque una balacera, no salgan en las madrugadas”, “si no quieren que los maten, no se resistan cuando les quiten su coche”, “si les toca una balacera, tírense al suelo y aléjense de las ventanas”. Bonitas medidas de seguridad.

Incluso un conocido sacerdote de la localidad, dijo: "Hay que agradecer a Dios estar vivos en tiempos como estos". Ahchinga... ¡ahora resulta que tengo que agradecer que no me hayan matado!
Dios, si es que existes: ¡rechingas a tu puta madre!

Ya no es vergüenza. Tampoco miedo. Es una tristeza profunda la que siento. Algo contradictorio en mí, que nunca me he sentido orgulloso de ser mexicano.

martes, marzo 09, 2010


P.D. Para esas nuevas generaciones que no conocieron el papel, la pluma y el Liquid Paper, aquí les va un link muy útil que les ayudará a comprendan el chiste anterior.

jueves, marzo 04, 2010

Sentí que algo andaba mal cuando se inventó el Facebook y el Twitter.

Confirmé lo que sentí al percatarme de quiénes abren cuentas en esas chingaderas: senadores, diputados, candidatos a algún puesto de elección popular, periodistas que ni así tienen los huevos de decir las cosas como son, nenitas que no saben escribir, pendejazos que se creen galanes porque una foto trucada los favorece, estrellitas de la televisión local, actores de Hollywood que quieren sentirse mortales y ñoños que creen que por esos medios disfrazarán sus obsesiones para tener cerca a su celebridad favorita.

Sueño el día en que todo el mundo emigre a Facebook o a Twitter y me dejen Blogger para mí solito. Es más fácil que se me cumpla este sueño a que se haga realidad el otro que tengo: ése en el que todos se van a la chingada y me dejan la tierra nomás pa´mí.

Soñar no cuesta nada, snif.

lunes, marzo 01, 2010

¡Riata ta ta ta!

Ayer domingo fui al periódico y me tocó una balacera.

Fui a eso de la 7 de la noche porque el viernes pasado no había podido ir a recoger mi cheque, por lo que el encargado de pagar las quincenas me lo dejó desde ese día con la editora.

Total que llegué, la editora me dio el papelito, firmé de “recibido” y me dijo que pedirían unas pizzas, que si quería entrarle a la cooperacha. Acepté, solté 50 pesotes y aproveché para checar algunos correos y hacer las caricaturas e ilustraciones para hoy lunes.

Como a eso de las 8, que se escuchan unas explosiones bien gachas afuerita de las instalaciones. Mi compa el guerrillero saltó de su asiento con los ojos pelones, diciendo: ¡Esas fueron granadas, cabrón, esas fueron granadas! Todos nos miramos en silencio, asomados por encima de las paredes de los cubículos, pensando que podría haber sido algún transformador de un poste de luz.

Pero en eso, que llega el culísimo del guardia de la entrada, todo espantado. ¿Escuchó, licenciada?, dijo dirigiéndose a la editora con el rostro pálido. ¡Fue aquí afuerita! "¡Valiendo verga!", pensé.

Escuchamos cómo se acercaba un montón de patrullas y daban vueltas por las calles del rededor con las radiofrecuencias a todo volumen y las torretas encendidas. No pasaron ni 2 minutos... y que se suelta la balacera: ¡trakatrakatraka!

Nomás vi todas las cabezas de mis compañeros desaparecer, como perritos de la pradera metiéndose en su agujero. ¡Al suelo, maestros!, gritaba el guerrillero. ¡Quítense de las ventanas, camaradas!

Yo me cagué todo porque estaba al lado de una ventana. Me puse en 20 uñas hecho la madre y me fui gateando por el pasillo, buscando a la gorda que me sacó a bailar en la posada navideña para ponérmela encima y así me rebotaran las balas, pero la gorda ya estaba bien resguardada debajo de su escritorio comiéndose una torta de huevo con chorizo y frijoles, por lo que tuve que arrastrarme como cucaracha hasta el baño y esconderme en el escusado, por si entraba algún loco resentido a hacer un ajuste de cuentas (y para deshacerme de mis calzones flameados por el susto).

Se escuchó un desmadre los siguientes minutos: llantas rechinando, motores forzados, torretas, enfrenones... pero ya ninguna detonación. Todos salimos de nuestros escondiste asombrados. Riendo nerviosamente. El mero mero salió de su oficina y, tratando de aligerar la tensión, dijo: ¿Quién se quiere lanzar a tomar fotos? Esta nota nadie nos la gana: fue aquí afuerita. Todos reímos.

Ningún medio cubrió la nota.

Llegaron las pizzas y cenamos. Hablamos todo el rato sobre el incidente. Esto está peor que Irak y Tlatelolco juntos, maestro, dijo mi compa el guerrillero antes de meterle una tarascada a su rebanada de pizza hawaiana. En el radio pasaron un anuncio bien mamón del Bicentenario: ése que dice que somos un poema de Jaime Sabines y un plato de mole y no sé qué mamadas más. Uno que dice que llevamos 200 años de ser orgullosamente mexicanos.

Todo suena muy chido, pero creo que a ese anuncio le falta decir que también somos la viuda del soldado, el huérfano del policía, su sueldo miserable, los casquillos de bala regados en las calles, un pasón de coca en el antro, una bolsita llena de tachas, un narcocorrido de los Tigres del Norte... Le falta decir que tenemos 200 años de ser lo peorcito de este mundo, y a eso no le veo motivo de celebración ni de orgullo.