jueves, agosto 31, 2006

toing

Sí...
Ya sé que te vas a encabronar...
Me vas a decir que "cómo es posible que me quede despierto hasta las cinco o seis de la mañana para escribir en el blog y no me levante temprano para ir a verte". Para empezar: mañana no tengo por qué levanterme temprano y -aparte- una de las razones por las que me quedé despierto tan tarde, eres tú. Pinche Fabi: haces que me desvele. Ya ni la chingas, la verdad.
Es que es en serio: la pilinga no se me baja de tanto pensar en ti. Los huevos me duelen un chorro, mi oreja derecha se mal acostumbra a tu voz y tus mordidas, y mis manos jotean si tocan algo más duro que la carnita suavecita que forra tu alma.
¿Nos podemos ver al rato para ya sabes qué?
Pero no me culpes si ando desvelado, pues es tu culpa.
¡Toing!

miércoles, agosto 30, 2006

execute

A diferencia de muchas personas, a mí no me preocupa la ola de ejecuciones violentas que se ha venido dando en mi ciudad. Al contrario, y no me lo tomen como sarcasmo, pero agradezco sinceramente que alguien -por fin- esté tomando cartas en el asunto y barra con toda la mugre de esta metrópoli, de por sí fea por sus cerros pelones, horrorosos calores, su gente neurótica y sus embotellamientos a todas horas del día

A diario me levanto emocionado, esperando ver en las noticias de la tele o el periódico otra ejecución; y la verdad es muy triste cuando no hay ninguna o matan nomás a uno de los cuatro güeyes que balacearon.

Van 35 ejecutados en lo que va del año 2006 -uno por semana-, mas todos los que se han salvado de morir. Casi todos manejaban Hummers, camionetas o carros de súperlujo. La mayoría andaban vestidos de vaqueros (por favor, ¿quién se viste de vaquero y maneja un Hummer?, nomás los nacos), bien pedos en la madrugada, saliendo del antro Los Rieles (lugar de reunión por excelencia de narcos, guaruras, sicarios y de más malandrines que disfrutan de la música de banda y la cumbia y que cierra hasta las 10 de la mañana todos los días). Casi todos eran hijos de ex comandantes de la Judicial, ex judiciales, ex AFIs, ex ministeriales o parientes de ex judiciales de esos que usan bigote y camisa Versace de seda. En fin, puros güeyes que estoy seguro no pondrán el nombre de México en alto; güeyes sin los que el mundo es un lugar mejor. De hecho, espero de todo corazón que el número de ejecutados se duplique cuando termine el año.

Yo nunca he tenido pedo con el narcotráfico, pues creo que cada quien se dedica a lo que más le gusta y estoy seguro que este país no se ha hundido gracias a ese negocio. Mi pedo es con las autoridades mentirosas, creadoras de cortinas de humo, programas incipientes de combate e incapaces de negociar con ellos. Agradezco de antemano a los sicarios que están haciendo esta labor de limpieza en mi ciudad y espero que exista pronto un arreglo entre el gobierno y el narcotráfico para volver a tener la paz que antes teníamos y un crimen muy bien organizado y no tan desmadrado como ahora (¿qué es eso de andar tirando a un muerto en Avenida Constitución a plena luz de las 3 de la tarde?, ya ni chingan, señores).

Y si me ven en alguna cantina o bar o restaurante (porque ahora a los narcos les gusta juntarse en el Vips y en el Toks), no me disparen, no sean gachos; yo no tengo nada en su contra y mejor pídanme un autógrafo.

lunes, agosto 28, 2006

mariola

Mariola entró al Colegio Montessori cuando yo cursaba el quinto año de primaria. Recuerdo perfectamente que entró el verano en que me alivié del sarampión, porque me acuerdo que todavía tenía las marcas de las ronchas en la cara y la comezón en la espalda.

Mariola era la burla de la escuela pues tenía una deficiencia en el habla, ocasionada por un accidente al nacer (no sé de qué tipo); era bizca, usaba lentes de armazón y vidrio grueso, se le salían los mocos todo el día y calzaba unos zapatos extrañísimos -con fierros- que le impedían caminar con normalidad. Una de entre las tantas cosas que le hacían, era que cada vez que pasaba, todos coreaban: "¡A Mariola a Mariola le apesta la cola!"

En el recreo, los niños de la escuela disfrutaban haciéndola llorar quitándole su pelota, jalándole los chongos o metiéndole bolitas arrancadas de los árboles dentro de la blusa. Yo nunca me presté para esas burlas, pues bastante tenía la pobre con que las niñas tampoco se juntaran con ella. De hecho, cuando a mí me aventaban el balón para que yo se lo aventara a otro hijito de la chingada y siguiera el jueguito de no dárselo, yo hacía como que se me caía de las manos para que Mariola pudiera recuperarlo y dejara de llorar.

Los niños del salón se dieron cuenta de mi poca disponibilidad para esas bromas pesadas, y empezaron a molestarme con que "Eeeeh, Gustavo y Mariola se van a casar" "Eeeeh, son novios, son novios" y me empujaban contra ella para que la abrazara. "Uuuuyyyy, la quiere porque la defiende".
No la quería, simplemente no tenía por qué chingados odiarla ni por qué burlarme de ella cada que decía "maaaaexttllrrraaa", tratando de decir "maestra"

Pero en la primaria sólo hay dos cosas peores: Ser el último que escojan para un partido de futbol y que te digan que eres novio de una niña.

Un día, a la hora de la salida, la maestra estaba diciendo los nombres de los alumnos que se podían ir retirando del salón. Mis compañeros estuvieron todo el día mamando con que Mariola y yo éramos novios porque me negué a mojarla con el bebedero durante el recreo. Total, en vez de agarrar a chingazos a todos los niños del salón por estarme jodiendo, opté por algo más cobarde.

La maestra dijo el nombre de Mariola: La niña de paró de su pupitre, tomó su mochila, caminó con dificultad entre los bancos y yo dejé caer a propósito mi portafolio Samsonite color vino al suelo en el momento en que iba pasando. Y ¡Paaaazzzz!
Todavía me retumban los oídos al acordarme del santo chingadazo que se metió y el sonido que hicieron sus rodillas y manos al aplaudir con el piso. Aún recuerdo su cara mocosa, con los lentes en la punta de su nariz a punto de caérseles, empapada en llanto y mirándome con cara de dolor y de "tú eras el único que no me molestaba, ¿por qué hiciste esto?". Los niños del salón estaban atacados de la risa y me palmeaban en la espala, felicitándome, mientras yo me hundía de vergüenza en mi asiento. Quise pararme a ayudarla, pero no tuve los huevos de ser tan hipócrita y me quedé como pendejo temblando, sudando y sintiéndome como la mierda más apestosa del universo; un universo donde plutón aún era planeta. Y más mierda me sentí al darme cuenta que la maestra creyó que Mariola se había caído sola, debido a sus zapatos raros llenos de fierros. Y más mierda me sentí porque Mariola no rajó -porque no podía hablar bien- de que yo había sido el que la había tumbado, y me seguía mirando con llanto en los ojos, preguntándose por qué la había tumbado. Y más mierda me sentí al no recibir ningún castigo.

Bueno, creo que mi castigo es seguir acordándome tan detalladamente de aquel incidente y seguirme sintiendo como mierda cada que lo evoco. Espero Mariola me haya perdonado, porque yo todavía no me perdono del todo.

para los interesados

¡Anímense, raza!



Quiero aprovechar para agradecerles al Curry y al Verdette: caricaturistas, moneros y artistas de la tinta y plumilla (ya casi nadie usa ni tinta ni plumillas, pero bueno), por ser ellos quienes me invitaron el año pasado a tan distinguido e importante evento. Y también quiero agradecerles (sí, otra vez) por haberme invitado de nuevo este año y -aparte- por honrarme al haber tomado un monito que hice y usarlo como la imagen del Salón Internacional de la Caricatura 2006 (sí, el rancherito ese de bigote y sombrero que está brincando, lo dibujé yo, snif). Neta que qué detallazo. Gracias infinitas.

¡Mánden su trabajo!

viernes, agosto 25, 2006

jueves, agosto 24, 2006

qué bonitas pompas



No crean que le tomé una foto a las pompas de esta niña.

Bueno, sí, he de confesar que sí tomé esta foto porque sus pompas me llamaron mucho la atención.

Pero las pompas de jabón, no vayan ustedes a creer que soy miembro del clan Trevi Andrade o que tengo ojos para otras nalgas que no sean las de la Fabi.

Pero en vez de pompas, mejor llamémoslas "burbujas": el juguete por excelencia de la infancia del niño pobre y de clase media, el más barato (casi gratuito) y uno de los más divertidos.

Recuerdo que mi amá lavaba un frasco de mayonesa Hellmans (si tampoco estábamos tan jodidos), le echaba agua del fregadero, tantito jabón en polvo pa´trastes y me sacaba al patio a que lo trapeara; digo, a que jugara y me hiciera pendejo con los efímeros planetitas transparentes y tornasolados que salían por arte de magia ondulando por los aires un alambre doblado en forma de círculo, amarrado a un palo y remojado dentro del envase.

¡Plop!

miércoles, agosto 23, 2006

mal de la chompa

De esas veces que uno se da cuenta que está mal de la cabeza:

Vi la película "Supersize Me", esa del güey que come un mes en McDonalds para comprobar el mugrero de comida que venden esos restaurantes; y, en vez de crearme una repulsión hacia las hamburguesas de Ronald McDonald, se me antojó bien cabrón una Big Mac.
Y, lo peor del caso, es que fui a comprar una y me supo chingona y me valió madre que el hígado se me haga caca con la carne como dicen en la película.
Pinche película engañosa, usa la psicología inversa y tiene mensajes subliminales para que sigamos tragando ahí.

De esas veces que uno se da cuenta que está mal de la cabeza...

martes, agosto 22, 2006

es oficial

Pues ya empezó Big Blogger y siempre sí le entré. Sacien su morbo en http://www.big-blogger.net
Ahora sí traigo mucha hueva para postear. Mejor lean lo que escribí allá.
Saludos.

lunes, agosto 21, 2006

final... pero continurá

Pinche boda rara. Con decirles que no había meseros y uno se tenía que parar a la barra por su pisto. Y pues ya se imaginarán a los mexicanitos: metiéndose en la cola y sacando de quicio al barman porque no había tequila. Había cheves, whisky, piñas coladas, martinis y no sé qué otras cosas más, pero tequila no. Como siempre quise probar un martini cosmopolitan y allá en Monterrey los venden como en 70 pesos la copita, pues aproveché en la boda para probarlos. Están buenos pero las copitas en las que los sirven están muy mariconas y chiquitas, se tardan mucho en prepararlos y se beben de volada. Opté mejor por tomar cerveza.

Qué hueva describir la reacción de mis parientes al verme con Fabiola: prefiero que imaginen sus caras, expresiones y diálogos. A la Fabi le gusta bailar, y yo soy de esos de los que la gente habla y se burla cuando se para a dizque bailotear, porque parece que tengo los aparatos y fierros que usaba Forrest Gump de chiquillo; pero pues me valió madre y saqué a bailar a la Fabi. La banda que animaba, al ver que la mayor parte de la familia era mexicana, optó por su repertorio de música en español como “Copa Cabana” y “Tequila”. Vaya imbéciles. Ya me los imagino sacando sus brillantes deducciones: “Ah, mira, son mexicanos: vamos a cantarles la de Tequila para que se sientan en casa”. Pffft, debió haber habido tequila pero para mamar, cabrones. Bueno, a un tío sí se le prendió el foco y llevó una botella o dos. Bah, a mi ni me gusta como quiera. Fue una boda como todas las bodas que hay, lo que la hizo única fue la compañía y mis alocados pasos de baile, ajuuua. Bueno, salvo ese detalle de pararse cada quien por sus alcoholes y de que las bebidas te las cobraban después de las 12 de la noche, todo estuvo bien. A esa hora Fabiola y yo nos despedimos de los aún asombrados de mis familiares, fuimos a nuestro hotel, subimos al doceavo piso sin soltarnos de la mano -esta vez sí nos besamos dentro del elevador- y entramos a la habitación igual.

Vimos el último episodio de Sex and the City y la Fabi lloró. Siempre me pareció una buena serie, pero siempre he pensado que de las cuatro viejas no se hace una; bueno, es que ninguna es mi tipo. Tal vez Samantha. Las de Desperate Housewives están mejores. Bueno, pero lo mejor fue ver llorar a la Fabi. Siempre me gustó que llorara en el cine, viendo Cantando por un Sueño o cuando le leía mis escritos en las noche. Me gustaba que llorara porque me gustaba tener un pretexto más para besarla y abrazarla y decirle que la amaba. La abracé y le besé la frente cuando la pantalla del televisor se puso negra con letritas blancas y ella también me abrazó.

La Fabi tuvo su última conferencia muy temprano en la mañana. Su madre no llegó a Houston, por cierto. No me despertó, pero sentí cómo se quedó un buen rato contemplándome en silencio desde el sillón, ya arreglada y lista para marcharse. También sentí cuando acarició mi pelo y me beso en la boca. Recuerdo entre sueños que me decía que ya se iba y que me amaba mucho y que siguiera dormido. Desperté por completo –medio crudo- minutos después, prendí la lámpara y leí el recadito que me había dejado sobre la cómoda:
“Gracias por este maravilloso fin de semana. Siempre he creído que por algo suceden las cosas. No vayas a perder la llave que está a lado de este mensajito: es la de mi departamento, jijiji. Te veo allá, baby. Te amo y ya te extraño. Besos sabor cosmopolitan, mi bailador con dos patas izquierdas ”.

Ya quería irme a la chingada a Monterrey.



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jueves, agosto 17, 2006

capitulo 3

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Recordamos cuando tus hermanos me iban a madrear una noche que salimos con sleeping bags, copas de vino y sobras de la cena que habíamos pedido en el departamento que tenía en renta tu papá, jajaja. Que yo no me volví a aparecer en tu casa si no hasta navidad, porque dije “bueno, no creo que estos cabrones me partan la madre el mismo día que nació el niñito Jesús”. Mientras llegaba diciembre nos vimos en muchas otras partes a escondidas y, otra vez, en el depa de tu papá, jajaja, pero ahora sí no nos cacharon. Recordamos cuando nos metimos a un coffee shop en Ámsterdam y en un principio pensé que los güeyes te estaban tirando el pedo, pero era al revés: era un coffee shop gay jajaja. Recordamos desde las gorditas de picadillo en Real de 14, las crepas de plátano con Nutela en Paris, lo aburrido del Museo de Louvre y hasta la primera vez que dormimos a la intemperie en Cuatro Ciénegas, bajo una lluvia de estrellas. “Mira, mira: ahí va otra… ¡Otra!... ¡Mira!... No manches, son un chingo… esto está hermoso” y apuntábamos nuestros dedos al cielo, esperando a que cayera una como anillo estelar o a que escribieran nuestros nombres en el negro manto de las tres de la madrugada. Fue cursi y romántico. Eso sí, los pinches mosquitos no nos dejaron dormir hasta que el sueño nos venció y sus picaduras nos valieron madre. Viajamos mucho juntos, y la primera vez que viajamos por separado, coincidimos. Como ayer.

Estaba casi sentada, recargada sobre el respaldo de la cama y las almohadas. Me separé de ella y me puse a modo de cruz: con mi cabeza sobre sus muslos. Hazme piojito por fa, baby, le dije. Sabía que a la Fabi le gustaba hacerme piojito porque le gustaba estarme buscando canas, y fue lo primero que hizo al recostar mi cabeza sobre sus piernas. Parecíamos dos changuillos de zoológico acicalándose y buscándose piojos. Y recordamos a los monos titís de Animal Kingdom que hacían lo mismo que nosotros. No se por qué ella tendrá esa fijación con los canosos. Con decirles que López Obrador se le hace un hombre sexy. Dios mío. Sinceramente, que me salgan canas no me preocupa, me preocupa más quedarme pelón antes de que me pueda salir la primera cana.

No sé cuánto tiempo duró la sesión de piojito y cosquillas en el cuello que me estaba tumbando de sueño otra vez, pero en eso, la Fabi fue la primer valiente en pararse de la cama. Deja me meto a bañar, chiquito. Nooooo, no hay que bañarnos, le dije. Se rió y la agarré de las caderas y las pompas diciéndole que estaba bien buena, que se quedara en la cama o que de castigo diera unas vueltecitas por el cuarto encuerada para verla. La Fabi se atacaba de la risa y cayó de vuelta en la cama. ¡Yaaa, Guffo! suéltameee. Oh, pos quién te manda a estar tan buena, le repetía. Y como típica vieja: ¿Qué te pasa?, estoy bien gordis. Estás bien buena, insistía yo. Ay Guffo, estoy bien aguadita, ya no soy una niña, seguía diciendo ella. Ya quisiera una vieja de 23 años estar como tú a los 33 mamacita, y le volví a apachurrar las nalgas y las caderas y el vientre y esa lonjita que a todas las viejas les trauma. Jajaja, se cagó de la risa y se paró echa madre al baño. Duérmete otro ratito, me dijo… para que no estés chingando, amorcito jajaja. Me reí junto con ella. Siempre sacaba una madreada cuando menos lo esperaba. No estás aguadita, le dije, estás suavecita como el migajón de un pan. Y se volvió a atacar de la risa mientras sus pisadas amortiguaban la alfombra de la habitación y la guiaban a la regadera.

Sólo escuché la llave del agua abriéndose y la puerta del baño cerrándose. Traté de recordar una canción, pero no me acordaba quién la cantaba ni quién la había compuesto. Siempre la escuchaba para reafirmar el por qué me gustaba tanto estar con Fabiola.
Y me acordé de la canción antes de que saliera de la regadera…



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martes, agosto 15, 2006

capítulo 2

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Despertamos abrazados bajo el grueso edredón de la cama. Hacía mucho tiempo que no nos levantábamos así: acurrucados y desnudos. Cuando andábamos de novios a mí siempre se me dormía el brazo y amanecía con un hormigueo horrible a falta de circulación, pues la Fabi se quedaba dormidota sobre él a mitad de la película que habíamos rentado y yo ya no me podía mover; por eso perdí –malamente- la costumbre de abrazarla mientras dormía. Esa mañana desperté con ese mismo hormigueo, pero no me pareció incómodo: podía quedarme con el brazo atrapado bajo su cuerpo para siempre. Comencé a acariciar su cabello con la mano que tenía libre y ella me apretó con su abrazo a la altura de mi pecho.

- ¿Dormiste rico, chiquita? -le pregunté.
- Muy rico -dijo.

Me besó mientras frotaba mis pies contra los suyos. Siempre disfruté hacer eso, aunque ella me decía que yo no sabía cortarme las uñas de los dedos, que siempre me quedaban como garras afiladas y le raspaban en los tobillos. Esa mañana no me dijo nada de eso, es más, imitó mis movimientos acariciándome también con sus pequeños dedos y la lisita plata de sus pies.

La ropa estaba regada en el piso. El aire acondicionado en su máxima potencia. El hueco entre las dos cortinas mal cerradas dejaba entrar un muro de luz que hacía visibles las pelusitas flotantes que desprenden las sábanas y la alfombra.

- ¿Por qué perdimos todo este tiempo?
- No sé… -le dije-, tal vez lo necesitábamos para aprender…
- ¿Y qué aprendiste? -me preguntó.
- Que aprendo más estando contigo.

Me besó y volvimos a hacer el amor.



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lunes, agosto 14, 2006

novela bloggera audiográfica. capítulo 1.

Instrucciones: Ver la imagen, leer el texto y poner la rolita al final.

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Tenía mucho de no verla ni saber de ella, y, ¡oh, surprise!, en dónde me la fui a topar…

Llegué al aeropuerto de Houston el viernes, con dos whiskys y una pinchurrienta bolsita de cacahuates en la panza. La razón: se casaba el primero de todos mis primos por parte de mi madre. Qué pendejo, decían en broma algunos. ¿Y tú para cuándo?, preguntaban otros. Mis padres ya tenían un día en esa ciudad gringa y bushiana, y yo esperaba sentado en una banca incomodísima del aeropuerto a que mi tía –la mamá del futuro castrado, digo: casado- llegara por mí a la Terminal E, pues me hospedaría en su casa junto con otros primos.
Pasó una hora y nada que llegaba. Fui a comprar algo de tomar al Starbux o Starbus, o esa chingadera, y me llamó la atención una vieja que arrastraba una maleta a lo lejos.

Caminaba derechita, sacando la pechuga; muy coqueta, mirando al frente y hablando por celular. Ojos delineados con raya negra muy marcada que hacía juego con su cabello negro anudado en una pinza de esas que usan las viejas y que parecen trampas para osos. Como que la llamada en su móvil se le cortaba y volvía a marcar, y se le cortaba otra vez y volvía a marcar un tanto enfurecida; por no decir, encabronada.
Di un sorbo a la madre esa con choco chips y crema batida que compré, sin desprender mi vista del mujerón aquel que se aproximaba hacia donde yo estaba. Ya le estaba desabrochando el pantalón con la mirada para imaginar de qué color serían sus calzoncitos, cuando: ¡ay güey!; con razón me había llamado tanto la atención: era la Fabi.

Nunca había visto tanto asombro en un rostro. ¿Qué ooondaaa, Guffiiiis?, ¿qué haces aquíiiii?, me dijo mientras me abrazaba con ese olor a Emporio de Armani tan característico en ella. Jaja, tú, qué haces aquí, le dije medio temblando, yo vengo a una boda. Su cara no abandonaba la sorpresa, al igual que la mía. ¿A poco tu primo Dany se casa?, me dijo. Me gustó el detalle de que se acordara de los nombres de mi familia. Bueno, no era para menos, siempre la quisieron mucho y fue bastante el tiempo que estuvimos juntos. Pa´no hacer el cuento largo, me dijo que su mamá había perdido el vuelo de Monterrey, que iban a un congreso de profesionales inmobiliarios y que su madre tenía las reservaciones y la dirección del hotel y no podía comunicarse con ella a falta de señal. Cualquier palabra quedaría corta para platicarles lo hermosa y sabrosa que se veía.
En eso, recibió la llamada de su madre y mi celular también sonó. Mi ex suegra le pasó el número de reservación y el nombre del hotel. Por la bocina de mi fono, mi tía me decía que no podría ir por mí, y me pasó la dirección de su casa para que me fuera en taxi.

Colgamos al mismo tiempo. Seguíamos mirándonos con sorpresa; era increíble que en Monterrey nunca más nos volvimos a topar. Yo estaba nervioso. No sé si ella también Me dijo que quería un café, que fuéramos a tomarnos uno. Y fuimos. Tiré la madre empalagosa que compré en el Starbucks. Platicamos chingón, como siempre lo habíamos hecho. Nos reímos mucho, como siempre lo habíamos hecho. No dejaba de verle las chichis, ni la boca, ni toda su cara, como siempre lo había hecho. Seguíamos incrédulos ante tanta coincidencia y empezamos a hablar del azar, el destino y demás mística barata. Terminó su café (yo no tomo café, pero me tomé una cerveza para que el efecto de los vasitos de whisky del avión no se desvaneciera) y pagué la cuenta. Le dije que si quería que la acompañara a su hotel y me dijo que era precisamente el favor que me iba a pedir: Ya sabes que mi inglés es péeesimo, Guffis, me dijo. “Guffis”, “cafecito”, “galletita”, “blusita”; para todo empleaba diminutivos que contrastaban con su voz ronca; eso siempre me gustó de ella. Reímos cuando le dije que si seguía hablando en náhuatl y diminutivos nadie le iba a entender ni madres. Me dio un manazo riendo aún. Subimos al camión que tenía el logotipo del hotel donde se hospedaría. Platicamos todo camino. No nos reprochamos nada ni quisimos curiosear en lo que habíamos hecho este tiempo que llevábamos separados. No nos preguntamos nada que pudiera lastimarnos o que arruinara nuestro encuentro. Reímos mucho otra vez. Me dijo que de mí siempre le gustó que la hiciera reír mucho. Yo le dije que de ella me gustaba todo. Sonrió.

Llegamos al hotel. Le ayudé con sus maletas. Utilicé mi mejor inglés con la ojiazul de la recepción y la Fabi nomás miraba con cara de “juat?” Jajaja, tiene el pelo con madre, me dijo la Fabi apuntando a un negrito con un afro exageradísimo. Sonreí. La ojiazul de la recepción me dio la llave; bueno, la tarjeta: ya ven que ahora los cuartos de los hoteles se abren con tarjetas. Thank you, le dije, y la Fabi me dijo: aijuesuuuuu, muy gringo o qué. Volví a sonreír.

Ay, muchas gracias, Guffis… ¿y ahora cómo le vas a hacer tú para irte a casa de tu tía?, me da pena que te hayas venido hasta acá. Le dije que no había pedo, me agradeció de nuevo y nos abrazamos. Pero nos abrazamos bien cabrón, acá: apretándonos bien fuerte, sin querernos soltar. Te extraño un chingo, le susurré en el oído. La Fabi derramó una lágrima, me di cuenta porque la sentí escurrir por mi cachete. Quédate conmigo, chiquito… háblales a tu tía y a tus papás y quédate conmigo. A huevo que sí.
Subimos al elevador y en vez de lanzarnos desesperadamente a nuestros brazos y besarnos, nos contemplamos con una sonrisa casi imperceptible. Fue un momento de inocencia de los pocos que se dan cuando dos personas se conocen tanto. Limpié con mi pulgar la raya del delineador corrida en su rostro por culpa de la lágrima que embarró en mi cara y ella cerró los ojos. Caminamos por el pasillo arrastrando las maletas y tomados de la mano.

¿Por qué pasó lo que pasó entre nosotros?, me preguntó en el umbral de la puerta del cuarto. ¿Cuándo se acabó la magia, Guffo?
Pasó lo que pasó… pues no sé, le dije con voz quebrada. Por lo mismo que está pasando esto, chiquita… y sí; la magia se perdió…no sé por qué ni quiero echarme la culpa o culparte a ti… pero ¿no crees que esto que está pasando es algo mágico? Nos besamos. Sentí donde me vencí y ella también, pues nos tomamos del rostro para no despegarnos ni para tomar aire, pero con una delicadeza...
Abrimos la puerta del cuarto 1234 con la tarjeta/llave y la cama era enorme…



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sábado, agosto 12, 2006

visita bloggera

Sobre aviso no hay engaño. Siempre he dicho que mi ciudad es más fea que la nariz de Carmen Campuzano. Toda ella se reduce a: congestionamientos viales a todas horas del día, montañas hermosas que no se ven a causa del smog, cerros depredados por las constructoras, personas arrogantes que se creen los muy muy, casinos atascados de gente huevona, establecimientos gringos de comida chatarra, congales carísimos, carne asada, cabrito, fútbol de quinta y cerveza. Por eso, es bueno tener un refugio, -una burbujita- para protegerse de tanto pinche villano y lugar de mala muerte. Yo lo tengo; ella bien lo sabe.
Ayer le pedí permiso a la vieja esa que metió un gorrioncillo cantarín en mi pecho y una bomba de “aigre” en mi pirinola para que me diera la noche libre, pues el Chango100 -algo así como el papá de la blogósfera (porque el papacito es José Luís Ávila Herrera)- pisaba tierras regiomontanas.
Pasé a las 10 de la noche a su hotel, nos tomamos unas copas y el viejo feo me dijo que me desvistiera, y yo le dije que no y que se lo iba a ir a contar a quien más confianza le tuviera, y la Chilindrina me felicitó y me dijo “¡así se hace!: tú vales mucho y mereces respeto…”.
No, ya en serio, me la pasé muy chido cerveceando y azotándome con el maese Manuel (así lo apodan). Con decirles que el Filósofo de Cantina ni se apareció. A mí se me hace que tuvo miedo, snif.

viernes, agosto 11, 2006

las 10 doncellitas y un chiste alowey

La primera película porno que vi fue una que se llamaba “Las 10 Doncellitas”. La tenía el hermano mayor de un amigo escondida bajo el colchón de su cama. Qué cliché. En las tardes, cuando no había nadie en su casa, nos metíamos todos los del barrio a verla. Pinche película era como de los setentas, pero ni pedo; de eso, a ver las TV Notas de la jefa en el baño, pos eso. En sí la trama era esta: Diez viejas calientes llegaban a un hotel muy chingón (spas, les dicen ahora) en una isla semidesierta. En dicho hotel había diversas suertes sexuales: el toro mecánico con asiento de pirinola, el columpio mete saca, la hamaca loca y de más cosas que se pueden inventar en un hotel con 10 viejas cachondas en busca de sensaciones nuevas. Pa´no hacerles el cuento largo, resulta que entre las doncellas había una asesina que quería matarlas y también a los güeyes del hotel para quedarse con todo, muakamuaka. Entonces, pos que se empiezan a morir primero todos los batos y las damitas estaban bien preocupadas porque pues quién les iba a dar caña si se morían todos los varones. Y nomás pa´que vean la genialidad del que escribió este peliculón y no crean que es un churrazo: una de las muertes se da cuando un señor -el que cargaba las maletas- le estaba haciendo sexo oral a la villana y, en eso, el señor se empieza a ahogar y se petatea. ¿Cómo murió? ¡¡¡La malvada se había puesto un veneno especial en el chocho!!! Eh, ya ven como no era ningún churro la película esta. Otra de las muertes es cuando una de las 10 doncellitas se muere arriba del toro mecánico porque la malvada le pone en la velocidad más alta y la víctima traía las manos amarradas al techo y pos no pudo bajarse la pobre (aunque no se le veían muchas ganas de bajarse del toro con asiento de pito). Otra muerte fue cuando dos de las chavas se estaban dando amor mutuo con un consolador doble y en eso ¡¡¡se electrocutan!!! La razón: la vieja mala de la película había arreglado el juguetito sexual para que tuviera un corto circuito. Aaaah, jajaja, qué jaladas. Eso sí era buen cine.

Y ahora, una tira cómica de esas que cada vez vienen con menos cuadritos, menos humor, menos colorido y menos fans, snif.

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Ah, por cierto: me confirmaron que sí voy a entrar a Big Blogger milésima edición. Chas gracias al Arboltsef y al grupo de jueces tan serios y profesionales que tiene. Tanta emoción merece que me ponga a jugar con mis monitos de Star Wars, snif.

miércoles, agosto 09, 2006

guffo hertziano

Allá por el periodo mesozoico, cuando yo era un joven mamífero en evolución y las computadoras todavía no existían pues Bill Gates andaba de peda con los amigotes en el Hooters, trabajé en una estación de radio. Era una estación de radio gubernamental; entiéndase: sin dinero, y en amplitud modulada (AM) pa´acabarla de chingar. Y para rejoderla aún más, jalaba en un programa de música colombiana cuando la música colombiana (vallenata, le dicen) era de uso exclusivo de marihuanos, pandilleros, inhaladores de cemento, resistol y grasa para bolear zapatos. Me sentía rete orgulloso.

Y ahí estaba yo, muy puntual a las 9 de la mañana, en la cabina, seleccionando las rolitas de Ilusión Vallenata, El Binomio de Oro y Fantasía del Acordeón (¡que pinches nombres tan feos para un grupo de música!). Yo hacía de todo (gato), el operador ponía las rolas, recibíamos llamadas y saludos durante dos horas de los Wachalocos, los Drogoners las Cumbiancheritas, las Gavilanas y de más pandillas, y el programa terminaba muy feliz.
Me acuerdo que una vez hubo un evento masivo: un concierto con chingos de grupos que guakareaban esa música y yo estaba tras bambalinas, ahí nomás, viendo si faltaba esto, que si esto otro, cables, bocinas, etc. Total, que se arma un desmadre entre el público: unos güeyes habían metido bolsas con resistol y thinner y empezaron a bailar como convulsionándose y a tirar madrazos parejo a güeyes y viejas y pos obviamente no había seguridad. Y llega uno de los jefecillos de la estación muy verga y me dice: “A ver Guffo, ve a ver qué traen esos güeyes y si traen drogas o navajas, se las quitas”. Jajajaja. ¿Voy corriendo, utilizo mi patada voladora invertida en la quijada o les descargo las balas expansivas de mi escopeta para matar elefantes?... pendejo.

Total, me cambiaron del programa, pues me dijeron que era “muy fresa” para ese ambiente y me pusieron de achichincle de un bato que tenía un programa de ciencia los domingos: “El Espacio y el Hombre”. Yo hacía unas cápsulas de 5 minutos sobre avances tecnológicos y novedades científicas, entonces tenía que comprar las revistas Muy Interesante (pos es que no había Internet) y fusilarme los artículos que ahí salían. Y ahí aprendí mucho, la mera verdad. Aprendí que nadie se levanta un domingo a las 7 de la mañana para escuchar un pinche programa aburrido de ciencia y tecnología… y menos en AM.

martes, agosto 08, 2006

políticas de alberca

Usaba un traje de baño de esos ajustados que te aprietan los huevos bien gacho y que te comes con la cola la mitad de la tela. Era de barquitos de vela, con anclas doradas y nudos acá bien elegantes; todo sobre un fondo verde militar. Mi papá me lo había comprado en los Estados Unidos y me dijo que era la mera onda: que era lo que usaban los nadadores que habían ganado las medallas de oro en las Olimpiadas del 84. Las pocas veces que salíamos de vacaciones o íbamos a una alberca, lo usaba bien orgulloso y me aventaba mis medallas de oro adentro de ellas. Pero me cagaba que en todas las albercas a las que iba, siempre las reglas eran las mismas:

- Niños menores de 10 años, favor de estar acompañados de un adulto.
- No meter balsas.
- No meter pelotas.
- No correr alrededor de la alberca.
- No tirarse clavados.
- No meter botellas de vidrio.
- No meter bebidas alcohólicas.
- No comer cerca de la piscina.

En pocas palabras: No divertirse.

Ahora, después de varias medallas de oro y varios años como sex symbol, me cago de la risa de esas reglas alberquescas. Lo que no entiendo es por qué, si en el reglamento no dice nada de “prohibido coger en la alberca”, a mí y a mi vieja nos metieron al bote. Snif.
Queremos un abogado.

viernes, agosto 04, 2006

qué mamada

Egipciaco Telésforo llega al congalote de moda y pide una vieja.
- ¡Quiero cogerme a esa vieja! -dice con muchos huevos apuntando a una morena bien nalgona.
- ¿Pos cuánto dinero trae? -le pregunta el encargado del lugar.
- Pos como 20 pesos -le dice Egipciaco.
- Nooo, pos con veinte pesos nomás le pueden hacer una mamada -le dice el encargado del lugar a Chaco.
-´Ta bueno -acepta Egipciaco.
Total, trasladan a Egipciaco (Chaco, pa´la raza) por un pasillo bien lujoso y alfombrado, dos guaruras lo escoltan y le abren una puerta de cristal bien brillante, y lo avientan a la calle y no lo vuelven a dejar entrar al antro.

Qué mamada le hicieron a Egipciaco Telésforo... ¡qué mamada!... y por 20 pesos... snif.

miércoles, agosto 02, 2006

de videorisas y karmatrones

A diferencia de muchos amigos, yo nunca fui fan de los comics gringos. Nunca me ha gustado ni Batman, ni Superman, ni el Spawn, ni los 4 Fantásticos y, mucho menos, Spiderman. No sé, nunca les hallé sabor; como que se me hacía siempre la misma historia. Los compré un tiempo en español -gracias a editorial VID, la de Memín Pinguin-, pero nunca me emocionaron las aventuras de ninguno de esos hombres en licra entallada que pareciera que van de locas a un carnaval gay.

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Por ahí del año 87 –aún lampiño de mi pajarito y axilas- descubrí los Video Risas, gracias a un compañero malandro de la escuela que traficaba con esas revistas, con las barajitas del álbum Hanna Barbera y las Rasca Huele. Los pasquines esos me gancharon de inmediato. El hecho de que satirizaran caricaturas, series y películas de moda y pusieran maldiciones con dibujitos, era otro pedo. En lugar de “pinche”, dibujaban a un cocinerito; en vez de poner “güey”, dibujaban un toro; para poner “madres”, dibujaban a unas monjitas y, para poner “mamón”, dibujaban a un niño con biberón, juarjuar. Tal vez era una táctica de la editorial para que nuestros jefes no se dieran cuenta y no nos las tiraran a la basura por vulgares.
Tanta fue mi adicción a las Video risas que me iba en bicla a un puesto de revistas no muy cercano a mi casa a comprarlas. Y tanta fue mi adicción, que una vez convencí a mi madre de que nos llevara a mi y a un compa a la distribuidora de revistas que estaba en el centro de la ciudad. Nos llevó, pedimos permiso al encargado de entrar a la bodega a buscar números atrasados y fue como entrar a la galería secreta de una pirámide llena de tesoros. ¡No mamen!: montones y montañas y más montones de números atrasados. Nos faltó dinero y manos para llevarnos todas las revistas que queríamos, snif.

Gastaba todo mi dinero en los Video Risas y en los Video Risas Colección de Oro, que eran las mamalonas, porque salían cada 15 días, eran más grandes y con más páginas. En Video Risa chingaron a los Halcones Galácticos, a Candy, a Star Wars, a los Gremlins, a Roxana Banana, Invasión Extraterrestre y demás shows infantiles y películas ochentosas. Además, sacaban a unas monas bien chichonzotas y bien pezonudas, las cuales provocaron los primeros cosquilleos en mi pizarrín.
Al poco tiempo, mi economía iba en picada y mis gastos aumentaron, pues descubrí Karmatrón y los Transformables.

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Mi compa, el malandro del salón, los llevó a la escuela como una novedad que aquí en Monterrey no se conseguía. Decía que un primo del D.F. se los había regalado. Los leí y me envicié de volada. Karmatrón y los Transformables era (es) un comic con filosofía hindú, budista, de chacras, energías, poderes mentales, robots, kundalinis, batallas en planetas, naves, seres extraños, villanos, ying y yang y de más mamadas mezcladas al chile. Pero Karmatron era lo más chingón en mi vida en ese momento. Yo quería ser un Guerrero Kundalini. Es más, la revista tenía un apartado especial en donde venían enseñanzas de meditación y de poner la mente en blanco y de ser uno con el universo y de alcanzar la supraconciencia para llegar a ser un Guerrero Kundalini. Yo leía embobado, interesadísimo en el tema, que ya hasta me sentía el Dalai Lama.
Gracias a Karmatron empecé a leer jaladas tibetanas y libros de Lobsang Rampa y demás misticismo barato, pero que sirve de alguna forma para crearse un hábito de lectura y conocer de otras culturas, creencias y ponerse a tono con el mundo espiritual.

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Karmatron volvió a salir hace poco y lo descontinuaron, ignoro por qué. Salieron solamente 6 números, los cuales tengo y con los cuales volví a sentir esa emoción cuando los descubrí por primera vez, gracias a mi compa el malandro.

martes, agosto 01, 2006

me gustaban más las noches

En las noches no salían los Robachicos ni los Viejos del Costal. La mayoría de ellos eran albañiles, eloteros, paleteros o recolectores de basura satanizados por nuestras madres, quienes nos prohibían entablar amistad o comunicación cualquiera con alguno de ellos, pues no fuera a ser que nos secuestraran y pidieran un rescate imposible de reunir o se metieran a nuestras casas a llevarse el televisor en blanco y negro de la cocina y a violar a la sirvienta o a nuestras hermanas.

La noche era de los aparecidos y los espantos. Del Coco. De las lechuzas que le chistaban a los niños que no se iban a dormir temprano y que se convertían en viejitas y se los robaban para ponerlos a pedir limosna en las calles. De cosas que nunca veíamos pero estábamos casi seguros que ahí estaban; al acecho, mirándonos. La penumbra era el espacio en donde viajaba el lamento de la Llorona, las luces en el cielo y las bolas de fuego que se movían cerca del cerro. Donde navegaban las historias de rancho de Don Chabelo, el velador, en las que abundaban las mujeres de negro y los jinetes que desaparecían entre los matorrales. A esas horas los ovnis bajaban y no podías apuntarlos con el dedo porque si se daban cuenta, venían por ti cuando te durmieras. La noche era cuando las muñecas revivían y se robaban el dinero de la bolsa de la mamá y cuando los pósteres de Rambo y Comando, pegados de las cuatro esquinas con cinta scotch sobre la pared, seguían con la mirada a quien pasara frente a ellos. La noche era cuando el monstruo bajo la cama llenaba nuestras vejigas de agua para obligarnos a ir a miar. A los niños ricos les decían sus padres que en las noches se metían cocodrilos a la alberca, nosotros sólo pensábamos en subir sanos y salvos las escaleras rumbo al cuarto sin que la mano de algún fantasma nos tocara en el hombro.

El día era territorio del Viejo del Costal y era en el día cuando regañaban injustamente a la niña por tomar dinero de la bolsa de su madre y cuando había que aprovechar para quitar el póster de Rambo del cuarto para que ya no nos mirara dormir y era cuando buscábamos sin éxito una criatura bajo la cama para poder ir tranquilamente al baño en las noches.
Hoy a los Robachicos y al Viejo del Costal se les llama secuestradores, asesinos, corruptores de menores, depravados sexuales o pedófilos. Creo que eran más inofensivos cuando simplemente les decían Robachicos. Ahora salen de día y de noche y por todos lados. Ahora los eloteros y paleteros quisieran ser Robachicos, pues deja más dinero y en venganza a que siempre los tacharon de eso por el simple hecho de ser pobres.

También siguen existiendo los fantasmas, los ruidos misteriosos en el piso de abajo, los crujidos en las puertas, las lechuzas que miran jugar escondidillas desde lo alto de un poste de luz. También las muñecas se siguen despertando y caminando por las noches, haciendo travesuras y cambiando las cosas de su lugar. El póster de Indiana Jones sigue enrollado en el closet y sigue siguiéndote con la mirada aunque tú no lo veas.

Me gustaba más la noche, porque era más divertido temerle a cosa que ahora sé que no existen.